Vilma Ibarra: “Soy una persona formada para explicar y escuchar argumentos, no sé cómo discutir en esta época”

La ex senadora y funcionaria acaba de publicar su primera novela, un policial ambicioso y entretenido sobre el que habla en esta nota. También opina sobre el presente de la democracia y sobre el juicio a Alberto Fernández por violencia de género y explica por qué el tiempo de la política activa ya pasó para ella

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Vilma Ibarra: "Yo en la
Vilma Ibarra: "Yo en la vida casi todas las cosas tuve que intentarlas muchas veces para hacerlas bien".

En términos de formatos literarios vivimos un tiempo de nouvelles, de autoficción y de novelas de no ficción. De relatos cortos, de mucho género híbrido y de autobiografías noveladas con algunos nombres cambiados. Vivimos un tiempo en el que todo lo que se escribe puede ser llamado “novela”. Hace muchos años Tomás Eloy Martínez decía algo así como que si en la tapa, debajo del título de un libro dice “novela”, con eso alcanza: es una novela. Pero Vilma Ibarra no parece regirse por las modas literarias y quiso que su primera novela fuera otra cosa, una ficción de orden más clásico, si se quiere, una suerte de tributo al policial, uno de los géneros que cultiva como lectora. Cuando comenzó a escribir, no sabía qué podía pasar con su deseo de escribir ficción. Ahora lo sabe: por estos días ese thriller se está presentando en sociedad.

La última mamushka es una primera novela, pero en su construcción se advierten desafíos que solo se permiten autores experimentados o personas que se animan a enfrentar objetivos que a priori pueden parecer fuera de su alcance. Vilma Ibarra (1960) es abogada, militante de derechos humanos y activista feminista. Como política fue legisladora de la Ciudad, senadora y diputada de la Nación y secretaria Legal y Técnica de la Presidencia, durante el gobierno de Alberto Fernández). Tanto desde el Congreso como desde el gobierno, Vilma estuvo a la cabeza de leyes históricas como la de Matrimonio Igualitario, la de Igualdad de Género y la del Aborto seguro y gratuito. Pero ese tiempo, el de la política activa, ya pasó, y lo explicará en un rato, cuando durante la presentación de su novela le diga a Claudia Piñeiro que escribir esta novela ha sido uno de los logros que más felicidad le dio.

Pero antes, una postal y una reseña. El viernes 4, la librería Libros del Pasaje de Palermo estallaba de gente entusiasta y emocionada, con ganas de escuchar hablar del libro y felicitar a su autora. La última mamushka, como bien reseñó Claudia Piñeiro esa tarde, “despliega una serie de asesinatos, múltiples historias que se van encastrando —como las mamushkas del título— y distintos tiempos narrativos”. Los crímenes ocurren en ambientes familiares para su autora como el de la política y los organismos de derechos humanos. Los escenarios también son importantes en su vida: Buenos Aires y Necochea. Hay un diputado ambicioso que se presenta como progresista y al que las cosas se le complican por una serie de crímenes que son investigados como sucesos policiales aunque todo indica que están vinculados entre sí. Hay temor por un posible escándalo: las víctimas eran personas del entorno del diputado o vinculadas con su despacho...

"La última mamushka" fue publicada
"La última mamushka" fue publicada por Planeta.

“La novela de Vilma empieza como empiezan muchas buenas novelas policiales: con un capítulo estremecedor, de esos que de entrada te hacen sentir que algo decisivo va a ocurrir. Y antes de que termine el capítulo, sucede”, dijo también Piñeiro en la presentación. Hay sexo, violencia de todo tipo, dolor, miedo y acción. Pero hay más, porque la novela es también una narración acerca de la mugre en la política, la herencia de la dictadura, los favores entre poderes y el lugar de las mujeres en ese mundo y, todo esto, desde la mirada y las ideas de una insider.

Como no podía ser de otro modo, el de Vilma es un policial feminista y no porque haya entre sus páginas abundancia de teoría o bajada de línea sino porque, aunque el narrador en tercera persona que enhebra el relato habita cada uno de los personajes que narra –incluso los más violentos, misóginos o prejuiciosos–, la mirada de la autora, su perspectiva, se cuela por los entresijos.

