
La última vez que Hervé Le Tellier vino a la Argentina fue para participar de un homenaje a Julio Cortázar en el año 2007. Y también antes, mucho antes, por motivos que ya ni recuerda, uno treinta años atrás. Esta vez cruzó el Atlántico para participar del festival Puerto de Ideas en Valparaíso y ensayó lo que llama un “saltito de pulgas”: fue a Santiago, luego a Montevideo y cayó en Buenos Aires. ¿Qué significa para un francés como Le Tellier este pedazo de tierra austral? “Algo muy importante, sí”.
Desde el recuadro de la pantalla, vestido de negro, esquivando una tos persistente, Le Tellier confiesa que Argentina le interesa, fundamentalmente, “por sus escritores”: “Los que más me han influido son Bioy Casares, Borges y Cortázar. Además, en el movimiento de los oulipianos hay un argentino que se incorporó hace poco: Eduardo Berti”. Cuando la traductora a su lado completa el párrafo, él agrega: “Lo que sucede también es que es muy difícil estar en París y no conocer a algún argentino”.
El volantazo inicial
Hasta los veinticuatro, Le Tellier se dedicó a las matemáticas. Su camino era ese. Mientras tanto, en simultáneo, escribía poemas y novelas cortas. Y leía, por supuesto: libros y libros que se adherían a su sensibilidad como una enredadera que crece en silencio. Estaba haciendo su tesis cuando decidió dar el volantazo. “Para dedicarse a la matemática hay que ser realmente un excelente matemático”, dice. Fue el periodismo el que le abrió la puerta. De pronto, todas esas lecturas comenzaron a hablarle.
“Con la lectura siempre tuve una relación basada puramente en el amor. No estudié Letras ni me dediqué a leer libros por imposición. Fue por amor que encontré a Montaigne, Rabelais, Diderot, Stendhal, Hugo, los clásicos del siglo XIX. En realidad empecé antes, de adolescente, con ciencia ficción, aventuras, Stephenson, H. G. Wells. Fui desarrollando un gusto personal que se reflejó en mi escritura. Esto se sumó a la cultura del siglo XX que me influyó: Malraux, Romain Gary, Italo Calvino“, agrega.

El laberinto de Oulipo
Tenía treinta y cinco años cuando Paul Fournel le habló de Oulipo. Era su editor en un sello histórico de Francia, Seghers, fundado por Pierre Seghers en 1944, donde acababa de publicar sus dos primeros libros: Sonates de bar y El ladrón de la nostalgia. “Paul me dijo una vez: ‘Venite a una de nuestras reuniones’. Yo en ese momento no sabía ni siquiera que existía el movimiento de los oulipianos, pero me encontré con gente realmente encantadora. Eran todos muy adorables y muy simpáticos”.
La conexión tenía sentido. Al grupo Oulipo —acrónimo de ouvroir de littérature potentielle: taller de literatura potencial— lo fundaron en noviembre de 1960 un escritor y un matemático: Raymond Queneau y François Le Lionnais. Literatura experimental pero sobre todo metódica. Ellos mismos se imponen reglas y llevan al límite ese universo. “Nos gusta definirnos como ratas que deben construir ellas mismas el laberinto del cual se proponen salir”, resumió Marcel Bénabou una vez.
“Me gustó mucho esa reunión. Cuando me invitaron a formar parte, dije que sí, sin dudar. En realidad, cuando nos hacen la propuesta, ya la decisión ha sido tomada de manera unánime entre ellos y simplemente te lo proponen para que uno confirme que quiere ser parte, pero en realidad la decisión ya había sido tomada. A Cortázar se le propuso y él dijo que no porque tenía sus motivos, básicamente no quería pertenecer a un grupo que no fuera abiertamente político ni que apoyara el guevarismo”, cuenta.
La política de la literatura
La relación entre Cortázar y los oulipianos abre un debate en torno a la tensión entre política y literatura. “Nuestro grupo no toma posiciones políticas abiertas, no es un grupo político, sino de trabajo literario”, explica Le Tellier. “Luego cambió de opinión, pero parte de las reglas de los oulipianos es que, si alguien rechaza ingresar, es un rechazo definitivo y no se puede volver atrás. Creo que es algo que todos lo lamentamos mucho. Cortázar, en realidad, no planteaba un argumento que no tenía sentido”.

