
La irrupción del baile americano rock en la vida de los silver ha transformado no solo sus rutinas, sino también su manera de entender el tiempo y el deseo. El profesor Adrián Taccone encontró en la enseñanza de este ritmo una nueva vocación y revela cómo el baile se convierte en un espacio de redescubrimiento personal y social.
“Arranqué allá por el 2009 con clases y me gustó encontrar una etapa a los cuarenta que es un un clic”, dijo el docente.
“Parece que el baile siempre estuvo dando vueltas en mi familia. Mi hermana Viviana es profesora nacional de danzas; mi papá bailaba tango, algo que aprendió gracias a mi mamá. Mi hermano, de joven, frecuentaba los boliches. Yo no: lo mío era el fútbol. Recién a los cuarenta, una persona me invitó a un boliche y fui. Me llamó la atención el americano y pensé: ‘Esto está buenísimo’. Empecé a tomar clases y, después, a enseñarlo, porque siempre me gustó transmitir lo que sé”.
Además de ser periodista —más de treinta años, aunque hoy no lo ejerza de forma cotidiana— dio durante doce años clases de periodismo deportivo en institutos terciarios: “Esa vocación docente siempre estuvo. Y sentí que este baile, en particular, tenía mucho para ofrecerle a un público mayor de 45 o 50 años.”
La experiencia acumulada en más de una década de enseñanza le permitió identificar un patrón común entre sus alumnos: “Al público de más de 50 le gusta el baile por el solo gusto de bailar.”

Según su observación, muchos de quienes asisten a las clases son personas que postergaron el deseo de bailar por compromisos familiares o por parejas poco afines a la danza: “Un día que los hijos crecieron, se fueron de la casa o se separaron de esa pareja después de treinta y pico de años, o están con esa pareja luego de treinta y pico de años y quieren experimentar algo que siempre les quedó en el tintero, se ponen a bailar.”
Pascual tiene 70 años y contó que empezó a bailar después de los 60. Recordó que lo hizo tras una ruptura que lo dejó muy mal. “Pasaban las semanas y me quedaba adentro. Dije: tengo que salir de esto”, relató. Buscó el baile como salida. Mandó un mail, se inscribió y avisó: “Mirá que no sé nada”. Le respondieron que no importaba, que así no traía ningún vicio.
La primera clase fue un desastre, “no casé una”, dijo. Cuando apareció en la segunda, el profesor lo miró sorprendido: “Qué insistente sos, ¿eh? ¿A qué venís?”. Pascual siguió igual. Con el correr de las semanas notó que la tormenta emocional menguaba. En lugar del dolor, se encontraba pensando en la figura que había practicado la noche anterior. “Esto a mí me sirve”, se dijo.
Se le aclaró el panorama. No solo aprendió a bailar, con beneficios para su salud; también descubrió una nueva pasión. “Encontré muchísima gente linda, un espacio social que disfruto todas las semanas.” Para él, bailar fue una salida y una puerta a otra vida.
Es que el aula de baile se convierte en un espacio de sociabilidad y terapia, donde la música y el movimiento desplazan la rutina y la soledad. “Esto de la sociabilización en las clases es fundamental. Muchos lo toman como terapia. Van y dejan el celular de lado y se ponen a charlar con uno, con otro. Incluso, se han formado parejas, en muchos casos te diría se formaron parejas, agradecidos de que hayan sido en clases nuestras”, destacó Adrián.