Los personajes son muchos y no son estereotipos: hay una multitud de historias y personalidades reconocibles, lo que no quiere decir que sean reales aunque sí verosímiles. A propósito de esto, Claudia Piñeiro dijo que se trataba de personajes tridimensionales. “Tridimensionalidad es hablar de personajes con carnadura, que no son planos, que tienen pliegues, costuras, reveses, grises”, explicó.

Algo particularmente interesante y logrado tiene que ver el presente de La última mamushka, transcurre en 1996, tiempo de beepers en el que muy poquitas personas tenían celular y, naturalmente, todavía no eran los inteligentes que hoy nos permiten comunicarnos, informarnos, entretenernos y también trabajar. En ese momento tener celular significaba llevar el teléfono encima, solo para hablar. Y ya era un montón.

Con una prosa ágil y sin ripios y un ritmo entretenido, la novela consigue transportarnos a esa era en la que todos fumábamos mucho y teníamos más tiempo para conversar y mirar a la persona que teníamos enfrente, sin chequear mensajes ni desesperarnos por la novedad que nos estamos perdiendo. Pero esa decisión narrativa no tiene solo que ver con la nostalgia ya que es la trama misma la que se desarrolla apoyándose en esa elección cronológica y eso en sí es un hallazgo.

Vilma Ibarra construyó a su manera un policial que es también una novela histórica y no solo por aquellos capítulos datados en las década del 40, el 50, el 60 o el 70 que cuentan el origen de lo que vendrá sino, justamente, por ese 1996 en el que el regreso de la democracia no había cumplido ni 15 años y los fantasmas de la dictadura resoplaban en la nuca de todos, los correos electrónicos eran una herramienta para pocos y atrevidos, y todavía se escribían cartas, lo que hacía que dentro de un sobre te pudiera llegar el dinero que estabas necesitando o una declaración de amor sorpresiva pero también la información más cruda sobre el terrorismo de Estado o el testimonio inesperado acerca de tu origen, que podía en cinco líneas dar vuelta tu vida como un guante.

Lo que sigue es un material particular. Por un lado, resume mucho de lo que conversamos con Vilma Ibarra durante la presentación del libro, pero también contiene otras preguntas y respuestas que tuvieron lugar horas después.

Una imagen de la presentación
Una imagen de la presentación de "La última mamushka" en una librería de Palermo.

— Quiero que vayas a la historia de la novela o, mejor, primero me gustaría preguntarte si siempre supiste que ibas a intentar escribir una novela. Empecemos por ahí.

— Yo fui lectora desde muy chiquita. Tenía 11, 12 años, y mi mamá me llevó al médico porque estaba leyendo Lo que el viento se llevó. Y estaba, no sé, en el incendio de Atlanta, y mi mamá estaba horrorizada porque yo no quería ir al club porque estaba fascinada con esta historia. Me llevó al médico para ver si yo tenía algún problema. Menos mal que cayó con un médico piola que le dijo “Come, tiene amigos, juega, duerme. Señora, déjela vivir en paz. Hay otras que miran la tele, ella le gusta su fantasía”. Pero lo cierto es que en la primaria yo tenía una amiga que era muy lectora porque los padres eran muy lectores y también nos introducían en la escritura. Y a los 12 años me puse a escribir con una amiga una novela de aventuras. Después la vida me llevó por muchos lugares, pero siempre pensé que me imaginaba escribiendo. Y la primera imagen que me vino de esta novela fue la idea del asesino.

— Ahí volvemos a eso. Estás contando que la primera novela que intentaste escribir era de aventuras. ¿Volviste escribir novelas después?

— No… Una vez, sí. Y la abandoné allí y…

— ¿Era un policial?

— No, y creo que no era buena. Y después pude pensar: yo en la vida casi todas las cosas tuve que intentarlas muchas veces para hacerlas bien. No soy de las personas que arrancan y me salen bien. Soy de las que tengo que pelear. Viste que hay gente que es híper talentosa y que arranca con algo y le sale bien.

— ¿Vos decís que tenés “problemitas”?

— Yo digo que yo tengo que intentar; me pongo obsesiva, un poquito, sí (risas).

— Volvamos a La última mamushka. ¿Cuál fue esa primera imagen? ¿Cuándo dijiste “voy a volver a escribir”, voy a volver a intentar a ver si soy buena escribiendo una novela?

