
Entre 1991 y 2003, Suecia vivió uno de sus mayores escándalos judiciales. Sture Ragnar Bergwall, quien más tarde adoptó el nombre de Thomas Quick, confesó haber cometido un total de 39 asesinatos. Además de violaciones, mutilaciones, desmembración de cuerpos e incluso canibalismo. Hoy, el hombre considerado el peor asesino confeso de Europa, vive bajo una identidad secreta, luego de ser declarado inocente por todos los crímenes que aseguró cometer.
La figura de Thomas Quick se forjó en un contexto de presión mediática y fascinación social por los asesinos en serie. De acuerdo con BBC Mundo, Quick era un hombre con antecedentes de consumo de drogas, marginado por su familia y con una vida marcada por la mentira.
Tras intentar robar un banco disfrazado de Papá Noel en 1991, fue arrestado y posteriormente ingresó voluntariamente en la clínica psiquiátrica de alta seguridad Säter, a unos 200 kilómetros de Estocolmo. Allí, bajo la dirección de la psiquiatra Margit Norell, se sometió a terapias basadas en las teorías de Sigmund Freud sobre las memorias reprimidas.
En ese momento, Quick comenzó a confesar crímenes que no había cometido, motivado por el deseo de recibir atención y acceso a medicamentos psicotrópicos, especialmente benzodiazepinas. Los terapeutas y psicólogos se mostraron entusiasmados con las confesiones, proporcionándole libros y artículos sobre asesinos en serie para “ayudarlo a recordar”. Quick, un lector ávido, utilizó la información de los periódicos para atribuirse asesinatos no resueltos en Suecia.

La policía, convencida por los terapeutas de la veracidad de las confesiones, inició búsquedas masivas de restos humanos en los lugares señalados por Quick. Tras múltiples operativos, nunca se hallaron pruebas materiales. A pesar de la ausencia de evidencias físicas, los tribunales suecos dictaron condenas basadas únicamente en los relatos del acusado y en la interpretación de sus supuestas memorias reprimidas.
BBC Mundo reportó que, en ese entonces, cualquier objeción dentro de los equipos de investigación era rápidamente silenciada, y las pruebas que contradecían la culpabilidad de Quick se ocultaban para no “confundir” a los jueces.
Pero la mentira del hombre tuvo un punto de quiebre cuando el periodista sueco Hannes Råstam, junto a su colaboradora Jenny Küttim, emprendió una investigación exhaustiva sobre las condenas de Quick.
Según relató Küttim, la revisión de todo el material, incluidos los historiales médicos y los expedientes policiales, demostró que no existía ninguna evidencia real contra él. La única excepción era el fragmento óseo hallado en el caso de la niña Therese Johannesen, que finalmente se identificó como plástico en 2010. A partir de ese momento, las condenas comenzaron a ser anuladas una tras otra.

La investigación periodística de Hannes Råstam y Jenny Küttim fue determinante para desmontar el caso. Tras meses de trabajo, lograron que Quick se retractara de sus confesiones. “¿Qué puedo hacer si yo no he cometido esos asesinatos? ¿Estoy atrapado?”, llegó a decir Quick. La revelación sobre el fragmento de plástico en el caso Johannesen fue el golpe final que permitió revisar y anular todas las sentencias.
A pesar de la magnitud del error judicial, ningún terapeuta, policía ni funcionario fue sancionado por su papel en el caso. Una comisión investigadora concluyó que no existía responsabilidad individual, y Thomas Quick no recibió ninguna compensación económica por los años que pasó injustamente encarcelado. La comisión argumentó que él mismo era en gran parte responsable de su situación, por lo que no se le otorgó indemnización.
En la actualidad, Thomas Quick vive bajo una identidad secreta fuera de Suecia, en condiciones modestas y con una pequeña pensión. Según relató Jenny Küttim a BBC Mundo, permaneció alejado de los medios y rechaza cualquier solicitud de entrevista. Lleva más de 16 años sin consumir drogas y busca rehacer su vida lejos de la opinión pública. “Está libre y es feliz. Y quiere dejar atrás todo lo que ha vivido”, afirmó Küttim.
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