
La niña salió disfrazada de mariposa esa noche fría de octubre en Fond du Lac, Wisconsin. Nunca imaginó que esa noche de Halloween iba a marcar para siempre a este pueblo del medio oeste de Estados Unidos. El asesinato de Lisa Ann French, de nueve años, después de ir a pedir dulces en Halloween, sembró la desconfianza en una comunidad que, hasta entonces, presumía de conocer a cada uno de sus vecinos. Cuatro décadas después, el nombre de Gerald Turner sigue desatando miedo y rabia.
El rostro de Lisa Ann French aparece en blanco y negro en los archivos antiguos de la policía: ojos grandes, melena lacia y una sonrisa de niña inocente. La noche del 31 de octubre de 1973, salió de su casa en la avenida East Division. Su disfraz de mariposa, hecho por su madre, llevaba alas cosidas a mano en color naranja brillante. Era la emoción de su vida. Fue la primera vez que podría recorrer las calles en Halloween sin la supervisión directa de un adulto. Sólo tenía una mochila para los dulces y la promesa de estar de vuelta antes de las siete de la tarde.
Fond du Lac era entonces una ciudad de unas 35.000 personas, rodeada de tranquilas granjas y caminos de álamos. La gente confiaba en los vecinos, en la escuela y en la rutina. Mientras Lisa cruzaba la calle hacia la casa de los Turner, su madre prendía la televisión para no pensar, distraída por el bullicio de otros niños disfrazados. Nunca volvería a ver a su hija con vida.
Una desaparición que rompió la rutina
La madre de Lisa, Mary Ann French, recordaría luego: “Vi su disfraz brillar hasta la esquina. Me dijo que no se alejaría. Nunca pensé que fuera peligroso en nuestro barrio.” Minutos después, el reloj marcó las siete y la ansiedad comenzó a crecer. Mary Ann recorrió a pie la ruta que su hija debía haber tomado. Ni rastro. Una vecina le dijo que la había visto en el centro del pueblo. Nada más.
Durante las primeras horas, la policía recomendó esperar. Al poco tiempo, el comisario, Bill Lamb, ordenó patrullajes, mientras decenas de voluntarios salieron con linternas por los parques y las calles secundarias. Fond du Lac ya no parecía seguro. Los padres mantenían puertas cerradas y los rumores crecían. Un coche extraño, un desconocido en la esquina, el susurro de que el responsable debía ser alguien local.
En la comisaría, el teléfono no dejaba de sonar. La propia Mary Ann French, sentada frente al escritorio del detective, apenas podía hablar. “Tiene que haber una razón. Ella no se iría. ¿La están buscando bien?"
El monstruo detrás de la puerta
La investigación avanzó con lentitud. Gerald Turner, de 25 años, era un hombre conocido en el barrio. Vivía a solo dos puertas de la casa de los French. Obrero de una fábrica, estudiante universitario parcial, convivía con su novia Arlene Penn, una joven madre con una niña de poco más de un año. Nadie sospechaba de él.

Los detectives entrevistaron a todos los vecinos. Turner respondió con calma: “Sabía que Lisa venía a pedir dulces, igual que todos los años. La vi en la puerta, le di golosinas. Nada raro, se fue enseguida”.
Durante días, la búsqueda continuó sin resultados. Hasta la mañana del 4 de noviembre, cuando un granjero local encontró algo extraño en la cuneta de la del camino rural 49, a 15 kilómetros de la ciudad. Era una bolsa de basura negra, sellada con cinta.
Dentro estaba el cuerpo sin vida de Lisa Ann French.
La autopsia y los secretos inconfesables
El informe forense fue devastador para la comunidad. Lisa había sido violada y asfixiada. La información confidencial desató una ola de furia y temor. Ya nadie pensaba en un extraño forastero. Durante días, los padres prohibieron a sus hijos salir solos y se organizaron vigilias. La policía centró la investigación en el círculo más cercano a la víctima.
—¿Por qué haría alguien algo así? —preguntaba un oficial de policía frente a las cámaras.

