Toques, lujos y el único fanático de Argentinos Juniors que viajó: a 40 años de la mejor final de la historia de la Copa Intercontinental

El partido entre el Bicho y la Juventus sigue siendo recordado cuatro décadas después. Los detalles de aquel encuentro histórico

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El equipo de Argentinos Juniors
El equipo de Argentinos Juniors de esa tarde, con su formación tradicional que salía de memoria. Jorge Olguín, Adrián Domenech, José Luis Pavoni, Enrique Vidallé, Carmelo Villalba y Sergio Batista. Agachados: José Castro, Mario Videla, Claudio Borghi, Emilio Commisso y Carlos Ereros

Ya sé que las normas están para cumplirse. Para algo se hacen. ¿O no? Pero aquella vez, tendrían que haber hecho una excepción. Algo que pusiese un paréntesis. Único, irrepetible, inédito. Una reunión de suma urgencia de los directivos de FIFA al borde del campo de juego. Ya sé que el reglamento del fútbol establece que en una final tiene que haber un ganador. Esa tarde lluviosa de Tokio, nuestra agradable madrugada del domingo 8 de diciembre de 1985, ameritaba el asterisco para que los dos fuesen los campeones de la Copa Intercontinental. Argentinos Juniors no merecía perder. No en el simplismo del resultado. Iba más allá. Ese equipo nos había reencontrado con la esencia del juego más maravilloso. Su gesta fue tan grande, que, aún derrotado, lo estamos evocando 40 años más tarde.

La final de la Copa Intercontinental. La mejor de la historia. Es discutible, pero me afilio a la afirmación. Hace 40 años era otra historia a nivel medios de comunicación. Un equipo argentino del otro lado del mundo. Poco enviados, breves coberturas. Apenas la satisfacción de saber que el partido iba a ser televisado en directo, hecho que no siempre ocurría y que, en muchas oportunidades, se confirmaba en el mismo día. Nada de hablar de previas. Había que poner la tele un rato antes y allí arrancaba la ilusión.

El momento del gol de
El momento del gol de Carlos Ereros, el primero de la final

Fue una hermosa costumbre futbolera que arrancó con Independiente el año anterior, prosiguió allí con Argentinos Juniors y tendría continuidad doce meses más tarde con River. Había que aguantar hasta la medianoche, para sentarnos frente al televisor. Aquella vez, pusimos Canal 13 y, como era un clásico, sonó “Handicap March”, la cortina que acompañaba las transmisiones de fútbol desde fines de los ’70. En los relatos y comentarios hubo una excelente dupla como lo era la que conformaban Carlos Asnaghi y Julio Ricardo.

Las imágenes desde Tokio, no muy nítidas, con los equipos casi saliendo a la cancha. Lo que nunca olvidaremos será el ulular de las cornetas o vuvuzelas que los japoneses accionaban sin cesar, taladrando nuestros oídos. Tiempos más románticos, donde no se había instalado esta costumbre actual, donde muchos son más contra de su adversario que hinchas de su propio cuadro. Además, los Bichitos, no generaban grietas. Eran el fútbol.

Michel Platini y toda su
Michel Platini y toda su clase, siempre con cabeza levantada, frente a la marca de Emilio Commisso

Argentinos Juniors venía embalado. Con justicia, había sido campeón de los dos últimos torneos locales y de la Copa Libertadores, en tres finales ardientes con América de Cali, levantando el trofeo recién en la definición por penales del desempate en Asunción. Una escuela de fútbol que aprobó todas las materias. Porque el cuadro de La Paternal trae desde la cuna, ese respeto por la pelota, ese intento de pulcritud innato de quienes nacen sabiendo qué hacer con ella.

Enfrente estaba la Juventus. Con su alta alcurnia y sus frondosos pergaminos. Una aplanadora a nivel local, pero con la deuda pendiente en el plano internacional, que había pagado a mitad de aquel ‘85, ganando su primera Champions, que lo depositó en Tokio. Tenía como figura fulgurante a Michel Platini, quien era considerado, por muchos, el mejor futbolista del planeta. Diego despejaría las dudas pocos meses después. Allí también estaban otros destacados, como el seguro arquero Stéfano Tacconi, dos históricos defensores de la Juve y de la Azzurra como Gaetano Scirea y Antonio Cabrini, más el danés Michael Laudrup en la delantera.

