La ambigua canicie: el pelo blanco, ¿vejez o sabiduría?

Un recorrido por lo que los refranes, la poesía y hasta la Biblia dicen sobre las canas

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En todas las culturas la
En todas las culturas la canicie mantiene un signo equívoco

La gramática nos enseña que el adjetivo antepuesto al sustantivo sugiere que se lo califica con lo que le es esencial, connatural. En efecto, ello se cumple en lo titular de estas anotaciones, pues en todas las culturas -antiguas y modernas, orientales y occidentales- la canicie mantiene un signo equívoco y jánico sobre su valor. De un lado, denota la vejez, el deterioro, la decadencia; y, por el otro, el tesoro de la experiencia acumulada, el conocimiento decantado de la vida, la sabiduría, un cierto grado de plenitud. La canicie es ambigua, es bifásica, en su alusión semántica de doble dirección: pro et contra.

Las tendencias millenialistas ignorarán esta bipolaridad y la simplificarán, anulando la ladera positiva.

En nuestros días, en tanto en algunos niveles la canicie denuncia el comienzo del fin y de la decrepitud, y, en otros, en cambio, está avanzando una estimación hacia valores logrados y aquerenciados. La edad de plata del hombre revelada en sus cabellos sugiere virtudes y aportes en variados niveles.

Mis reflexiones se apoyan, obviamente, en que la canicie, plateada, argenta, se asocia a la silver culture o cultura canosa, la vinculada a las personas de 65 años y más.

De un lado, la canicie
De un lado, la canicie denota vejez, deterioro, decadencia; del otro, el tesoro de la experiencia acumulada, el conocimiento decantado de la vida, la sabiduría (Imagen ilustrativa Infobae)

Veamos algunos testimonios desde esta perspectiva cultural, en distintos espacios.

Los refranes

Esos “evangelios pequeños”, como llama Baltasar Gracián a los refranes, por cifrar en sus acotados enunciados la experiencia vital y la sabiduría popular, registran la dicha ambigüedad semántica a que me refiero. Van por la positiva: “Cabeza vacía no cría canas”, “Arriba canas, y abajo ganas”, donde la voluntad se impone sobre la apetencia desgobernada. O la otra, que anima a darse las reales ganas: “Más vale tener canas que quedarse con las ganas”, “Las canas son rebozos para el camino”, “De las canas del viejo, el consejo”, etc.

En la otra vereda refranesca, figuran los enunciados denostadores: “Las canas no son de días, sino de picardías”, “Canas son vejez y no saber”, “Hombre cano, ni viejo ni sabio”, “Hombre cano, viejo, mas no sabio”, “Canas son vejez y no saber”, “Las canas no dan saber”, y así parecidamente.

Y tenemos los neutrales: “Años y trabajos ponen el pelo blanco”, “Pesares hacen canas; vicios, hacen calvos”.

Las canas simbolizan lo que Goethe llamara “la sabiduría de lo gris”, en tanto media entre extremos blanco/negro, y evita, con su graduación, la polarización de los temas.

Frente a la realidad denunciante de las canas, tradicionalmente, en casi todas las culturas, se han adoptado dos actitudes ominosas: quitarlas o teñirlas.

Para Goethe, las canas simbolizan
Para Goethe, las canas simbolizan “la sabiduría de lo gris” (Imagen Ilustrativa Infobae)

Quitar las canas

En mi pueblo se dio el caso de Filoteo Murúa, hombre ya vejancón que tenía dos amantes: una cachorra y otra, experimentada. La joven le quitaba las canas a don Teófilo para que no apareciera junto a ella tan viejo. La veterana, a su vez, le quitaba los pelos negros para que no apareciera más joven que ella. Final de la doble depilación: Teófilo murió calvo. El cura de mi pueblo, aprovechando la ocasión, pero sin mentar al sujeto. concluyó desde el púlpito: “Tenga el hombre una sola mujer, o morirá pelado”.

Hay un olvidado poema de José Martí que comenta esta acción de quitar las canas:

No me quites las canas

que son mi nobleza;

cada cana es la huella

de un rayo que pasó

sin doblar mi cabeza.

Dame un beso a las canas,

mi niña,

que son mi nobleza.

Es la negativa del poeta cubano a que le quiten las huellas nobles que los pelos plateados significan en su vivir, sus triunfos sobre las agresiones y peligros (los rayos). Son laureles coronales.

