
Casarse ya no es lo que era. Por suerte. El para toda la vida y en la salud y la enfermedad hasta que la muerte nos separe se ha convertido en un nos convertimos en matrimonio y ya vemos. La nueva boda ahora es firmar una hipoteca juntos y el mayor compromiso son los hijos. Pero aun así, hay un fenómeno social que no podemos pasar por alto: en la última década, la percepción pública acerca de la fragilidad del matrimonio ha comenzado a desmoronarse frente a una realidad inesperada. Según un análisis reciente del Institute for Family Studies, los matrimonios formados desde 2010 exhiben índices de estabilidad que remiten a los tiempos dorados de la posguerra, cuando los divorcios constituían la excepción y no la regla. El estudio pone en tela de juicio aquel antiguo dogma de que casarse es un salto al vacío con posibilidades de éxito equiparables a tirar una moneda.
El informe, elaborado a partir de los datos de la American Community Survey y el Survey of Income and Program Participation (SIPP), arroja resultados que invitan a revisar posturas. Solo el 18% de las parejas que contrajeron matrimonio entre 2010 y 2012 se habían divorciado tras diez años, proporción apenas superior a la de la década de 1950, cuando solo el 14% de los enlaces terminaban de forma prematura. La mejora se evidencia también en la comparación con los años setenta, una era claramente turbulenta en materia conyugal: en aquel entonces, el 30% de los matrimonios se disolvía antes de la primera década.
El pico de inestabilidad entre los ocho y diez años
La clave de esta nueva fortaleza matrimonial parece residir en el comportamiento del “pico de inestabilidad”. Para las parejas que se casaron en los años setenta, el momento más riesgoso llegaba entre los ocho y diez años de convivencia, cuando las probabilidades de divorcio tocaban máximos históricos. Sin embargo, quienes dieron el sí en la primera década del siglo XXI enfrentaron las tempestades más pronto: alrededor del quinto año. A partir de allí, el riesgo de ruptura comenzó a caer de forma sistemática.
Más interesante aún resulta la tendencia descendente del ritmo anual de divorcios en las uniones recientes. En contraste con lo sucedido durante generaciones anteriores, este patrón sugiere que la mayor parte de las crisis matrimoniales se manifiesta tempranamente, y que las parejas capaces de superar ese primer lustro gozan de una relacion más estable con el paso del tiempo. Esta evolución estadística invita a repensar aquello de que la vida matrimonial contemporánea está, casi por definición, condenada al fracaso.
¿Qué factores explican este inesperado renacer de la estabilidad marital? Gran parte de la respuesta reside en el cambio demográfico y social operado desde finales del siglo XX: menos personas se casan, pero quienes lo hacen muestran mayor selectividad y preparación, rasgos que parecen blindar a estas nuevas alianzas contra las tormentas que, décadas atrás, arrasaban el panorama conyugal estadounidense. “La estabilidad matrimonial es muy diferente a la de hace 30 años. Descubrimos que los nuevos matrimonios son más sólidos hoy que en cualquier década desde la década de 1950″, resume el equipo investigador del Institute for Family Studies.
El mito del 50% de divorcios y su lugar en la cultura estadounidense
La famosa sentencia “la mitad de los matrimonios termina en divorcio” formó parte del paisaje cultural norteamericano durante casi medio siglo, alimentando advertencias y temores, sobre todo entre las generaciones jóvenes. El dato, nacido de las oleadas de separaciones que siguieron a los cambios sociales de los 60 y 70, fue instrumentalizado durante décadas para desalentar el matrimonio o, al menos, preparar a los novios para cualquier desenlace.
Los efectos de este mantra fueron psicológicamente demoledores. Muchos jóvenes adultos renunciaron al proyecto conyugal o se aproximaron a él con el escepticismo propio de quien juega a la ruleta rusa. El elevado índice de divorcios formó parte del folclore colectivo y acabó forjando una imagen distorsionada del futuro matrimonial en Estados Unidos.
Del baby boom al “divorce boom”: historia de una transformación
Las primeras décadas del siglo XX contemplaron una baja proporción de divorcios. Antes de la irrupción de la “revolución del divorcio”, menos de un tercio de los matrimonios terminaba antes de tiempo. La estabilidad reinante comenzó a resquebrajarse junto con el surgimiento de las contraculturas de los sesenta y setenta, donde el divorcio se transformó tanto en una posibilidad como en un símbolo de liberación.
Según estadísticas recogidas en el SIPP y en los informes de Vital and Health Statistics, fue en esta etapa –impulsada por los valores del movimiento hippy, la cultura MTV y la liberalización del derecho de familia– cuando la tasa de disolución matrimonial alcanzó cotas desconocidas hasta entonces. Las parejas del baby boom se convirtieron, estadísticamente, en las más proclives a romper. La imagen de la “moneda al aire” sobrevoló el imaginario estadounidense a partir del legado de estas generaciones: mitad de los matrimonios fracasaban, y ese pronóstico caló hondo en el inconsciente colectivo.
El auge del “gray divorce”: cuando la generación boom desafía la vejez en solitario
El presente, sin embargo, arroja una paradoja. Aunque las parejas jóvenes parecen cada vez más propensas a construir matrimonios sólidos, el fenómeno del divorcio entre mayores de 50 años –el llamado “gray divorce”– se mantiene en niveles elevados. Los demógrafos advierten que este “boom tardío” responde, principalmente, al efecto residual de la generación que, habiéndose casado en los 70 y 80, arrastra las secuelas de aquella época de ruptura.

Más de la mitad de los estadounidenses casados mayores de 60 años contrajeron matrimonio durante esos años convulsos. A la hora de observar el aumento de separaciones en la tercera edad, es necesario comprender que muchos de esos divorcios representan la “cola larga” del sismo emocional vivido hace medio siglo. No hay evidencia sólida de que las nuevas cohortes vayan a replicar este fenómeno: la solidez mostrada por los matrimonios más recientes sugiere que el “gray divorce” podría ser, en realidad, un eco del pasado y no una señal de lo que vendrá.
¿Qué les depara el futuro a los matrimonios del siglo XXI?
Los especialistas coinciden en que predecir el futuro del matrimonio es una tarea situada entre el análisis riguroso y la incertidumbre. Una de las técnicas más frecuentes, adoptada por sociólogos como Yifeng Wan, parte de “congelar” las tasas de divorcio observadas en un año y proyectarlas a lo largo de toda una vida matrimonial. Wan estimó que, de continuar este patrón, un 42% de las nuevas parejas terminaría separándose, aunque el propio equipo de investigación advierte que ese cálculo se ve distorsionado por la influencia persistente de los matrimonios formados en los años setenta y ochenta.
En este sentido, el panorama para las uniones del siglo XXI parece alentador: no solo es menor el porcentaje de adultos que se casa antes de los 30 años (un 64% para la cohorte 2000-2012, frente al 80% de los años ochenta), sino que aquellos que eligen este camino lo hacen en contextos más estables, selectivos y conscientes de los riesgos.
Escenarios posibles hay varios, pero la “mejor estimación” sostenida por el Institute for Family Studies sugiere que un 40% de los matrimonios actuales terminarán en divorcio, una cifra que revierte claramente la tendencia de deterioro reinante desde mediados del siglo pasado. Quizás, el divorcio masivo haya quedado atrás junto con las camisas de flores y las cintas de video. Hoy, casarse vuelve a parecer un plan sólido para el futuro, y divorciarse… una costumbre propia de los boomers.
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