Claudio Borghi, figura excluyente de
Claudio Borghi, figura excluyente de la gran final

Hace 40 años era una verdadera travesía llegar hasta Japón. A la delegación de Argentinos Juniors le insumió más de 30 horas, con escalas en Río de Janeiro y Los Ángeles, hasta arribar el martes 3. Todos estaban uniformados del mismo modo: saco azul, camisa celeste, corbata colorada, pantalón gris y zapatos negros. Una vez instalados, comenzaron las prácticas, que fueron livianas, para ir aclimatándose. En una de ellas, luego de trabar fuerte, los dos más pibes, Borghi y Corsi, cruzaron algunos golpes de puño. Rápidamente fueron separados por sus compañeros y la historia concluyó allí. Un día antes, se realizó la recepción en la embajada argentina. Todo en un tono cordial, sin levantar el perfil. Al estilo de aquel plantel.

Víctor Tujschinaider es un respetado colega de amplia trayectoria. Su papá, Lito, fue un personaje. Desde siempre vinculado al club de La Paternal, fue el único hincha que viajó a Japón. Así nos recordó Víctor como se dio esa situación: “Mi viejo siempre decía que cuando Argentinos jugara por la Copa Libertadores, él iba a viajar a todas partes. Y así lo hizo con la histórica edición del ‘85, incluso yendo directo desde Cali a Asunción, ya que entre la segunda y tercera final hubo apenas 48 horas. Fue en el mismo avión con los dos planteles. Pero ir a Japón era complicado, lejos y caro. Recibió la ayuda de un tío mío. Compró el pasaje y viajó con el plantel. Cuando llegó allá, compartió la habitación con el enviado de la revista Solo Fútbol. Todos los periodistas argentinos que estaban allí lo detectaron porque era el único hincha del club que dijo presente en Tokio”.

Lito Tujschinaider, el único hincha
Lito Tujschinaider, el único hincha de Argentinos que viajó, junto al Bichi Borghi

“Por supuesto que ir a la cancha, en el estadio Nacional de Tokio, fue una emoción tremenda para él -continúa Víctor- porque siempre decía que iba a dar la vuelta olímpica de rodillas. Íbamos ganando 2-1 y comenzó a bajar en dirección al campo para cumplir con su objetivo, cuando llegó el empate. Tenía una gran relación con todos los integrantes del plantel, sobre todo con Claudio Borghi y Renato Corsi, que eran los más pibes y lo querían como a un tío. Ambas delegaciones estaban hospedadas en el mismo hotel (Tokio Prince) y se dio el gusto de sacarse una foto con Michel Platini. Para mi viejo fue una experiencia única, porque había nacido en el barrio y siempre fue un tipo muy querido en el club. Y con los integrantes de ese plantel forjó una relación para toda la vida”.

Argentinos Juniors se preparó para esa final, como lo hubiese hecho en cualquier cancha. Fiel a sus convicciones y estilo de juego. Con el Checho Batista como eje de cada salida y cada ataque, con esa claridad para cortar y entregar la pelota siempre domesticada, lista para el mejor uso de sus compañeros. Como sus laderos, el talento, un poco discontinuo pero efectivo del Panza Videla y ese motor incansable que habitaba en el Nene Commisso. Los laterales, Villalba y Domenech, iban y venían en forma incesante por sus bandas. Los dos centrales se complementaban a la perfección, con la firmeza de José Luis Pavoni y la calidad de Jorge Olguín, respaldados por la experiencia de Enrique Vidallé en la valla. Otra de las claves de ese equipo, eran sus dos punteros, parecidos y diferentes. Ambos veloces y punzantes. Más efectivo Pepe Castro, con mayor olfato en los últimos metros y un poco menos goleador, Carlos Ereros.

Lito Tujschinaider junto a Michel
Lito Tujschinaider junto a Michel Platini

Un párrafo aparte configura el Bichi Borghi. Talentoso, clarividente, magnético para los que lo observaban, traía desde la cuna el ADN de los Bichitos. Sobresalía por sus rabonas, únicas e inolvidables, pero era mucho más que eso. La venta de Pedro Pasculli al Lecce a mitad de año, le dio la posibilidad de afirmarse como titular. Aquel partido en Tokio fue consagratorio. Mereció los más grandes elogios por una actuación descollante. Estaba claro que sería su plataforma de lanzamiento. Sin embargo, fue un espejismo. A partir de allí, salvo algunas excepciones, comenzó su declive, entre situaciones personales y falta de confianza, se fue diluyendo, pasando por más de 10 equipos en pocos años, dejando la sensación, inequívoca, de un eslabón perdido.

