
“Clasificar una mercadería no es un trámite menor: de esa definición depende el régimen legal y un error puede generar problemas serios”, afirma Rubén. En esta entrevista, repasa la evolución del rol del despachante de aduana, la necesidad de jerarquizar la profesión y los cambios que marcarán el futuro del comercio exterior.
¿Cómo ves la evolución del rol del despachante de aduana?
Mirá, el despachante de aduana siempre fue el eje del comercio exterior. Somos la consulta obligada para cualquiera que quiera importar o exportar. Con el tiempo, la profesión tuvo muchos cambios, desde lo tecnológico hasta lo normativo.
Antes se hacía todo a máquina o a mano, y con la llegada del sistema María fue un quiebre enorme. Pasamos a trabajar de manera informatizada, aunque todavía con papeles. Eso marcó un antes y un después.
Hoy vemos que se vienen más transformaciones: la Ventanilla Única de Comercio Exterior traerá la aduana sin papeles, donde todo será digital. Y a eso hay que sumarle la inteligencia artificial, que seguramente modifique la profesión como ya lo está haciendo en otros ámbitos.
¿Y cómo impactan esos cambios en el trabajo diario?
Seguimos en el centro del comercio, pero las tareas se van adaptando. Con gobiernos más proteccionistas, el despachante tenía que hacer trámites más engorrosos, como autorizaciones previas para importar. Hoy eso casi no existe, y los procesos son más simples.
Antes había que tramitar certificados de seguridad eléctrica que demoraban semanas; hoy son gestiones más ágiles. Eso no significa que desaparezcan los controles, pero sí que hay menos restricciones y más fluidez en el trabajo.
¿Qué pasa en sectores específicos como la industria automotriz?
La automotriz siempre necesita importar, porque hay insumos que en Argentina no se producen o no cumplen con los estándares. También usan componentes nacionales, pero la importación es imprescindible. Lo interesante es que, a diferencia de otros sectores, los cambios políticos o económicos no modifican tanto su nivel de actividad.
El automotriz mantiene cierta regularidad en sus operaciones. En cambio, en rubros como el textil, sí se ven más las oscilaciones: en ciertos momentos se permitía importar hilados o telas, pero no el producto terminado, y con políticas más abiertas eso cambia. En la automotriz, en general, la operatoria es más pareja.
¿Qué impacto tiene el comercio exterior en la vida cotidiana de la gente, aunque no siempre se perciba?
Impacta en todo. Cualquier producto importado pasa por controles aduaneros y de organismos intervinientes. Eso influye directamente en la seguridad y calidad de lo que consumimos. Te doy un ejemplo: hace muchos años hubo un accidente con luces navideñas defectuosas, y desde entonces se implementaron controles de seguridad eléctrica. Lo mismo pasa con alimentos (que controla el INAL), productos industriales (INTI), medicamentos o equipos de laboratorio.
Todo está atravesado por el comercio exterior. Además, en el plano económico, la balanza comercial y el ingreso de divisas también terminan repercutiendo en el bolsillo de la gente.
¿Y cómo está posicionado el país en términos de competitividad internacional?
En exportaciones, nuestro problema histórico son los costos. A determinados mercados se hace difícil ingresar porque somos poco competitivos. Hay excepciones, como la carne u otros productos que tienen salida, pero muchos artículos terminados son difíciles de colocar. Generalmente se logra exportar más a países de la región: Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú o Ecuador.
En importaciones, en cambio, Argentina depende mucho del exterior, sobre todo en tecnología o bienes que acá no se fabrican. En ese sentido, somos un país claramente importador.

¿Qué significa jerarquizar la figura del despachante de aduana para vos?
La idea es revalorizar la profesión. En los últimos tiempos hubo una cierta desvalorización, como si cualquiera pudiera dedicarse a esto. Y no es así. Para ser despachante hubo que rendir exámenes exigentes y aprender materias complejas.
Clasificar una mercadería no es un trámite menor: hay que conocer el producto en profundidad, su uso, el material, el destino. De esa clasificación depende el régimen legal que tendrá, y un error puede generar problemas serios: desde diferencias tributarias hasta la omisión de controles obligatorios. Por eso hablamos de jerarquía: de capacitarse, de estar actualizados, de mostrar que el oficio requiere conocimiento técnico y responsabilidad.
¿Cómo se logra esa jerarquización en la práctica?
Con capacitación permanente. La profesión exige estar al día, porque los cambios en el comercio exterior son constantes. A veces de un día para otro se modifica una intervención previa y hay que informarlo a los clientes.
La formación continua es clave: convenciones, seminarios, actividades con especialistas, participación de la propia aduana y de cámaras relacionadas. Es la manera de sostener la calidad profesional y que el despachante esté preparado para los desafíos.
¿Ese nivel de formación es reconocido afuera?
Sí. En otros países los controles son más livianos, y cuando ven el nivel de preparación que tenemos en Argentina se sorprenden. No porque seamos más inteligentes, sino porque nuestra realidad nos obliga a estar listos para todo. Hay que leer, estudiar y actualizarse constantemente. Eso hace que podamos dialogar de igual a igual en ferias y encuentros internacionales. Es un punto fuerte de nuestra profesión.
¿Cómo ves el ingreso de nuevas generaciones al comercio exterior?
Siempre hubo y sigue habiendo jóvenes que se suman. La profesión se mantiene porque es dinámica, nunca te aburrís. El sistema no te lo permite: cada operación es distinta y exige estar atento. Muchos jóvenes hoy se interesan, y la clave es que puedan capacitarse bien, como hicimos nosotros en su momento. Porque acá un error cuesta dinero. Eso te obliga a ser cuidadoso, a ir con seguridad, a aprender y a crecer paso a paso.
¿Qué mensaje te gustaría dejarle a tus colegas?
Que se acerquen, que participen y que defiendan la profesión. Independientemente de quién conduzca las instituciones, lo importante es colaborar, trabajar juntos y estar preparados para los cambios que vienen.
Todo cambio genera temor por lo que se puede perder, pero también hay que mirar lo que se puede ganar en beneficio propio y colectivo. Lo esencial es mantener la jerarquía, la eficiencia y la capacitación constante.
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