En una tarde de noviembre de 2005, el Aeropuerto Internacional de Miami fue escenario de un robo millonario ejecutado con una precisión que desconcertó a las autoridades y dejó a la opinión pública intrigada por la identidad de los responsables. Un grupo de hombres enmascarados irrumpió en un almacén y, en cuestión de minutos, se apoderaron de USD 7,4 millones sin disparar un solo tiro, en un golpe que parecía sacado de una serie de televisión.
La historia forma parte de Atracos, en Netflix. una serie documental que relata 3 golpes basados en hechos reales.
Detrás de este asalto se encontraba Karls Monzon, un inmigrante cubano de 32 años, que, junto a un reducido grupo de cómplices, ideó y ejecutó uno de los robos más notorios en la historia reciente de Miami.
Hasta ese momento, el hombre llevaba una vida aparentemente común, sin antecedentes penales y trabajando como conductor para una empresa de alquiler de equipos de construcción. Sin embargo, su fascinación por los programas de crímenes reales y una serie de dificultades personales lo llevaron a concebir el plan que cambiaría su destino.
Gestación del plan: inspiración criminal y vulnerabilidades
La idea del asalto a mano armada comenzó a tomar forma en abril de 2005, cuando Onelio Díaz, amigo de Monzon y guardia de seguridad de Brinks en el aeropuerto, compartió información clave sobre el traslado diario de grandes sumas de dinero. Díaz detalló que el efectivo, procedente del Commerzbank alemán y enviado en vuelos de Lufthansa desde Frankfurt, se transportaba rutinariamente al Banco de la Reserva Federal de Miami.
Según Díaz, existían graves deficiencias de seguridad: las puertas del almacén solían permanecer abiertas por falta de aire acondicionado y el personal no cumplía con los protocolos establecidos. Aunque no estaba dispuesto a traicionar a su empleador, sugirió que Monzon podría aprovechar esas vulnerabilidades.

La situación personal del líder también influyó en su decisión. En ese periodo, su esposa Cinnamon estaba embarazada y la pareja enfrentaba dificultades económicas. Tras la trágica pérdida de su hijo nonato, vio en el robo la oportunidad de reunir el dinero necesario para adoptar un niño y asegurar el futuro de su familia. “Le dije: ‘Oye, no sé. Parece demasiado fácil para ser verdad, demasiado bueno para ser verdad’”, recordó sobre su reacción inicial ante la propuesta. Su amigo le aseguró que el plan era viable.
Antes de ejecutar el golpe, Monzon realizó una vigilancia exhaustiva. Se hospedó varias veces en un hotel cercano al aeropuerto para observar personalmente el traslado del dinero y confirmar la información recibida. Una vez convencido de la viabilidad del plan, organizó la logística de la huida: junto a un amigo, robó dos camiones Ford F450 en Jacksonville y los trasladó a un almacén de Miami utilizando un tráiler prestado de su trabajo. Posteriormente, reclutó a sus cómplices: su tío político Conrado Perera, su cuñado Jeffrey Boatwright y su compañero de trabajo, Roberto Pérez.
Precisión y frialdad en el aeropuerto de Miami
El 6 de noviembre de 2005, el grupo puso en marcha su plan. Pérez se encargó de vigilar el perímetro, mientras Boatwright condujo uno de los camiones robados hasta el almacén. Monzon y Perera, con el rostro cubierto y armados, irrumpieron en el edificio a las 15:00. Ordenaron a los guardias que se tiraran al suelo y revisaron 42 bolsas de lona, cada una con aproximadamente USD 2,1 millones. Seleccionaron seis bolsas, aunque una se les cayó durante la huida, y cargaron el resto en el camión, logrando sustraer un total de USD 7,4 millones.
Tras abandonar el lugar, el grupo transfirió el dinero a bolsas de plástico y lo trasladó al vehículo personal de Karls. Para eliminar cualquier rastro, los dos camiones utilizados en la fuga fueron incendiados. “Cuando veía la televisión, a todos los agarraban con ADN y huellas dactilares, así que decidí quemar los camiones”, explicó sobre su decisión de destruir las pruebas. Aseguró que pagó a alguien para realizar esa tarea.

El desenlace: errores, investigación y el misterio del botín
La investigación inicial se vio obstaculizada por la falta de pistas. Los guardias del aeropuerto, en estado de shock, no pudieron aportar información relevante y, aunque el FBI sospechaba de la posible implicación de un supervisor del almacén, no existían pruebas concretas. La situación cambió cuando la agencia ofreció una recompensa de USD 150.000 por información sobre los responsables e intervino el teléfono de Monzon.
Ya con el botín, el estratega les pidió a sus cómplices que evitaran compras ostentosas, pero Boatwright ignoró la advertencia y comenzó a gastar en drogas, alcohol, joyas y fiestas. Su comportamiento imprudente lo llevó a ser secuestrado en diciembre por una pandilla que exigió un rescate de USD 1 millón a Monzon.
Aunque logró rescatarlo, su compañero reincidió en sus excesos. El 16 de febrero de 2006, mientras investigadores escuchaban las conversaciones telefónicas, volvió a ser secuestrado. Las autoridades, que ya habían recibido una pista sobre su posible implicación, aprovecharon la situación para presionarlo.

Finalmente, fue detenido durante una cita médica con su esposa y se le advirtió que, si no colaboraba, sería considerado responsable si algo le ocurría a su cuñado, quien permanecía en privación ilegítima de la libertad. Finalmente, cooperó y Boatwright sobrevivió.
Las consecuencias judiciales no tardaron en llegar. Los cinco secuestradores recibieron condenas de entre 7 y 34 años de prisión. Entre los cómplices del robo, Díaz fue sentenciado a 16 años, Boatwright a 13 años, Perera a 11 años, Pérez a 6 años y Cinnamon a 3 años. Monzon aceptó un acuerdo con la fiscalía por 17 años, pero su colaboración le permitió reducir la pena en seis años y fue liberado en 2016.
A pesar de que el líder del grupo condujo a la policía hasta su parte del botín, el destino de la mayor parte del dinero robado permanece sin esclarecer. Los implicados aseguraron haber gastado su parte, pero cerca de USD 6 millones siguen sin aparecer.
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