Había llegado la hora de jugar. El primer tiempo tuvo un muy buen nivel, pero el marcador terminó en cero. Fue el preludio de lo que estaba por venir: una fiesta de fútbol llena de emociones. En la primera acción, Laudrup eludió a Vidallé y convirtió un gol que fue anulado por posición adelantada. Enseguida, Argentinos se acomodó mejor, levantando el telón para el recital de Borghi, con toques, gambetas, desmarques y habilitaciones. A los 10 minutos llegó la apertura del marcador, con el sello del equipo. Olguín cortó un avance y salió del fondo con la pelota dominada, se la cedió a Videla, que habilitó magníficamente a Ereros por sobre la defensa. El puntero la dejó picar una vez y luego la colocó por sobre la salida de Tacconi.

Los recuerdos de Lito Tujschinaider:
Los recuerdos de Lito Tujschinaider: el pasaje y la entrada del partido

Unos minutos más tarde se dio una jugada clave, que pudo ser el 2-0 y terminó en el empate, en una ráfaga. Claudio Borghi tomó la pelota saliendo del círculo central y fue eludiendo rivales de manera notable para ceder a Ereros, dentro del área recostado sobre la izquierda. La paró y enseguida cruzó el balón para Pepe Castro, quien convirtió ingresado por el otro sector. Un golazo. Pero fue anulado por off side. En la contra, un largo pelotazo cayó en el área de Argentinos Juniors y Jorge Olguín le cometió penal a Aldo Serena. El más sereno fue Platini, que la ubicó con maestría en un rincón.

Cuarenta años más tarde, uno revive el partido, con el mismo éxtasis futbolero de aquel momento. A cada destello sutil de Borghi, respondía una pincelada de Platini. A los 23, el francés hizo una maniobra descomunal, porque a la salida de un córner la paró con el pecho, de derecha la pasó por sobre la cabeza de un defensor y sin que toque el suelo, la empalmó de zurda. Un gol extraordinario, que fue invalidado por una posición adelantada de un compañero. Quedó para la posteridad el desconsuelo del crack, recostándose en el frío césped de Tokio.

“Labor consagratoria de Claudio Borghi”, dijo Julio Ricardo en la transmisión de canal 13. Y el Bichi sacó un conejo más de la galera a los 30 minutos. Aceleró desde la mitad de la cancha y le puso una pelota perfecta a Castro entrando por la derecha. Pepe se abrió apenas, para tener más ángulo y la clavó cruzada, con su habitual calidad. “Argentinos Juniors acaricia la Copa Intercontinental,” cerró su relato Carlos Asnaghi. Y era lo que todos sentíamos en esa madrugada de domingo ya avanzada.

La tapa de El Gráfico,
La tapa de El Gráfico, que ya lo mencionaba como un partido inolvidable

Enfrente había un grande que no se iba a dar por vencido. Salió con todo en busca del empate, mientras los Bichitos no perdían su línea de toque. Cuando solo faltaban 8 minutos, Laudrup tomó la pelota fuera del área y se la dio a Platini, quien más que una asistencia le cedió una delicadeza en forma de pared. Un mágico toque de primera, que el danés concluyó en la red tras eludir a Vidallé.

El 2 a 2 tenía las dos caras de la moneda: premio para las ganas de la Juventus y castigo para un Argentinos que merecía la ventaja que había obtenido. El alargue trajo más cansancio que claridad, como si ambos hubiesen dejado todo (que fue mucho) en los 90 reglamentarios. La esperanza de Argentinos Juniors ahora dependía de los penales, instancia que le había permitido alzar la Copa Libertadores 45 días antes.

El stopper Brío puso el 1-0 y Jorge Olguín colocó el 1-1 con su tradicional categoría. En ese mismo renglón estaba Antonio Cabrini, de dilatada trayectoria. Su zurdazo se metió a la izquierda, pese a que Vidallé estuvo muy cerca. La primera distancia fue para la Juve, al adivinar Tacconi la intención en un anunciado disparo de Batista. A continuación, Aldo Serena llevó las cifras a 3-1 (por suerte, cinco años más tarde, su idéntico remate sería atajado por el Vasco Goycochea en el Mundial de Italia). La experiencia de J. J. López achicó la distancia y la esperanza creció con el penal que Vidallé le contuvo a Laudrup. Fue una efímera alegría, porque su colega Tacconi hizo lo propio con el tiro de Pavoni al medio del arco. Como si hubiese estado escrito, la definición quedó en el sensible pie derecho de Platini. Tomó una corta carrera, la acarició para depositarla junto al poste izquierdo.

Nos quedamos un rato frente al televisor. Con el desconsuelo como compañía. Ese Argentinos Juniors no merecía quedarse sin el trofeo. Pero el fútbol es maravilloso. Por eso nos permite recordarlo 40 años después, por haber protagonizado la mejor final de la historia de la Copa Intercontinental. Esa que mereció el guiño, la excepción. La que reclamaba que todos se hicieron los distraídos para consagrar a los dos como campeones del mundo.