— Arranqué creo que en 2018, antes de que entrar al gobierno. Trabajaba en la actividad privada, era un trabajo en el que me iba bien pero no era que estaba re estimulada, y tuve ganas de buscar un proyecto que me estimulara. Y después arranqué en el gobierno en el 2019 y medio que frené ese proyecto. Retomé en el 2023, cuando le envié a Claudia (N. de la R.: habla de Claudia Piñeiro) un borrador de unas 100 páginas. Creo que su estímulo fue lo que me permitió tener confianza para seguir. Y como te decía, la primera imagen fue la idea del asesino, la historia en sí. No quiero spoilear. Y después ya me ponía obsesiva. Yo ando mucho en bicicleta, voy con mi amiga Nora, y a veces andando en bici yo le decía: “qué lugar bárbaro para tirar un cadáver. Éste es un lugar espectacular para dejar un cadáver”. (Risas)

— Hay varios crímenes en la novela. ¿Siempre pensaste que iba a ser un policial con muchos muertos?

— No.

— O sea que fuiste sumando muertos en la escritura.

— Sí, fui sumando. Pero además me iban apareciendo personajes. Yo no tenía experiencia. Entonces se me fue armando y lo que hacía era tratar de hacer personajes creíbles. Siempre sentí que para definir a una persona a veces alcanza con un gesto. Hay gestos maravillosos y lo que yo digo el “gesto desgraciado”, que es cuando te encontraste con el buen mozo que te encanta y de repente dijo eso que no tenía que decir, viste. Como que de repente salió y dijo: no, que esto de los desaparecidos es todo mentira, el curro de los derechos humanos. Y te quedas así y decís: guau, qué hago acá. Y, después, hay sutilezas. La forma de alguien de tratar a un mozo... Los modos en que uno se contacta con los otros a veces te muestran mucho más quién es alguien que toda una narración.

Vilma Ibarra: "Mi condición de
Vilma Ibarra: "Mi condición de mujer marcó cada punto de mi vida". (Foto: Ale López)

— Los personajes son muchos, cada uno con una historia detrás. ¿Cómo te ordenabas para trabajar la trama?. ¿Armaste cuadros? ¿Fichas?

— Tenía fichas, que además las tenía que ir modificando a cada rato porque mi cabeza se iba modificando. Tenía además anotaciones a mano. Tenía una línea de tiempo y me agarró como una obsesión de que no fuera contradictoria, entonces anotaba un montón de cosas. El día que vio a Fulano, que hizo esto, que pensó tal cosa.

— ¿Mientras estabas escribiendo decías: acá falta un personaje y aparecía un personaje? Pregunto porque muchos de esos personajes son bien complejos y con historias súper interesantes que podrían haber sido cada uno de ellas un relato aparte digamos, ¿no?

— No, me iban apareciendo las escenas que tenía que resolver y ahí me aparecía el personaje. Qué sé yo, por ejemplo, uno de los protagonistas, el investigador, que es un operador político, el Tano Santangelo: yo al principio había pensado en inspirarme en alguien para construirlo pero salió otra cosa, totalmente distinta.

— Hablás en tu novela de universos que conoces muy bien como el de la política, el de los organismos de derechos humanos, incluso el mundo del periodismo lo conocés muy bien desde tu lugar.

— El de la Justicia.

Claudia Piñeiro y Vilma Ibarra.
Claudia Piñeiro y Vilma Ibarra.

— Y el de la Justicia. Esas internas las conocés. Pero todos los personajes de la novela son creaciones, según decís.

— Sí, todos. No hay ninguno ni ninguna para el que me haya inspirado en alguien real. El único con el que quise al comienzo inspirarme en alguien real, se me fue para otro lado.

— ¿Alguno de los personajes te costó más que el resto?

— Hay uno que me costó muchísimo construir. Pero es un personaje que yo amé profundamente, que es María. Para mí es un personajón. Me costó muchísimo.

— ¿Por qué?

— A ver, primero porque yo la sitúo en el mundo de la música. Yo amo la música, vivo con música, pero sé muy poco de música y acá está mi amiga Verónica, que me ayudó con eso y que me enseñó a amar más la música.

— Sin recurrir al spoiler podemos decir que María canta.

— María canta, está en un coro. Es un personajón. Y yo sentí que ese personaje se merecía todo mi respeto. O sea, yo la admiraba mucho… Y es un personaje contradictorio. Tremendo. Con cosas duras, incluso que ella misma hace. Y, no sé, poder sentir que no tenía que dar ninguna justificación sino mostrar cómo ella atravesaba esa historia hizo que fuera el personaje más desafiante, en ese sentido. Tal vez porque era de un mundo muy ajeno al mío. Entonces vos decías soy una insider en la política, en ese mundo soy una outsider.

