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El mensaje cifrado de Richard
El mensaje cifrado de Richard Sorge desde Tokio cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial al permitir la defensa de Moscú

El mensaje cifrado que llegó a Moscú proveniente de Tokio el 14 de septiembre de 1941 tenía solo catorce palabras, pero fueron suficientes para cambiar decisivamente el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. “Japón no atacará a la Unión Soviética si los alemanes no logran tomar Moscú”, decía. Las fuerzas de la Alemania nazi avanzaban incontenibles hacia la capital soviética y el Ejército Rojo no tenía tropas suficientes para detenerlas sin descuidar la defensa de Siberia por donde se temía una invasión de los japoneses. Con esa información ante sus ojos, Stalin tomó una decisión clave: desplazar la mitad de las fuerzas que estaban acantonadas en ese frente para reforzar la defensa de Moscú. Para diciembre, quince divisiones de infantería, tres divisiones de caballería, mil quinientos tanques y otros tantos aviones habían sido reubicados para frenar el avance de los alemanes, que quedaron empantanados en una guerra de desgaste para la que no estaban preparados.

Cuando llegó el mensaje, hacía semanas que la inteligencia militar soviética le había pedido a su mejor hombre en Tokio, el alemán Richard Sorge, que hiciera lo imposible por averiguar las intenciones de los japoneses, pero la situación no se definía. Desde Berlín, Adolf Hitler exigía que el ejército japonés invadiera el territorio soviético, pero el alto mando nipón estaba analizando atacar las colonias inglesas, de los Países Bajos y de francesas en el Pacífico Sur. El periodista Osaki Hotsumi, el hombre de Sorge infiltrado en el gabinete del primer ministro japonés Fumimaro Konoe, le informaba día tras día que los altos mandos dudaban qué decisión tomar, hasta que el 14 de septiembre se inclinaron por avanzar en el Pacífico. Ese mismo día, Sorge envió el mensaje cifrado a Moscú.

Stalin no dudó ni por un instante de la veracidad del informe del jefe de la red de Tokio. El líder soviético había escarmentado: tres meses antes, Sorge – cuyo nombre en clave era Ramsay - había avisado de urgencia a Moscú que Hitler rompería el pacto de no agresión firmado con la Unión Soviética y lanzaría una ofensiva militar con más de 150 divisiones en el frente oriental con el objetivo de llegar a Moscú en pocos meses. Stalin desechó el aviso con una frase despectiva: “No voy a confiar en un pervertido que organiza fábricas y burdeles en Japón”. Había pagado caro ese desprecio, porque poco después de aviso del espía, los alemanes lanzaron la Operación Barbarroja.

La frase utilizada por Stalin para describir a Sorge se fundaba en lo que en realidad era la cobertura del espía para moverse en Japón sin despertar sospechas. Había creado una empresa de copiado muy redituable en la capital japonesa, que le servía de fachada y de fuente de financiamiento para parte de las actividades de su red local de agentes. Además, pasaba las noches en los cabarets y bares, donde se lo veía acompañado casi siempre por mujeres diferentes. Utilizando esa fachada, hacía años que tenía montada una eficaz red de espionaje. Había llegado a Tokio en 1933 como corresponsal del diario alemán Frankfurter Zeitung, y en poco tiempo no sólo armó la estructura de espías al servicio de la Unión Soviética más importante de Asia, sino que también se ganó la confianza del embajador alemán, que lo nombró su agregado de prensa y le dio acceso a informes y documentos sensibles.

Sorge tenía todas las características del típico espía de película: era alto, rubio, de ojos celestes, extrovertido, jugador, muy buen bebedor y mujeriego, pero precisamente por eso escapaba al radar del contraespionaje japonés. Nadie podía ser tan obvio y era esa obviedad lo que lo salvaba y lo hacía tan eficaz, al punto que Ian Fleming – el espía y escritor británico creador de James Bond – llegó a calificarlo como “el espía más formidable de la historia”.

Sorge fue el típico espía
Sorge fue el típico espía de película

Entre Rusia, Alemania y China

De padre alemán y madre rusa, Richard Sorge nació en Bakú, en el actual Azerbayán, que por entonces formaba parte del imperio ruso, el 4 de octubre de 1895. Su padre, el ingeniero alemán Wilhelm Sorge estaba allí por razones de trabajo, contratado por una empresa que había exploración petrolera. La familia se trasladó a Alemania cuando Richard tenía 4 años y se instaló en Berlín.

Fue un muy buen estudiante que terminó el bachillerato con honores y se inscribió en la carrera de Ciencias Políticas. Estaba cursando esos estudios cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Se alistó como voluntario en el ejército alemán y lo destinaron a un regimiento de artillería. Fue herido tres veces y la última de esas heridas, en una pierna, le dejó una cojera permanente y le valió también ser condecorado con la Cruz de Hierro. Corría 1918 y mientras se recuperaba en Berlín, continuó con su carrera y se empezó a interesar por la Revolución Rusa, que acababa de llevar a los bolcheviques al poder. Según algunos de sus biógrafos, ese interés por el socialismo se debió en parte a que su abuelo, Adolf Sorge, había sido amigo de Karl Marx e integrante de la Primera Internacional.

