
“El sufrimiento de muchas mujeres no proviene de una neurosis, sino de la frustración repetida de un placer que les ha sido negado por su constitución física o por las reglas sociales”, escribió Marie Bonaparte en La sexualité de la femme, su obra clave de 1933.
De familia aristócrata, la princesa de Grecia y Dinamarca comenzó a investigar el placer femenino en primera persona: su propia insatisfacción sexual dentro del matrimonio. Intrigada, estudió anatomía y sexualidad femenina con un enfoque médico y, en 1924, publicó un artículo en el que relacionaba la frigidez con la distancia entre el clítoris y la vagina bajo el seudónimo A. E. Narjani. Esa búsqueda —que fue personal, clínica y teórica— derivó en un enfoque psicoanalítico luego de mantener una sesión con Sigmund Freud.
Sus escritos y la decisión de publicar inicialmente bajo un seudónimo respondieron a un contexto hostil para las mujeres que pensaban y escribían sobre el cuerpo y el deseo, pero también aprovechó supo cómo usar su posición privilegiada con una voluntad de acción intelectual inusual para la época. Po eso, sus aportes —que incluyeron estudios sobre la anorgasmia femenina y las resistencias culturales al psicoanálisis— aún son debatidos y sigue simbolizando el nexo entre distintos mundos: el de la realeza y el de la subversión freudiana; el de la tradición y el del cuestionamiento radical al yo.
En ese sentido, es imposible desligar su historia del vínculo con Freud, a quien conoció en 1925 y con quien estableció una relación intelectual, afectiva y política decisiva, sobre todo, para el padre del psicoanálisis: tradujo parte de sus obras al francés, financió proyectos de difusión y, en un acto crucial, lo ayudó a huir de Viena cuando los nazis ocuparon Austria en 1938. Gracias a sus gestiones (y contactos), Freud pudo exiliarse en Londres junto a su familia. Marie llevaba sobre sus hombros un apellido cargado de historia y cuestionamientos: fue sobrina nieta de Napoleón Bonaparte.

Linaje, silencio y deseo
Marie Bonaparte nació el 2 de julio de 1882 en San Remo, Italia, aunque fue criada en París. Su madre, Marie-Félix Blanc, murió a los pocos días de tenerla. Crecer sin ella y la distancia emocional de su padre, el príncipe Roland Bonaparte, marcaron su infancia con un sentimiento de soledad que la acompañó largos años.
Tenía sangre noble y descendía de una familia poderosa. Su abuelo, Pierre Bonaparte, era hijo ilegítimo reconocido de Lucien Bonaparte, hermano del emperador Napoleón. Aunque ese linaje hacía de Marie una princesa con sangre bonapartista, no pertenecía a la línea directa del poder imperial. Aún así su entorno aristocrático era rígido, moralista y profundamente conservador.
Pese a eso, desde muy joven, comenzó a tener un interés inusual (para las chicas de su época) por el cuerpo humano y la sexualidad, un tema considerado tabú en su contexto social. A escondidas, Marie leía cuanto textos médicos encontraba y en un diario íntimo escribía sus experiencias físicas. Anotaba todo como si ella misma fuera objeto de estudio y observaciones. Esa curiosidad por su sexualidad la llevó a una búsqueda de conocimiento que la acompañó durante toda su vida.

En 1907 se casó con el príncipe Jorge de Grecia y Dinamarca, en un matrimonio pactado por cuestiones de dinastías y costumbre de la época. Aunque tuvieron dos hijos, la relación entre ellos carecía completamente de intimidad. Esa insatisfacción sexual fue para Marie un completo padecimiento, que convirtió en un objeto de indagación personal.
En ese sentir, también estaba sola, ya que no tenía con quienes hablarlo. En su círculo de mujeres, no estaba bien visto hablar de deseo ni de frustración. Las mujeres de su clase eran educadas para acompañar, no para preguntar. Y Marie no encajaba en ese modelo pasivo y servil al hombre. Se dejó llevar por sus propias necesidades y esa inquietud, primero íntima, derivó pronto en una deseo de comprender lo que la medicina no le explicaba: el placer femenino.
Durante años, esa búsqueda fue solitaria. Aun así, sentó las bases para lo que sería su verdadero desvío: el encuentro con Freud y el ingreso formal al mundo del psicoanálisis.