— Claro.

— En el mundo de María, y de la historia, por la familia de la que viene, qué sé yo, yo soy una outsider. Yo puedo ver cosas que sé que van a definir a un personaje si es del mundo de la política. Conozco Necochea, entonces sé cómo puede ser el empleado público necochense cuando uno va y le pide algo y discute. O sea, Necochea es un terreno importante porque ocurren escenas importantes. Es una ciudad a la que amo profundamente. Y yo creo que transmito lo bueno y lo malo. Qué sé yo, para mí no es bella, pero yo la amo y esas playas me matan de amor. Y ese bosque y a veces ese viento duro, a mí me enamora. Desde muy chiquita que para mí es casi mi pueblo. Pero entonces creo que eso sí intenté transmitirlo y no en una descripción sino en los sentimientos de la gente que está ahí.

— En Niebla, la novela de Unamuno, el personaje se le rebela al autor y le pide que no lo mate. ¿Te pasó en algún momento cuando te tocaba “matar” a alguno de tus personajes que se te rebelaba?

— Ah, sí. Yo siento culpa. Un par de veces soñé con lo que había escrito y dije: “Tremendo, por qué hice esto”. Y me pasó con dos personajes, sí.

— En este año aparecieron libros de distintos géneros que tratan cuestiones que tienen que ver – todavía – con la dictadura. Es notable cómo esos traumas se continúan en el tiempo cuando parece que ya se dijo todo y que el tema se abordó de todas las maneras posibles. En tu novela aparece la herencia de la dictadura en la política pero también en la vida y en la sociedad. ¿También supiste de entrada que tu novela iba a tratar sobre ese tema?

— Yo supongo que sí porque son cosas que a una la marcaron en la vida. Hay cosas que siento que me marcaron en la vida, entre ellos dictadura y democracia. Mi condición de mujer marcó cada punto de mi vida. O sea, yo siento que por ser mujer viví, no viví, tuve miedos, tuve deseos, tuve angustias, por ser mujer. Entonces eso para mí es muy fuerte. Y el Nacional Buenos Aires, que también aparece en la novela. Un lugar de amor y un lugar de dolor porque yo viví en el Nacional Buenos Aires tres años de democracia y tres de dictadura. Y todos allí fuimos felices, gritamos, y hemos llorado y hemos temblado. O sea, todo junto. Entonces yo creo que son tres hitos muy grandes, que me marcaron mucho.

"Si no se presenta una
"Si no se presenta una coalición potente que haga un compromiso sobre un programa y no sobre figuras que pueden captar votos, va a ser muy difícil recuperar la credibilidad frente a la sociedad" (Vilma Ibarra)

— Hablás de lo que significa ser mujer como marca y pienso en lo que son las convicciones de una persona que se decide a escribir, a ser autora. En la novela, más allá de que hay un narrador que se ocupa de adentrarse en cada uno de los personajes, se advierte una especie de mirada sobre el mundo, una perspectiva de género. ¿Cómo viviste eso de escribir sobre personajes que están completamente en contra de tus principios?

— No me enojaba. No me enojaba nada. Yo fui criada en una familia muy machista. Mi mamá me enseñaba a planchar puños de camisa porque de verdad creía que era lo que tenía que hacer una mujer. Y porque a ella le habían enseñado eso, ella me enseñaba con mucho amor lo que sentía que era lo mejor para una mujer, y eso esperaba de mí. Y yo sentí muy fuerte esa demanda. Y cuando una conoce los feminismos, conoce un mundo y empieza a ver y todo empieza a cuadrar: ah, por eso era esto. Viste que una empieza a mirar y a escuchar todo distinto. Con la novela hice un trabajo que fue tratar de entender y eso me llevó también mucho trabajo con mi propia familia, con mis amigos, en la política. Es un trabajo que las mujeres tenemos doble, ¿no? Saber estas cosas y después comprender que no todos o todas ven algunas cosas o pueden problematizarlas o comprendernos. Y eso yo traté de bajarlo. A mí en la novela cada una de esas escenas no me enojaba. Lo vi, lo viví, lo olí en cada parte de mi vida.