Cuando se doctoró, en 1919, ya estaba afiliado al Partido Comunista Alemán. Corrían tiempos convulsionados, con la oleada revolucionaria encabezada que tenía como figura más destacada a Rosa Luxemburgo. El fracaso de la revolución y la represión posterior lo obligaron a refugiarse en Rusia, donde comenzó a trabajar con el Komintern, que tenía la misión de agrupar los partidos comunistas en el extranjero para extender la revolución bolchevique. Poco tiempo después fue reclutado por el Departamento Central de Inteligencia Soviética (GRU), que en 1930 le asignó su primer destino como espía en Shangai, China, donde llegó acreditado como corresponsal de la Soziologische Magazin de Berlín.

La ciudad estaba bajo el dominio de los nacionalistas de Chiang Kai-Shek, y Sorge encaró dos misiones: hacer inteligencia para apoyar la lucha de los comunistas liderados por Mao Zedong y obtener información sobre los planes expansionistas chinos y japoneses que podía afectar la integridad de la Unión Soviética.

En 1932, la anexión japonesa de Manchuria, hasta entonces territorio chino, prendió las alarmas en Moscú sobre las posibles ambiciones niponas en el oriente soviético. Para entonces Sorge había montado una red de espionaje con una docena de colaboradores - chinos, japoneses, norteamericanos y alemanes - que fue ramificándose hasta infiltrarse en los centros de decisión de China, Japón, Manchuria, Australia y Nueva Zelanda. Con esa red en pleno funcionamiento regresó a Alemania para cumplir con otra misión: hacer inteligencia sobre el nazismo recientemente llegado al poder y su jefe, Adolf Hitler, pero también sobre las crecientes relaciones entre Alemania y Japón, que preocupaban al Kremlin.

Luego de quedarse unos pocos meses en Alemania, donde se afilió al Partido Nazi para facilitar su labor, consiguió que el diario Frankfurter Zeitung lo enviara a Tokio como corresponsal para espiar a los japoneses en su propio territorio.

La red de Japón

En la capital japonesa, Sorge utilizó su condición de periodista y sus conocimientos sobre la política del Lejano Oriente para establecer vínculos con las autoridades locales y con altos diplomáticos de la Embajada alemana. Entre estos últimos, entabló amistad con el coronel Eugen Ott, agregado militar de la sede diplomática, que se convirtió sin saberlo en una de sus fuentes de información más importantes. Al mismo tiempo, el espía sedujo también a la mujer del militar. Esa doble relación resultó clave, ya que el agregado lo consultaba sobre las relaciones entre japoneses y alemanes e incluso le mostraba documentos clasificados que enviaba a sus jefes militares en Berlín. Cuando en 1938 Ott fue nombrado embajador, designó a Sorge como secretario de prensa y le dio un acceso casi total a la información que manejaba.

La red de espionaje de
La red de espionaje de Sorge operó con éxito en Asia, evitando vínculos con comunistas locales y sin agentes soviéticos identificables

Paralelamente, fue construyendo una red de informantes japoneses y de colaboradores extranjeros. La fuente principal que tenía Sorge en el gobierno japonés era Ozaki Hotsumi, corresponsal del Asahi Shimbun, quien no hacía pública sus simpatías por el comunismo. Ozaki trabajó durante un tiempo como consejero del Gabinete del primer ministro Konoe Fumimaro y mantuvo un contacto estrecho con los miembros del círculo del líder nipón, lo que le facilitó el acceso a información clasificada que posteriormente le pasaba a Sorge.

Los colaboradores más estrechos en la red de Sorge eran el pintor de clase alta Yotoku Miyagi, quien también ocultaba su adhesión al comunismo y era muy buscado por los políticos y militares japoneses para que les hiciera retratos; el periodista croata Branko Vukelić, corresponsal de la agencia Havas; y el operador de radio Max Clausen, único alemán de su equipo, encargado de transmitir la información de Sorge a Moscú. Clausen, además, dirigía una empresa legal de copiado de fotos y documentos, que también le servía al espía como base y como fachada.

La reputación de Sorge como periodista, sus vínculos con el poder y su fama de mujeriego terminaron armando la imagen que Sorge deseaba dar a todos: la de un bon vivant rico, culto y divertido. Se le conocía una amante permanente, la mesera y cantante japonesa Hanako Ishii, que parecía no molestarse por su costumbre de saltar de cama en cama. En realidad, era otra integrante de su equipo de espías.