José Martí: "No me quites
José Martí: "No me quites las canas"

En los libros sapienciales del Oriente, se respetan las canas como signo de la sabiduría: “Las canas son una corona de gloria que se obtiene por llevar una vida justa”, dice el Libro de los Proverbios 16,31.

Teñir las canas

Esta es la otra acción milenaria que los hombres (y más, ellas) aplican a sus hebras de luna. En la tarea cosmética (poner “orden” o cosmos en sí) que las mujeres aplican a su cabellera para ennegrecerlas con Agua la Carmela, como la que usaba mí tía Rosa (in illo tempore), u otros abundantes travestismos capilares actuales.

Pero descubrí un testimonio de teñido capilar doblemente curioso: lo ejecuta un hombre y no por las razones habituales de ocultar su edad o disimular sus despuntes de vejez. Se trata de un poeta inleído hoy, del siglo XIV: el Rabí Don Sem Tob, autor de la obra más avara de palabras de la literatura española, previa al conceptismo, sus Proverbios morales. Nos dice sorpresivamente:

Las mis cana teñilas non por las aborrescer

nin por desdecirlas ni mancebo parecer:

Mas con miedo sobejo que hombres buscarían

en mí seso de viejo e non lo fallarían. Est. 45 y 46

Puesto en castellano actual: “No teñí mis canas por aborrecerlas ni rechazarlas, ni por parecer joven, sino por el mucho miedo de que los hombres buscaran en mí sabiduría de anciano y no la hallarían”.

Sem Tob parte de la natural asociación que suele hacerse entre canicie y sabiduría, y la da por firme. Pero nos aclara que él tiñó sus canas no por acachorrarse, sino para no quedar en descubierto frente a los que, asociando canas y saber, le reclamarían saber, y se defraudarían en su trato personal al no hallarlo.

Y, con la bota de las siete leguas, doy un salto de siglos, viniendo de la medieval a la literatura argentina. Retraigo un sugestivo cuento de Leopoldo Lugones: “Abuela Julieta”, que recogió en su Lunario sentimental (1909).

Leopoldo Lugones
Leopoldo Lugones

La tía Olivia, de setenta años, y su sobrino Emilio, cuarentón, hace diez años que se encuentran todas las semanas en una ceremonia de plática, piano y ajedrez. En ese tiempo, han generado “un matrimonio de almas”. “Ambos tienen blancas sus cabezas. Olivia “está cubierta por la doble nieve de la virginidad y la vejez, pero apenas se advierten sus canas”.

Emilio le ha regalado un ruiseñor. Junto al piano descansa un volumen de Shakespeare con el drama de amor más famoso. Una noche de encuentro, el ruiseñor canta, Emilio se pone de pie, y Olivia le dice “Quédate”.

“Más la luna, propicia por lo común a los hechizos, rompió esta vez el encanto. Uno de sus rayos dio sobre la cabeza de la anciana, y en los labios del hombre sonrió entonces la muerte. “Blancos, ¡sí! estaban blancos como los suyos”. Y Emilio se fue. Lo doblegó la concepción prejuiciosa negativa de la canicie.

La luna operó en esta escena como un contragaleotto, sugiriendo la ruptura de la unión. (En el mismo libro, Lugones incluye un cuento “Francesca” que es la reelaboración del pasaje de Paolo y Francesca de La divina comedia, canto V del Infierno. En este cuento del argentino el galeoto no fue “el libro y quien lo escribió”, como escribe Dante, que hizo de puente para el amor de los jóvenes: fue la luz lunar la que obró como un silver galeotto).

En “Abuela Julieta”, el efecto lunar es negativo. A Emilio lo vence el lado adverso de la ambigua canicie, que la luna le denuncia como impedimento.

Pero quiebro una lanza en favor del flanco favorable. Frente al cuento lugoniano, propongo una copla de Enrique Banchs, que canta:

Prueba del tiempo aquilata

todo íntimo tesoro.

Con los cabellos de plata,

comienza el amor de oro.

Dice Luis Franco: “En los cuatro versos de la copla, como en las cuatro cavidades del corazón, cabe todo el sentimiento”. La moneda redonda de la copla de Banchs, es faz y envés, y asocia los dos metales preciosos en una misma realidad en que se han fundido. Es la exaltación del amor maduro, canoso, silver.

Lástima que el Emilio lugoniano no alcanzó a conocer la copla, y se dejó llevar por una aprensión preedadista.

Me voy a peinar mis 86 canas.

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