
Viñedos que se pierden en colinas suaves, pueblos de piedra que parecen detenidos en el tiempo, cipreses que marcan el camino y el sol dorando campos infinitos. La Toscana italiana es eso: arte en las calles, vino en la mesa y una forma de vivir que no tiene prisa. Aunque esta región tiene una personalidad propia, siempre surgen comparaciones y cuando la gente viaja tienden a ver ecos de otros países en rincones cercanos.
No obstante, muchos han podido ver cómo una provincia española tiene características con una alta similitud, lo que ha hecho que nazcan expresiones como la Venecia catalana, la Pisa catalana o, quizá la más evocadora, la Toscana catalana. Sin duda, muchos de los visitantes y los locales de esta región han podido adivinarlo, porque muchas zonas de Girona recuerdan a los paisajes y pueblos del corazón de Italia.
Quien haya paseado por los campos dorados de cipreses en la Toscana o se haya perdido por calles empedradas de pueblos fortificados, puede encontrar sensaciones similares en esta zona de la Costa Brava. Conocida por sus calas y por ser un destino veraniego de alto nivel, la región también acoge un conjunto de localidades medievales que, más allá de su valor turístico, conservan una historia y una arquitectura que justifican el apodo italiano, según Crónica Global.
Una ruta con sabor a historia

Quienes se animen a explorar Girona encontrarán un itinerario perfecto para un viaje de fin de semana o una escapada cultural. Pals, Palau Sator, Púbol, Gualta, Ullastret o Monells conforman una ruta que combina patrimonio histórico, encanto rural y conexiones con el arte y la arqueología. De esta manera, empezando desde Pals, un municipio donde conviven mar y montaña, se puede disfrutar de arena dorada y vistas que son postales perfectos. Pero más allá de eso, el pueblo es un ejemplo vivo del urbanismo medieval. Calles empedradas, pasadizos y casas de piedra conducen al visitante hasta la Torre de las Horas, una construcción del siglo XI que aún se mantiene en pie.
De allí, sería muy interesante desplazarse a Púbol, uno de los puntos del llamado triángulo daliniano. Este pequeño municipio alberga el Castillo de Púbol, que Salvador Dalí regaló a su esposa Gala. Además de ser una muestra de la pasión del pintor por el simbolismo, el lugar mantiene una atmósfera íntima y misteriosa. Pasear por sus calles estrechas es hacerlo entre recuerdos del artista y de su musa. Más desconocido que otros, Gualta guarda una de las imágenes más representativas del Baix Empordà: el puente románico sobre el río Daró. Esta construcción del siglo XVI, aun en pie, muestra las huellas del paso del tiempo: en su pavimento pueden verse las marcas dejadas por las ruedas de los carros que lo cruzaban cargados de productos del campo.
Por su parte, Ullastret aporta un elemento diferencial a la ruta: un importante conjunto arqueológico que permite conocer la huella de la cultura íbera en la región. Sus restos conservados ofrecen una perspectiva más antigua del territorio y explican parte del sustrato cultural de la zona. No muy lejos se encuentra Palau Sator, otro municipio que parece detenido en el tiempo. Murallas, calles que giran en torno a la plaza del castillo y una atmósfera sosegada invitan al paseo sin rumbo. Competencia directa en belleza tiene en Monells, célebre por su plaza porticada y por haber sido escenario de la película Ocho apellidos catalanes, lo que le dio una repentina fama.
Un destino para todo el año
La comparación con la Toscana italiana puede parecer atrevida, pero basta recorrer estos pueblos para comprenderla. Pero hay que tener claro que no es una copia, ni lo pretende. Y es que, la “Toscana catalana” tiene personalidad propia: conjuga piedra y mar, surrealismo y arqueología, quietud rural y herencia medieval. A pesar de que muchos relacionan la Costa Brava con el verano, lo cierto es que esta ruta puede disfrutarse en cualquier estación.
En primavera y otoño, los colores del paisaje tiñen las colinas de tonos dorados y rojizos, mientras que en invierno la tranquilidad reina en los pueblos, permitiendo una visita sin aglomeraciones. Mientras que en verano, la región cobra vida con festivales, mercados y actividades al aire libre. Además, su ubicación también juega a favor. A tan solo una hora y media en coche desde Barcelona y a unos 45 minutos de la ciudad de Girona, esta escapada es accesible tanto para los viajeros locales como para los turistas internacionales que llegan a través de las principales ciudades catalanas.
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