Una imagen de las mujeres
Una imagen de las mujeres afuera del Congreso a la espera de la votación en el Senado por el debate sobre la legalización del aborto el 30 de diciembre de 2020 en Buenos Aires (Argentina). EFE/ Juan Ignacio Roncoroni/Archivo

— Ahora, una cosa es cuando uno ve escenas muy tremendas o piensa en frases de los años 40, 50. El año 96 está bastante más cerca y una entonces creía que se había avanzado mucho. ¿Qué te pasó cuando empezaste a reconstruir lo que tiene que ver con el 96?

— No, hay personajes que sí son durísimos. No, con esos no comprendo un carajo. Pero no me enojo en la escritura; sí me duele. Había algunas escenas –no las voy a spoilear– donde me costaba. Yo trabajaba con un corrector (N. de la R: Shunko Ilárraga), un genio, un hermoso al que quiero y le debo mucho, y yo le decía: “tratá de verlo vos, porque me cuesta volver a leerlo”. No es una novela durísima, para nada, es una novela policial de mucha acción…

— Bueno, hubo momentos en que como lectora yo tuve algo de miedo.

— A mí no me pasó.

— ¡Pero vos la escribiste!

— Claro. No, lo que me pasó es que algunas situaciones me dieron mucho dolor. Había párrafos a los que me costaba volver porque me angustiaba. Pero después planeé, al revés, toda la recorrida policial, que a los que amamos los policiales nos pasa que hay algo que tiene el policial que es que te permite entretenerte, tener esa intriga de tener por un lado el perseguido y por otro, el perseguidor. La persecución es algo muy seductor. Siempre estamos por la vida persiguiendo y descubriendo cosas. Pero además te permite explicar otras cosas, explicar personajes. Explicar qué nos pasa a los argentinos y argentinas porque de repente aparece la política, que en realidad está en todo momento pero no es un thriller que está hablando de debates políticos, para nada. Es una investigación vinculada a temas políticos, a temas de la historia argentina.

— ¿Elegiste datar el presente en 1996 por la cuestión tecnológica? ¿Te servía para lo que querías contar en términos de la investigación que no pudiera haber acceso tan fácil a la información como el que hay hoy?

— Es eso, sí. Yo tenía ganas de trabajar en un escenario donde no estuviera todo en el celular. Un escenario en el que tenés que acordar un horario para encontrarte. En esa época todos los que estaban en la actividad política o los periodistas tenían beeper y el celular para después llamar porque te costaba un huevo llamar y atender el celular: te cobraban la llamada de ida y vuelta. Entonces, ese momento de transición tecnológica me pareció interesante para situar a los personajes ahí y ver qué podían hacer y cómo se conectaban con ese comienzo de una época tan desafiante.

— En la novela la política es clave. Aparecen temas como el financiamiento de la política y también el de la pauta en relación a los periodistas. O sea, aparecen muchos de esos temas de los que se hablan todo el tiempo, incluso hoy. Hasta aparece un personaje bastante central que es el secretario legal y técnico. Y vos pasaste por ahí, por ese cargo. Estamos hablando de todo esto y no puedo no preguntarte: ¿volverías a estar en un lugar central en la política?

— A ver, yo me siento un poquito fuera de época en este sentido. ¿Qué es lo que quiero decir? Yo soy una persona formada para explicar, para que escuchen mis argumentos, escuchar los argumentos de los otros, analizar, reflexionar y tomar decisiones. En esta época de recortes cortos, pum, pum, te tiro los trolls, no puedo ser escuchada. No sé cómo discutir. Presiento que es un momento en el que mis herramientas no me están sirviendo. No quiero decir que sea mala la época.

— Podés decirlo.

— No, no, es que siento que yo no tengo las herramientas. Qué sé yo, me acuerdo de mi papá tratando de entender cómo funcionaba una computadora. Acá hay algo que tiene que ver con la reflexión, yo soy una persona muy reflexiva. La gente que laburó conmigo en la Legal y Técnica saben el esfuerzo de rigurosidad que yo pongo para trabajar. Después me puede salir bien o mal, como a cualquiera. Pero trato de rodearme de gente que me desafía, que sabe más que yo. Yo necesito gente que me interpele, que sepa más, que me enseñe, porque me encanta aprender.

— Vos sentís que hoy no hay espacio para eso.

