
El chocolate, ese placer que despierta pasiones en todo el mundo, guarda una historia que comienza mucho antes de que llegara a las vitrinas europeas.
Aunque se han encontrado rastros de cacao en la Amazonía, particularmente en regiones de Brasil y Ecuador, con una antigüedad de más de 5 mil 300 años, fue en México donde adquirió el simbolismo y el valor cultural que lo convirtieron en leyenda.
Los olmecas, hacia el mil 500 a.C., fueron de los primeros en transformar las semillas de cacao en una bebida ritual mezclada con agua y especias. Desde entonces, este fruto dejó de ser simple semilla para volverse un elemento central en la vida de las civilizaciones mesoamericanas.
Mayas y aztecas lo elevaron a la categoría de alimento sagrado, al grado de considerarlo un regalo divino. La tradición oral cuenta que fue Quetzalcóatl quien obsequió a los humanos el árbol del cacao, gesto que selló su vínculo con lo espiritual y lo terrenal.
Moneda, medicina y arte
En la cosmovisión prehispánica, el cacao no solo era alimento: fue moneda de intercambio, medicina y símbolo de poder. Los aztecas lo utilizaban para tributar a los dioses y pagar servicios. Los mayas, por su parte, perfeccionaron su consumo al punto de convertirlo en lo que algunos investigadores llaman “una forma de arte”. El chocolate líquido, oscuro y amargo, se reservaba para guerreros, nobles y sacerdotes.
Estudios citados por Forbes y publicados en Nature Ecology & Evolution destacan que su versatilidad lo volvió indispensable en rituales y celebraciones. Esa sacralidad permitió que el cacao trascendiera como uno de los legados más representativos de México al mundo.

La travesía hacia Europa
El destino del chocolate cambió radicalmente en 1519, cuando Hernán Cortés desembarcó en las costas mexicanas. Los religiosos que lo acompañaban probaron la bebida de cacao y no tardaron en llevarla a España. Ahí, el brebaje se transformó: se endulzó, se mezcló con leche y se consolidó como un lujo reservado para las cortes reales.
Un hito clave ocurrió en 1615, cuando Ana de Austria, esposa del rey Luis XIII de Francia, lo popularizó en la corte gala. Desde entonces, el chocolate dejó de ser un secreto mesoamericano para convertirse en un objeto de deseo europeo. Poco después, las tabletas y recetas dulces comenzaron a expandirse por todo el continente.

El alimento de los dioses
El nombre científico del cacao, Theobroma cacao, proviene del griego: “theo” (dios) y “broma” (alimento). Para mayas y aztecas no fue metáfora: lo consideraban literalmente el alimento de los dioses. Y no estaban tan lejos de la ciencia moderna.
La semilla tostada contiene entre 52 y 56% de grasa, 12% de proteínas y compuestos como la teobromina, un alcaloide que estimula el sistema nervioso y produce sensaciones de placer y vitalidad. El chocolate negro puede contener hasta 200 miligramos de esta sustancia en una porción de 28 gramos, mucho más que el chocolate con leche.
Además, aporta fibra que ayuda a reducir el colesterol, antioxidantes que combaten el envejecimiento prematuro y compuestos que estimulan la liberación de endorfinas, responsables de la sensación de bienestar.

Un día para celebrarlo
En 2019, el Senado de la República instituyó el 2 de septiembre como el Día Nacional del Cacao y el Chocolate, con el objetivo de reconocer a los productores mexicanos y resaltar los beneficios de este alimento. La fecha invita a redescubrir un legado que combina historia, ciencia y placer.
Así, cada mordida de chocolate evoca siglos de tradiciones, viajes y transformaciones. Desde los rituales olmecas hasta las cortes europeas, del mito de Quetzalcóatl a los anaqueles modernos, el chocolate es más que un antojo: es patrimonio cultural, alimento divino y símbolo universal de felicidad.