“Se podría pensar que el grupo de oulipianos tenía que tener una cierta afinidad. Casi todos los miembros de Oulipo, sobre todo los de mayor edad, pertenecieron o fueron miembros de la Resistencia. Calvino, por ejemplo, estuvo en el servicio secreto de De Gaulle y era parte de la Resistente italiana. No era absurdo lo que Cortázar planteaba, pero creo que Oulipo existe desde hace tanto tiempo porque no plantea una postura política abierta; eso lo desviaría de su propósito original", asegura.
Le Tellier lee en la experiencia del surrealismo unas cuantas lecciones: “Tenían una postura tan fuerte políticamente, lo que hizo que, con el paso del tiempo, llegara casi a desaparecer: por lo que sucedía con Breton, por el apoyo abierto a Trotsky y por la disputa de Aragón“. En contraposición, “la longevidad de Oulipo tiene su base en esta falta de afinidad política declarada”, lo que, confiesa, “nos ha llevado a atravesar numerosas crisis políticas... justamente por esta falta de postura política clara”.
El juego de toda novela
¿Qué puede hacer la literatura en un mundo que se presenta despolitizado y superficial? Una respuesta, dice, está en su nuevo libro, que en enero próximo, llega a las librerías: El nombre en el muro (Le Nom sur le mur), traducido por Pablo Martín Sánchez, narra la historia de un joven de la Resistencia, André Chaix, que muere a los veinte años. “Su nombre estaba grabado en una pared de mi casa de campo. Encontré una caja que tenía sus fotos, su identificación, su permiso de trabajo”, cuenta.
“El nombre en el muro se transformó en una reflexión sobre el compromiso político, sobre el fascismo, sobre la juventud y sobre la necesidad de tomar la decisión correcta en el momento correcto”, dice y asegura que en todos sus libros “hay una tensión en cuanto a la relación con la política y con la economía del momento”. Y nombra su gran éxito, La anomalía, que lo arrojó a la masividad al ganar el Premio Goncourt, con el que pasó de 30 mil o 40 mil ejemplares “a vender cincuenta veces más”.

“En La anomalía hay una abogada que tiene que pagar un tratamiento muy costoso para su hermana. Eso no tiene sentido en Francia, donde la salud es gratuita, pero en Estados Unidos es diferente. También se trata la libertad sexual, la homosexualidad en África, las consecuencias del cambio climático por la construcción excesiva de edificios. La idea fue abordar estos temas desde una perspectiva relativamente discreta que le permiten al lector reconocer una posición política dentro de esa ficción”, asegura.
“Por supuesto, es una suerte de manipulación porque el lector no puede objetar lo que le está pasando a un personaje de ficción. Si lee una opinión que no le gusta o que va en oposición a su postura, es ficción. Ese es el juego de toda novela. Lo vimos en Madame Bovary, en Stendhal, en Balzac. A mi divierte leer cómo escritores, que se presentan abiertamente como escritores de derecha, me llevan sutilmente a su terreno, a su ideología: Céline, Houellebecq o La Rochelle. Aprecio y reconozco esa habilidad".
El principio de placer
“Antes recomendaba libros y ahora me encuentro, frente a mis amigos, recomendándoles series”, confiesa Le Tellier. “Creo que nos corresponde proponer libros que puedan llegar a los corazones del público, que puedan emocionar, pero no en detrimento de que sigan desarrollándose las series y las películas. Me parece que los autores a veces tienen que salir un poco y ver lo que está pasando a nivel narrativo en esos otros formatos”, afirma. The Wire y Breaking Bad son sus favoritas.
“Ser condescendiente o despectivo con respecto a este formato no es algo adecuado, porque nos aleja del principio de placer”, sostiene este autor francés de 68 años, mientras lucha con una tos persistente que se le instaló en los últimos días. ”El principio de placer tiene que ser una coordenada que nos guíe", asegura con firmeza. “No me parece que sean formatos que estén en lucha”, concluye. En este momento está trabajando en una adaptación de La anomalía. Muy pronto será una serie.
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