Un pueblo de apenas 250 habitantes, cansado de lidiar con hasta 800.000 turistas al año: “La multitud impone su ritmo”

Los vecinos denuncian lo insostenible de la situación mientras el Ayuntamiento lanza medidas paliativas

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Vista del pueblo. (Oficina Intercomunitaria
Vista del pueblo. (Oficina Intercomunitaria de Turismo de Saint-Guilhem-le-Désert Valle del Hérault)

La belleza es un don, pero si no se gestiona de forma adecuada se convierte en una condena. La turistificación de la cotidianidad, de lo que luce antiguo y de lo que puede idealizarse tras ver unos cuantos TikTok con los “rincones secretos” de un país, región, ciudad o pueblo se ha convertido en la lacra de sus habitantes. En España, lo denuncian canarios, mallorquines, madrileños y malagueños. Da igual la época del año, si hace frío o calor, habrá turistas. Existen enclaves de la península y los archipiélagos que se han convertido en parques temáticos para un número de viajeros que no para de crecer -se espera que este año alcancen los cien millones- y de expulsar a los vecinos que no tienen armas con las que enfrentarse a la subida del precio de la vivienda. Pero la realidad a la que se enfrentan los españoles que viven en lugares turísticos no dista demasiado de la que ocupa de los franceses, italianos o griegos.

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Es esa atmosfera irrespirable la que denuncian los vecinos de Saint-Guilhem-le-Désert, un pueblo ubicado al norte de Francia en el que viven cerca de 250 vecinos que cada año ven pasar entre a 600.000 y 800.000 turistas. Formar parte de la lista de pueblos más bonitos del país va de la mano con la saturación que sufren sus habitantes, que denuncian la situación en el diario Beauty Case. En conversación con este medio, un jubilado señala que “la multitud impone su ritmo” y cambia el rumbo de la cotidianidad: “No sales cuando quieres. No vamos de compras cuando queremos“. Otro vecino, Gérard Vareilhes, denuncia que el ruido les obliga a cerrar las ventanas por las noches para poder conciliar el sueño. Los coches también son un problema.

España se rebela contra un modelo turístico insostenible: “El malestar social aumentará tras un verano que puede batir récord de llegadas”.

En las noches de verano, todo el mundo se anticipa. “Tienes que calcular lo tuyo. Por la noche, no se trata de dejar las ventanas abiertas. Tenemos que cerrar todo, poner el aire acondicionado, hay ruido”, explica Gérard Vareilhes. “Hay alrededor de 450 aparcamiento, más un centenar añadidos para los períodos pico”, dice Robert Siegel, alcalde del municipio. El objetivo está claro: aliviar la presión creada por los turistas, para que la experiencia sea más fluida. Desde el Ayuntamiento defienden que el sistema de lanzaderas completa el sistema. Los turistas están a bordo, porque la alternativa limita los atascos y simplifica la llegada. Un visitante resume: “Hay mucha infraestructura y estacionamiento para proteger el medio ambiente”, asegura. La ruta se vuelve más legible, mientras que los puntos sensibles respiran mejor en las horas punta. El ayuntamiento también está ajustando la promoción de manera que no publicitan ciertos enclaves.

A pesar de las medidas, la ecuación sigue siendo delicada, porque la fama atrae. No obstante, el consistorio insiste en que las soluciones avanzan gracias a los aparcamientos regulados, las lanzaderas y una comunicación más refinada. Cada uno encuentra su lugar, mientras que lo esencial permanece: un patrimonio vivo, respetado y accesible, donde los turistas comparten el escenario sin asfixiar a quienes viven allí.