
Brilló como nadie, impuso récords imbatibles, cambió la economía del golf y fue referente mucho más allá del green. Tiger Woods no solo elevó el nivel de exigencia deportiva, sino que multiplicó audiencias, atrajo a nuevos patrocinadores y abrió el golf a públicos que antes le eran ajenos. Sus hazañas parecían no tener techo. Pero la misma velocidad con la que tocó la cima marcó la intensidad de su descenso: los golpes personales y el deterioro físico cambiaron su destino.
Un ascenso inigualable: récords y revolución
El despegue de Woods fue veloz. Bajo la estricta guía y el impulso de su padre, debutó como profesional en agosto de 1996 y transformó el circuito con sus primeros golpes. En solo unos meses fue elegido “Novato del Año”, ganó su primer torneo profesional, cerró acuerdos comerciales récord y cautivó de inmediato al mundo del deporte. Ese mismo año, BBC Sports subrayó el acuerdo histórico que firmó con Nike por USD 40 millones, inaugurando una etapa de dinero y marketing inusual para el golf.

Lo que vino después fue todavía más rotundo: en abril de 1997, a los 21 años, ganó el Masters de Augusta con la mayor ventaja registrada en la historia del torneo, y se transformó no solo en campeón, sino en emblema de un nuevo tiempo para el golf. El salto de audiencia fue inmediato: Woods llevó el deporte a otros públicos y encendió una revolución de premios, contratos y atención que The New York Times denominó “el mayor cambio de paradigma en la historia del circuito”.
En menos de 10 años, conquistó los cuatro torneos más importantes y, para 2008, ya sumaba 15 majors, entre ellos cuatro Masters, tres US Open, tres Open Británicos y cuatro PGA Championship. Durante 683 semanas, se mantuvo en la cima del ranking mundial y provocó un fenómeno único: donde jugaba Woods, se agotaban las entradas y los números de transmisión rompían techos históricos. Fue el atleta mejor pago del planeta y la figura que cambió, para siempre, las reglas del negocio y la popularidad del golf, como destacó Forbes.

Escándalo, quiebre y exposición total
A fines de 2009, todo ese mundo se vino abajo. Un accidente automovilístico frente a su casa de Florida encendió un torbellino público y privado: infidelidades, adicciones y batallas matrimoniales formaron parte de una exposición inédita en su carrera.
Tiger se vio forzado a pedir disculpas ante cámaras, tomó distancia del circuito y se refugió durante meses en clínicas de rehabilitación, mientras el divorcio ocupaba titulares en Estados Unidos.
Para Woods, el costo fue altísimo fuera y dentro del campo: según Associated Press, perdió alrededor de 22 millones de dólares solo en patrocinios en los meses siguientes, incluyendo firmas como AT&T y Accenture.
Su imagen, antes intocable, experimentó un giro radical. Regresar al circuito significó no solo enfrentar el escrutinio y la presión mediática, sino competir bajo la desconfianza general, algo inédito en su carrera. Los resultados dejaron de acompañarlo y su vínculo con el público cambió para siempre. En 2011, la ruptura con su caddie histórico, Steve Williams, marcó un final simbólico para la primera etapa de su reinado.

Lesiones, operaciones y el regreso imposible
Al desgaste emocional le siguió una seguidilla física devastadora. Problemas crónicos en su rodilla izquierda y, sobre todo, dolores de espalda, lo obligaron a atravesar cuatro cirugías de columna solo entre 2014 y 2017, de acuerdo a BBC News. Por primera vez, Woods pasó largos meses alejado de la competencia. Su calendario se fue vaciando de grandes eventos, y las ausencias en torneos emblemáticos marcaron la sensación de ocaso anticipado.
La crisis tuvo su punto más bajo en 2017, cuando fue arrestado por conducir bajo los efectos de medicamentos recetados. Aquel año, su nombre ni siquiera figuraba entre los mil mejores del ranking mundial. Woods habló públicamente sobre la depresión, el dolor constante y la incertidumbre respecto de su vida profesional.

Contra todo pronóstico, la historia sumó un nuevo giro en 2018. Ganó el Tour Championship y, en una jornada inolvidable, conquistó de nuevo el Masters de Augusta en 2019, diecisiete años después de su primera chaqueta verde. Aquella definición fue seguida por más de 10 millones de televidentes en Estados Unidos, según BBC, y su abrazo con su hijo Charlie en el green le dio al triunfo un perfil emocional transversal.
El alivio duró poco: pronto regresaron los dolores de espalda y las complicaciones físicas. Retiradas recurrentes y un accidente automovilístico en 2021, que casi le cuesta la pierna derecha, volvieron a amenazar su futuro deportivo. Desde entonces, sus participaciones fueron ocasionales y marcadas por sus límites físicos.

Actualidad: peso institucional y futuro abierto
Con la competencia profesional cada vez más lejana, Tiger Woods se reinventó fuera del campo. En 2024, culminó su histórica relación con Nike —valuada en 500 millones de dólares durante 27 años, según Forbes— y presentó su propia marca, Sun Day Red.
El protagonismo no se detuvo: asumió la presidencia del Comité de Competencia Futura del PGA Tour, el órgano encargado de rediseñar la estructura del golf profesional para enfrentar los desafíos de la era LIV Golf. “Nada está descartado; tenemos la responsabilidad de pensar el mejor modelo posible para el futuro del deporte”, expresó en ESPN. Su papel, ahora, es impulsar reformas profundas y sostener el prestigio del tour ante el avance de los nuevos rivales.

En paralelo, acompaña y comparte los primeros éxitos de su hijo Charlie, ya protagonista en torneos juveniles de Estados Unidos. Así, el apellido Woods sigue brillando sobre el green y ocupa un lugar en el futuro cercano del golf mundial.
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