“En mi recorrido dentro del baile empecé con el americano dance, un estilo bastante conocido en el conurbano. Después, hace por lo menos ocho años, me enfoqué principalmente en el americano rock, un ritmo más asociado a la zona sur del conurbano. De todos modos, sigo enseñando ambos estilos”, agregó.
La demanda de actividades en horarios poco convencionales, como los domingos, surgió de la necesidad de encuentro. “Un alumno me dice: ‘¿Cuándo vas a hacer las clases los domingos? ¿Sabés la cantidad de gente sola que hay? Un domingo a las seis de la tarde... yo quiero salir, ver gente, bailar, que es lo que más me gusta’”, recordó sobre el pedido de un alumno septuagenario.
La constancia y la superación personal son ejes centrales en el proceso de aprendizaje: “Algunos me preguntan a mí cuánto tiempo tengo que tomar clases para aprender a bailar. Yo aún hoy sigo aprendiendo, y también les digo a esas personas que todo depende también del tiempo que cada uno le disponga, más allá de las aptitudes o no”.
Para el profesor, el progreso no solo se mide en pasos de baile, sino en transformaciones vitales: “Ver el progreso de cada persona es maravilloso. Aunque ellas no lo sepan, se nota cuando avanzan en su baile. Pero además de avanzar en el baile, avanzan en la vida misma, porque ellos mismos se relacionan, se visten de otra manera, programan salidas y, la verdad, disfrutan”.

La pandemia impuso desafíos inéditos, pero también reforzó el valor del baile como vía de expresión y encuentro. “Bailábamos con barbijo, con una cantidad ilimitada de gente. La gente tenía necesidad de salir. La necesidad de expresarse con el cuerpo y de conocer, sociabilizar, hizo que después de la pandemia esto tuviera mucho más auge”, relató sobre la reactivación de las clases en clubes y salones de Buenos Aires. La resiliencia del grupo se manifestó en la adaptación a las restricciones y en la persistencia del deseo de bailar, incluso en condiciones adversas.
El proyecto de expansión de esta actividad busca llegar a nuevas localidades y sumar públicos diversos. El docente explica que el objetivo es “llevar esto a todos los lugares posibles”, sobre todo porque el rock americano —un estilo de baile social surgido en Estados Unidos a mediados del siglo XX, asociado al swing y al rock and roll temprano— no tiene hoy una difusión amplia y suele quedar relegado frente a otros ritmos más instalados.
La iniciativa apunta a presentarlo en clubes y espacios municipales para que lo conozcan personas de distintas edades. “No se trata solo de que se acerquen los de cincuenta, sesenta o setenta. También pensamos en quienes puedan descubrirlo más adelante. Pero, en especial, queremos que quienes hoy rondan esas edades encuentren en esta práctica algo que los saque de la letanía”, señala Adrián, que impulsa la propuesta junto a su pareja, Fabiana Castro.
El sentido profundo de esta práctica, dice, puede resumirse en dos palabras: sueños y libertad. “Sueños, porque mucha gente no pudo hacerlo en su momento y hoy está cumpliendo ese deseo, sin ataduras ni imposiciones. Y libertad, porque al bailar se libera una gran cantidad de energía, en su mayoría positiva”, concluye el docente, para quien esta disciplina funciona como un gesto de autosuperación y, al mismo tiempo, como una afirmación de autonomía y deseo.
Últimas Noticias
Reformas estructurales, acuerdos políticos y la urgencia de una hoja de ruta estable: los dilemas de Argentina ante el envejecimiento poblacional
El país enfrenta el reto de consensuar políticas a largo plazo. La falta de continuidad amenaza la viabilidad de los cambios necesarios para afrontar la economía plateada

Fatiga persistente en adultos mayores: el síntoma silencioso que puede indicar problemas de salud graves
Expertos de Cleveland Clinic advierten que el cansancio constante en la tercera edad no es normal y puede ser una señal temprana de afecciones que requieren evaluación médica

Cinco hábitos respaldados por la ciencia para tener un corazón saludable a partir de los 60 años
Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal amenaza para los adultos mayores y, sin embargo, los expertos coinciden en que pequeñas acciones diarias pueden marcar la diferencia para una vida larga y con salud

Longevidad y salud femenina: una especialista detalló los pilares fundamentales para una vida más sana
En una conversación con el ZOE podcast, Kayla Barnes-Lentz expuso cómo la personalización de hábitos, la comprensión de las etapas hormonales y la vigilancia de la evidencia médica marcan la diferencia en el bienestar

Stranger Things es una serie silver: ¿por qué amamos tanto al cine de los 80?
La nueva temporada reactiva la memoria cinéfila y conecta a una generación que creció entre videocaseteras, bicicletas y películas que enseñaban a mirar el mundo desde la aventura