Un barrio bajo sospecha
Había casi treinta casas en el radio de dos cuadras que Lisa debía atravesar en el recorrido que hizo esa noche. La casa de los Turner, con cortinas blancas y el césped siempre recién cortado, ya había sido visitada. Los agentes pidieron repetir la entrevista a Gerald Turner. Esta vez, su versión titubeó:
—Yo estaba en casa. Miraba la televisión. Arlene llegó un poco después. No recuerdo si oí la puerta de Lisa…
La policía solicitó que Turner se sometiera a un detector de mentiras. El resultado se consideró “inconcluso”. Sin embargo, ciertas inconsistencias empezaron a llamar la atención. Su horario no coincidía con el de su pareja, y algunos informes señalaban que Gerald había salido en coche el mismo 31 de octubre por la noche.
Lo que los medios no sabían era que la pista más sutil estaba a punto de quebrar el caso, y que la calma aparente en casa de los Turner ocultaba el doloroso secreto que la policía buscaba.
Una confesión helada
El 8 de noviembre, Gerald Turner fue citado de nuevo ante los investigadores tras el hallazgo de fibras idénticas a las del disfraz de Lisa en el suelo de su casa. Lo interrogaron durante horas en una oficina sin ventanas.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó el detective principal.
—No tenía intención de hacerle daño. No planeé nada. Ella llegó y no supe cómo detenerme. Fue... fue como si no pudiera controlarme —contestó Turner, según el informe policial.
“El monstruo salió”, dijo Turner en la sala de interrogatorio, dejando a todos helados.

La reacción de una ciudad herida
La noticia del arresto corrió por todo Fond du Lac. La familia de Lisa rechazó cualquier contacto con los medios, pero su tía, Patricia French, habló en voz baja a los reporteros: “No hay perdón posible.”
El arresto de Turner desató el debate nacional sobre la seguridad infantil y la libertad condicional para criminales sexuales violentos.
El juicio, que comenzó el año siguiente, fue seguido por periodistas de todo el país. Turner se mostró frío, tan monótono en su tono como inmutable su expresión. Declaró ante el jurado:
—No quise matarla. Fue un accidente. Todo fue muy rápido. Creo que yo ya no era yo.
Consecuencias que duran décadas
La indignación colectiva se tradujo en nuevas leyes. El caso de Lisa inspiró la “Ley Turner”, que aumentó la supervisión de criminales sexuales y restringió sus libertades tras la liberación. Los padres organizaron patrullas escolares y se pusieron en marcha programas de educación sobre riesgos en festividades infantiles.
Años después, la imagen de Lisa disfrazada de mariposa se convirtió en el símbolo local de la precaución. A cada aniversario de su muerte, las calles de Fond du Lac se cubrían de velas y lazos naranjas. “Prometimos que nunca olvidaríamos,” recitaron sus maestras en el primer acto conmemorativo.

Las marcas de una prisión y el retorno del miedo
Turner fue condenado a cadena perpetua en 1975, pero la ley permitía entonces la libertad condicional tras veinte años de prisión. En 1992, Turner fue puesto en libertad bajo supervisión, lo que desató la furia de los vecinos, quienes organizaron marchas y rodearon su nueva casa.
En palabras de la madre de Lisa: “No es justo que respire el mismo aire que nosotros.”
La familia de Turner, marcada por el estigma, evitó toda exposición pública. Las amenazas llegaban por carta y llamada durante semanas. Nadie confiaba en sus excusas ni en los diagnósticos de recuperación. Las cicatrices de Lisa, decían los vecinos, nunca se iban a curar.
Entre los documentos clasificados, fuentes policiales reconstruyeron el último trayecto de Lisa. Cuando Turner confesó, sus palabras quedaron grabadas para siempre en los expedientes judiciales: —Le pedí que entrara, le ofrecí unos caramelos. No tenía idea de lo que iba a pasar. Todo el mundo creerá que soy un monstruo. No puedo negar que lo fui.
Aún sin descanso
En el aniversario número cincuenta del crimen, la madre de Lisa escribió una carta pública: “Aún imagino cómo habría sido su vida. A estas alturas sería madre. Yo nunca podré dejar de ser la madre de una niña de nueve años.”
Fond du Lac sigue celebrando vigilias con luz tenue, mientras la historia de Lisa circula en redes, foros y grupos de ayuda para víctimas.
Turner, hoy con más de setenta años, no ha pedido jamás perdón directo a la familia. Su paradero se mantiene en reserva.
Mientras tanto, el recuerdo de Lisa Ann French nunca dejó de flotar en el aire de Fond du Lac, como las alas de mariposa que ella soñaba desplegar.
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