— Siento que no hay espacio para expresarme. Capaz que hay gente que tiene esa cosa rapidita. Yo quiero explicar un argumento y a mí me mandan trolls con un recorte así, y no sé qué hacer con eso, entendés. Entonces no la paso bien, porque yo quiero explicar. Y, además, a mí hay cosas que sí me duelen, entonces me cuesta moverme en estos términos. La última época que estuve en el gobierno yo sentía que de repente estabas en reunión y parecía que todos estaban de acuerdo. Y salían y al rato agarrabas las noticias en internet y habían hecho 85 operaciones. Vos decís: ¿pero no es que estábamos todos de acuerdo? ¿Qué pasó? Y me doy cuenta que no sirvo para eso. Yo no soy mejor, solo no sirvo para hacer eso. No quiero decir: ay, yo, pobrecita. No, para nada. Porque capaz que es una herramienta posible pero no la sé usar, entendés. Entonces, si me preguntás: no la pasaría bien en esta época, me costaría mucho. Y no tengo ganas. Siento que ya peleamos. Peleamos la Ley de Matrimonio Igualitario. Ley de Identidad Género. Sacamos la Ley de Aborto. Fueron alegrías únicas. Yo hice mi aporte en lo que pude. Quise hacer lo mejor cuando estuve en el gobierno y ahora quiero relajar y poder dedicarme a algo que me gusta, que puede ser escribir.

Hoy vivimos una situación muy
Hoy vivimos una situación muy compleja, están en riesgo consensos básicos democráticos", dice Ibarra. (Foto: Ale López)

— En el presente de La última mamushka, que transcurre en 1996, la discusión que se da es a propósito de una tercera fuerza política progresista que contemple o no el peronismo. Hoy el escenario es todo lo opuesto. Me gustaría saber qué pensás de este presente, sobre todo porque, más allá de tus críticas previas al kirchnerismo, formaste parte del gobierno anterior que, más allá de los matices, fue un gobierno del peronismo y terminó, como sabemos, siendo una gran decepción para la mayoría.

— Sí, en la novela hay como un telón de fondo de un diputado que se percibe progresista y que tiene ante sí la disyuntiva de acercarse o no al peronismo porque sabe que no cuenta con fuerzas como para llegar al gobierno si no hace alianzas, es un debate que algunas décadas atrás estuvo presente. Las experiencias de coaliciones en nuestro país demostraron que fueron más útiles, más pensadas en conseguir votos y ganar elecciones y para eso fueron eficientes, pero que no necesariamente eso significaba que había un plan político y económico consistente para llevar a cabo transformaciones. Hoy vivimos una situación muy compleja, están en riesgo consensos básicos democráticos, no solo memoria y justicia, sino también hay un proceso de destrucción sistemática del Estado, están en riesgo la salud pública, la educación pública, el empleo. Venimos de años de aumento de la pobreza, hay endeudamiento de las familias. Y todas estas cosas, con un endeudamiento externo condicionante y gravísimo, creo que exigen otro debate. Hoy ya no alcanza con pensar en cómo ganar elecciones y tener un buen candidato o una buena candidata para hacerlo, sino que hay que hacer coaliciones amplias, basadas en determinados puntos de transformaciones. “A esto nos comprometemos, para esto vamos a poner nuestros diputados y nuestras diputadas, senadores y senadoras, vamos a poner las fuerzas en el Congreso”. Y tienen que abordarse temas que no pueden faltar como deuda externa, la Justicia, que está en uno de los momentos de desprestigio más tremendos de nuestra historia, pobreza, reforma tributaria sin dudas y temas como narcotráfico y desarrollo industrial. Creo que estas cuestiones son ineludibles y que si no se presenta de verdad una coalición potente que haga un compromiso sobre un programa y no sobre figuras que pueden captar votos, va a ser muy difícil recuperar la credibilidad frente a la sociedad.

Una imagen de los manifestantes
Una imagen de los manifestantes durante la discusión por el matrimonio igualitario. Vilma Ibarra fue una de las autoras de la ley. FOTO NA: JUAN MABROMATA/AFP PHOTOzzzz

— Sos feminista y activista, fuiste la cabeza detrás de leyes históricas para las mujeres y las disidencias y tiempo atrás tuviste además un vínculo sentimental de muchos años con el ex presidente Alberto Fernández. ¿Cómo viviste y cómo vivís las denuncias y el juicio por violencia de género que le inició su ex esposa y todo el episodio y el escándalo alrededor de este tema?