El vínculo con Freud
Decidida a buscar respuestas, en 1925 Marie Bonaparte viajó a Viena para iniciar un análisis personal con Sigmund Freud, que ya era reconocido como el fundador del psicoanálisis. Había publicado La interpretación de los sueños (1900), Tres ensayos sobre teoría sexual (1905) y Más allá del principio del placer (1920). Su influencia se extendía por Europa, aunque todavía generaba resistencia en ámbitos médicos y académicos tradicionales.
La decisión de verlo estuvo ligada a la fascinación que ella tenia con él: había leído sus obras y se sintió interpelada por su teoría del inconsciente y su enfoque sobre la sexualidad. Buscaba comprender el origen de su frigidez y explorar las tensiones entre deseo, cuerpo y represión.
Aceptada como paciente, el encuentro entre ellos fue más que clínico. Establecieron una relación intelectual, política y afectiva duradera. Freud, que valoraba su agudeza y su compromiso, la apodaba “la princesa” y mantenía con ella una correspondencia de manera regular. Con los años, Marie pasó de paciente a colaboradora, traductora y aliada estratégica en la difusión del psicoanálisis en Francia, donde todavía era resistido por el ámbito médico tradicional.

En 1926 fundó la Sociedad Psicoanalítica de París (junto con René Laforgue y Rudolph Loewenstein). Allí comenzó a institucionalizar la práctica clínica, formar discípulos y traducir textos de Freud al francés. Su rol fue de una intelectual en ejercicio y una operadora estratégica que conectaba mundos. Durante los años treinta, escribió artículos, dio conferencias y llevó adelante investigaciones sobre la sexualidad femenina, que fue su principal eje temático.
En 1938, cuando Austria fue anexada por la Alemania nazi, Marie fue la pieza clave en la salvación de Freud. Gracias a sus vínculos diplomáticos y a su fortuna personal, llevó adelante todas las gestiones que consideró necesarias para lograr sacar a Freud y a su familia de Viena y enviarlos a Londres. Fue uno de los últimos actos decisivos en la vida del padre del psicoanálisis, que murió el 23 de septiembre de 1939, en esa ciudad.
Del vínculo entre ellos quedaron cartas, notas de agradecimiento y un lugar destacado en la memoria institucional del movimiento psicoanalítico. Ella siguió escribiendo y formando psicoanalistas, incluso durante la Segunda Guerra Mundial, con una convicción intacta.

Su figura en el psicoanálisis, un legado que persiste
Tras la muerte de Freud, la figura de Marie Bonaparte fue perdiendo visibilidad frente al avance de nuevas corrientes dentro del psicoanálisis, especialmente a partir de la irrupción de pensadores como Jacques Lacan. Desde mediados del siglo XX, Lacan reformuló las teorías freudianas desde una perspectiva estructuralista, influida por la lingüística, el simbolismo y la filosofía, centrada en la idea de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Sus lecturas, más abstractas y alejadas del modelo clínico tradicional, desplazaron algunas concepciones freudianas clásicas a las que Bonaparte se había mantenido fiel. Mientras ella priorizaba una mirada biológica y clínica del deseo, Lacan modificó el eje del debate dentro del movimiento psicoanalítico, orientándolo hacia lo simbólico y lo discursivo.
Sin embargo, su trabajo fue clave para consolidar el psicoanálisis como disciplina en Francia. Lo institucionalizó, lo tradujo y lo financió. Más aún: lo defendió en foros científicos donde todavía se lo consideraba una práctica marginal, casi esotérica.
De todos sus aportes, sobresale uno: Marie Bonaparte fue pionera en pensar el cuerpo femenino desde el psicoanálisis, integrando saberes médicos, anatómicos y clínicos. Sus estudios sobre la anorgasmia femenina —en particular, su hipótesis sobre la distancia entre el clítoris y la vagina como posible causa de lo que entonces se llamaba “frigidez”— abrieron una conversación ausente hasta ese momento tanto en la práctica clínica como en los círculos académicos. Aunque hoy sus enfoques resulten anticuados, introdujo la idea de que la insatisfacción sexual de muchas mujeres no debía ser reducida a un trastorno psíquico, sino abordada como un fenómeno complejo en el que intervenían factores corporales, culturales e inconscientes.