La red que montó desde Tokio funcionó durante años sin que ni los alemanes ni los japoneses sospecharan siquiera su existencia. Sus medidas de seguridad – elaboradas por él y que se cumplían a rajatabla- fueron adoptadas luego por toda la inteligencia soviética. Se manejaba con tres premisas básicas: la red debía evitar todo contacto con el Partido Comunista local, sin importar si éste era legal o ilegal; no debía tener ningún integrante de nacionalidad soviética y, en caso de ser indispensable la participación de un soviético, debía tener papeles que le dieran otra nacionalidad; por último, la red debía funcionar con células, evitando que los integrantes de cada una de ellas conocieran a los de las otras ni supieran qué función cumplían.

La desconfianza de Stalin

Durante esos años envió información clave a Moscú: en 1936 advirtió a sus jefes sobre la firma de un tratado anticomunista secreto entre Japón y Alemania; al año siguiente informó sobre un posible ataque japonés desde Manchuria a la frontera soviética, lo que permitió que fuera fácilmente repelido; y en 1939 elaboró un informe, en base a información obtenida en la embajada alemana de Tokio, donde avisaba que el embajador alemán le había dicho al gobierno japonés que Alemania no respetaría el pacto de no agresión recientemente firmado por Hitler y Stalin.

Stalin manifestaba abiertamente su
Stalin manifestaba abiertamente su desprecio por Sorge (Credito: The Grosby Group)

Sin embargo, su eficacia como espía no impidió que cayera en desgracia. Su jefe directo en la GRU, Jan Karlovich Berzin, había sido ejecutado en julio de 1938, víctima de la gran purga ordenada por Stalin. Desde ese momento, aunque no ordenó desmantelar la red que tenían en Tokio, los informes de Sorge empezaron a ser leídos con desconfianza en el Kremlin, especialmente por Stalin, que además desconfiaba del espía por el modo de vida que llevaba en la capital japonesa.

El 12 de mayo de 1941, el espía de la red de Sorge Max Clausen envió un mensaje codificado urgente al servicio de inteligencia soviético. Sorge había tenido acceso a documentos secretos que guardaba el embajador Ott en los que se decía que Alemania concentraría en un corto plazo entre 150 y 170 divisiones en la frontera con la Unión Soviética. El mensaje, transmitido por radio, informaba también que la fecha probable del inicio de la invasión sería el 20 de junio. Desconfiado, Stalin exigió que le enviara reproducciones de los documentos. El espía intentó hacerlos llegar a través de uno de sus agentes en Shangai, pero sabía que no llegarían a tiempo. Entonces, desesperado, en una segunda comunicación por radio, Sorge prácticamente les rogó a sus jefes que le creyeran, que él garantizaba la veracidad de la información. No hubo forma de convencer a Stalin, que desechó el informe y manifestó abiertamente su desprecio por el espía que lo había enviado. Sus prejuicios lo llevaron a cometer un error que costaría millones de vidas: el 22 de junio de 194, dos días después de la fecha que había informado Sorge, el ejército alemán lanzó la Operación Barbarroja e invadió la Unión Soviética.

Por eso, cuando el 14 de septiembre, Richard Sorge envió el mensaje cifrado para informar que Japón no atacaría a la Unión Soviética si los alemanes no entraban en Moscú, el líder comunista no dudó un instante en ordenar la reubicación de las tropas que estaban acantonadas en Siberia, una jugada que le permitió defender eficazmente la capital, desgastar a los alemanes, que no esperaban tanta resistencia, y marcar un punto de inflexión en la guerra.

El 22 de junio de
El 22 de junio de 194, dos días después de la fecha que había informado Sorge, el ejército alemán lanzó la Operación Barbarroja e invadió la Unión Soviética (Imperial War Museum)

Capturado y desechado

Ese aviso decisivo fue uno de los últimos mensajes que el espía soviético más eficaz de Oriente pudo enviar a Moscú. En una redada de rutina, la policía militar del ejército japonés capturó a un amigo del pintor y espía Yotoku Miyagi, quien también fue detenido y torturado hasta que reveló los nombres de todos los integrantes de la red, incluyendo a su jefe, Richard Sorge.

En los interrogatorios, Sorge relató cómo había montado la red de espionaje soviético en Tokio y asumió toda la responsabilidad, tratando de exculpar a sus compañeros. Después de sacarle toda la información posible, el gobierno japonés propuso a los soviéticos intercambiarlo por prisioneros japoneses. Stalin ordenó dar una respuesta terminante: “No conocemos a Richard Sorge”.

Condenado a muerte, “el espía más formidable de la historia” fue ahorcado a las 10 de la mañana del 7 de noviembre de 1944, casi un año antes la rendición de Japón. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común en el cementerio de la prisión de Sugamo, en Tokio, donde permanecieron hasta 1950, cuando fueron trasladados a la necrópolis de Tama, en el oeste de la capital japonesa. En su tumba hay una lápida de mármol donde se puede leer en alemán, ruso y japonés: “Al héroe de la Unión Soviética, Richard Sorge. 1895-1944”. Recién en 1964, dos décadas después de su muerte, el sucesor de Stalin, Nikita Kruschev, reivindicó la memoria de Richard Sorge y lo proclamó héroe nacional.

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