
El problema del acceso a la vivienda no entiende de fronteras ni de méritos. Afecta a jóvenes de toda Europa, independientemente de su formación, su esfuerzo o incluso su nivel salarial. Si bien España lidia con un mercado inmobiliario cada vez más inaccesible para las nuevas generaciones, Francia no se queda atrás.
En ciudades como París, al igual que ocurre en Madrid o Barcelona, la situación es aún más crítica. Las capitales europeas se han transformado en ciudades de lujo, reservadas casi exclusivamente para quienes heredan patrimonio o grandes fortunas.
En París, el precio del metro cuadrado supera ya los 10.000 euros, más del doble que en Madrid, donde ronda entre 5.000 y 6.000 €/m². La diferencia no solo es notable, sino que marca una frontera clara entre quienes pueden soñar con la propiedad y quienes, aunque tengan un buen sueldo, deben renunciar a ella.
3.400 € al mes no son suficientes
Un ejemplo muy representativo es el caso de Alice. Una joven francesa de 29 años, nacida en Burdeos en el seno de una familia acomodada y sin problemas económicos durante su infancia. Tras un exigente recorrido académico (doble grado en Derecho y Relaciones Internacionales, Erasmus en Londres, másteres y oposiciones), ha logrado lo que muchos considerarían el techo profesional.
Es jueza en la sala correccional del tribunal de Bobigny, especializada en delincuencia financiera. Cobra 3.400 euros netos al mes, una cifra que la sitúa entre los trabajadores mejor remunerados de Francia. Sin embargo, vivir en París y ahorrar para una vivienda propia le resulta completamente inviable.
“Es la primera vez que gano tanto dinero”, explica. Pero añade con frustración: “Sin una contribución o herencia, es imposible comprar un piso en París. No me pagan lo suficiente para eso.” Ahora se puede permitir un capricho una vez al mes. Y además quiere hacerle regalos a sus amigos y familiares. Y las cuentas no dan.
Una vida muy similar a la que ya tenía
A pesar de su sueldo, comparte piso con su pareja en la capital francesa. Cada uno paga 750 euros mensuales de alquiler. “Salimos, vamos al cine, a restaurantes, voy a clases de baile... y aun así intento ahorrar entre 600 y 1.000 euros al mes. Pero no tengo ningún proyecto claro, porque comprar no es una opción real”.
Durante sus prácticas, hace unos años, vivió una situación no muy diferente. Cobraba unos 1.400-1.500 euros al mes (más primas), una cifra inverosímil para su momento. Pero tenía que mantener dos alquileres a la vez, en Niza y en París, por el sistema rotativo de las prácticas judiciales.
La solución: alejarse de las grandes ciudades
Como muchos jóvenes europeos, Alice contempla como única salida mudarse fuera de la capital, en municipios cercanos donde el coste de vida es más razonable. Una decisión que supone, en muchos casos, resignarse a largas horas de desplazamiento diario.
Su caso refleja una paradoja que empieza a ser habitual en Europa. Jóvenes con una gran formación, con empleos estables y salarios altos, que no pueden acceder a una vivienda propia en su ciudad. La meritocracia, en estos casos, se queda corta frente a un mercado que premia más la herencia que el esfuerzo. La historia de Alice no es excepcional. Y ya ha comprobado que en la ciudad del amor, hasta el amor necesita herencia.
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