En ese aspecto, su trabajo permitió poner en cuestión los modelos normativos del placer femenino y abrió un camino —aún en disputa— para pensar la sexualidad de las mujeres con autonomía teórica. “La mujer no goza de su cuerpo sino a condición de que éste haya sido escuchado, respetado y comprendido. Cuando no se le permite conocerse, no puede desear sin miedo ni culpa”, escribió en La sexualité de la femme, (1933).
Aunque no lo consideró un logro en sí, supo cómo utilizar su condición de princesa europea para moverse con libertad por espacios vedados a otras mujeres: impulsó discusiones incómodas sobre el deseo, el placer y el sufrimiento psíquico.
Fue una figura clave en la construcción del entramado institucional que sostuvo y expandió el psicoanálisis en Europa entre guerras, también colaboró con analistas alemanes, suizos y británicos, y mantuvo correspondencia activa con figuras centrales del movimiento psicoanalítico como con el neurólogo galés Ernest Jones —principal divulgador del psicoanálisis en el mundo angloparlante, biógrafo oficial de Freud y fundador de la Sociedad Psicoanalítica Británica— y el psiquiatra alemán y estrecho colaborador de Freud, Karl Abraham —uno de los primeros en aplicar el método psicoanalítico a las psicosis y presidente de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín—. Con ellos compartía una visión institucionalista, orientada a consolidar el psicoanálisis como disciplina reconocida a nivel internacional.
Dedicada de lleno a su trabajo e investigaciones, Marie murió el 21 de septiembre de 1962, a los 80 años, en su residencia de Saint-Cloud, cerca de París. Tras su muerte, sus archivos personales y su biblioteca fueron donados a la Sociedad Psicoanalítica de París.

“La sexualité de la femme”, teoría y práctica
Su obra más conocida es La sexualité de la femme (1933), un libro extenso y ambicioso donde analiza las causas físicas y psíquicas de la anorgasmia femenina. Allí, desarrolla la hipótesis de que la distancia anatómica entre el clítoris y la vagina puede incidir en la posibilidad de alcanzar el orgasmo durante la penetración. Para probarlo, Marie financió estudios ginecológicos y se sometió —y sometió a otras mujeres— a intervenciones quirúrgicas experimentales.
Ese libro fue polémico. Algunos lo celebraron como una ruptura con la represión sexual de la época; otros lo criticaron por biologicista y por patologizar la sexualidad femenina. Hoy, es leído con una mirada crítica, pero también con respeto por su valor pionero.
Además de esa obra, Bonaparte escribió Psychanalyse et biologie (1949), donde vincula los procesos biológicos con los mecanismos del inconsciente. En Tales que me contaba Freud —publicado póstumamente—, recupera anécdotas y conversaciones con Freud, muchas de ellas eran confesiones intimas.
Sus traducciones de los textos de Freud al francés fueron esenciales para que esa obra se hiciera conocida. Entre ellas, se destacan El porvenir de una ilusión, Más allá del principio del placer y El malestar en la cultura. Gracias a su trabajo, estos textos llegaron a nuevos lectores y formaron generaciones de analistas.
El impacto de su obra fue más institucional que teórico, pero sin su figura, el mapa del psicoanálisis europeo del siglo XX no sería el mismo. Fue una mujer que usó el poder no para imponer silencio, sino para abrir conversaciones difíciles en voz alta.
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