— Yo me enteré de las noticias, como todo el mundo, por los medios y lo viví con mucho dolor. Las feministas peleamos muchos años para que las denuncias por violencia de género de las mujeres se tomaran en serio, se tomaran las medidas protectivas en forma inmediata y se iniciaran investigaciones. Esto muchas veces no sucede así, debemos estar muy conformes con que en este caso desde el minuto uno se tomaron las medidas de protección necesarias y se dispuso una investigación. Ahora lo que se necesita es que la justicia actúe en forma imparcial, independiente, que haga una investigación amplia y que den respuesta fundamentada y seria, porque para los argentinos y argentinas esta respuesta es una deuda. Saber si pasó, qué pasó y, por supuesto, si efectivamente sucedió, que se tomen las medidas del caso y si no sucedió, también. También, como vos decís, yo tuve un vínculo personal con Alberto Fernández, fuimos novios varios años. Solo puedo decir que en lo que hace a nuestra relación jamás tuvo una actitud semejante, no hubo ninguna situación de violencia. Yo soy una persona firme, de carácter fuerte, no solo no lo hubiera permitido o hubiese hecho la denuncia en su caso, pero jamás hubo una escena semejante. Al revés, siempre hubo cuidado, cariño, nada de eso. ¿Qué significa esto? Nada, significa solo lo que estoy diciendo, que en la relación conmigo esto no sucedió. En la denuncia que existe lo que hay que hacer es lo que tiene que hacer cualquier sociedad justa y democrática, investigar y llegar a respuestas y darlas a la sociedad argentina porque fueron dos personajes públicos muy importantes y Alberto Fernández fue un presidente elegido por la gente y ella tomó la decisión de ser primera dama y participar en ese rol en la vida pública argentina.

Recién cuando hablábamos de la política usaste una primera persona del plural rara. Fue cuando hablabas de cómo debería ser una coalición y dijiste “A esto nos comprometemos, para esto vamos a poner a nuestros diputados y diputadas”. Sonó extraño.

— ¿Viste lo que me pasa? Es como vos decías acerca del narrador omnisciente: yo me estaba poniendo en la cabeza de quienes arman esa coalición. Pero no tengo ganas de un cargo electivo, eso ni hablar, pero tampoco en un ejecutivo. Acompañaría, voy a ir a todas marchas. Soy una persona súper entusiasta con la política y creo que es muy importante participar siempre. O sea, no me imagino la vida apartándome porque me siento parte de las cosas que pasan cada día. Yo creo que ya hay un montón de generaciones nuevas, gente que viene con ganas, con cosas, con construcciones. Y creo que esa renovación es necesaria. Estoy conforme con muchas cosas que hice, con otras no tanto, pero como siempre, se aprende.

— En la página 52 de la novela hay una frase que dice el vecino de Laura, un personaje que solo aparece en ese capítulo: “Todos los políticos son iguales, prometen y no cumplen, pero siempre roban”. Contame qué sentías cuando escribiste esa frase.

— Y… escuchaba a muchísima gente que ve las propagandas o escucha los noticieros, que tampoco está tan interesada en la política ni discrimina tanto, tiene demasiado con su propia vida, con llegar a fin de mes, con la enfermedad de la cuñada. Y, cuando las cosas no se solucionan, lo que siente es eso. Una se encontró en la vida con muchísima gente que tiene esa sensación, que los políticos prometen para que uno les dé el voto pero, después, en la vida de la política hay un montón de gente que se rompe el alma. Hay otra gente que roba, hay otra gente que no le importa y se lleva el sueldo. Ahí se ven las diversidades que somos.

Claudia Piñeiro habló sobre la
Claudia Piñeiro habló sobre la novela de Ibarra en la presentación y elogió la construcción de los personajes. En esta foto, con la autora.

— Insisto: al Congreso tampoco volverías, ¿no?

— ¡No! A eso mucho menos.

— Después de ver algunas escenas esta semana me imaginé esa respuesta.

— Seguro que no. A una campaña electoral, tampoco. Pero es buen momento para decir que estoy empezando la segunda novela, con otros escenarios de la Argentina. Es otra historia pero hay un par de personajes de La última mamushka que pueden llegar a estar. Estoy en eso.

— ¿Es también un policial?

— Por supuesto. Yo necesito un cadáver al arrancar. Cadáver, romance, comida, sexo, intriga: todo eso es muy importante.

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