
El 15 de noviembre de 1886, en Buenos Aires, nació Baldomero Fernández Moreno, figura icónica de la poesía argentina. A lo largo de su carrera reflejó en distintas obras la identidad de los barrios porteños y el campo argentino. En el aniversario de su natalicio, resalta el valor permanente de sus poemas, que dialogan con costumbres, paisajes y emociones de distintos tiempos.
Durante más de tres décadas, Fernández Moreno se destacó como un creador de imágenes emocionantes y sencillas. Logró conjugar la sensibilidad con el entorno familiar y público. Sus versos aparecen en la base del Obelisco porteño y en la memoria de quienes valoran la poesía argentina. Su muerte dejó un legado que aún inspira a nuevas generaciones.
Quién fue Baldomero Fernández Moreno
Baldomero Fernández Moreno provenía de una familia de origen español que atravesó cambios económicos drásticos. Durante la infancia, vivió en Bárcena de Cicero, España, hasta su regreso, en 1897, a la Argentina. De acuerdo con cultura.gob.ar, entre sus recuerdos figuran las raíces españolas y los desafíos económicos.

Al regresar a Buenos Aires, cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde accedió a la obra de poetas nacionales y americanos como Echeverría, Obligado y Campoamor. Ese contacto lo convirtió en un lector constante y apasionado. Sin embargo, su vocación profesional lo llevó a estudiar medicina, carrera que completó en 1912, mientras afrontaba obstáculos económicos familiares severos.
El ejercicio de la medicina no lo alejó de la poesía. Hizo prácticas en el Hospital Español y en otras instituciones, pero su vocación literaria predominó. Así publicó su primer libro de poemas, Las iniciales del misal (1915), que ya revelaba su mirada singular y una voz definida en la lírica porteña. Adoptó un estilo más realista, utilizando un lenguaje llano y directo, alejado de lo ornamental y abstracto.
En el plano personal, su vida estuvo marcada por tragedias familiares. Tras casarse con Dalmira del Carmen López Osornio, perdió a dos de sus cinco hijos, lo que impactó en su visión y en su producción poética. Gran parte de sus escritos posteriores adquirieron un tono más sombrío, como se aprecia en el volumen Penumbra, editado después de su fallecimiento.

Fernández Moreno murió el 7 de julio de 1950. Tenía 63 años. Sus últimos años estuvieron signados por problemas de salud y episodios depresivos, lo que sumó mayor profundidad a las temáticas de sus últimos textos.
La trayectoria de Baldomero Fernández Moreno
Según detalla el sitio web de Cultura, entre 1915 y 1947 publicó cerca de treinta libros. Los más destacados son Ciudad (1917), Campo argentino (1919), El hijo (1926) y Buenos Aires: ciudad, pueblo, campo (1941). La relación entre campo y ciudad fue una de las temáticas recurrentes en sus escritos, surgida de su trabajo médico en la provincia y su observación de la vida cotidiana.
Poemas célebres como “Setenta balcones y ninguna flor”, “Una estrella” o “El poeta y la calle” muestran la influencia de su experiencia personal y profesional. La obra de Baldomero abarca no solo paisajes y costumbres, sino también emociones profundas, trasmitidas a través de la sencillez de sus palabras.
Su producción literaria recibió distintos reconocimientos. En 1938 obtuvo el Premio Nacional de Poesía y, en 1949, el Gran Premio de Honor de la SADE. También integró la Academia Argentina de Letras, ocupando el sillón “Ricardo Gutiérrez”. Escritores como Leopoldo Lugones y Mario Benedetti valoraron su obra. Ezequiel Martínez Estrada lo definió como “el poeta de Buenos Aires y de nuestros campos y pueblos”.

Cinco poemas para recordar a Baldomero Fernández Moreno
1- Setenta balcones y ninguna flor
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?
La piedra desnuda de tristeza
¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?
¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!
2- Una estrella
Fue preciso que el sol se ocultara sangriento,
que se fueran las nubes, que se calmara el viento.
que se pusiese el cielo tranquilo como un raso
para que aquella gota de luz se abriese paso.
Era apenas un punto en el cielo amatista,
casi menos que un punto, creación de vista.
Tuvo aún que esperar apretada en capullo
a que se hiciese toda la sombra en torno suyo.
Entonces se agrandó, se abrió como una flor,
una férvida plata cuajóse en su interior
y embriagada de luz empezó a parpadear...
No tenía otra cosa que hacer más que brillar.
3- Versos a un montón de basuras
Canto a este montoncito de basuras
junto a esta vieja tapia de ladrillos,
avergonzado y triste, en la tiña tundente
que ralea la hierba del terreno baldío.
Es un breve montón…
No puede ser muy grande con tan pobres vecinos.
Un trozo de puntilla, unas pajas de escoba,
un bote se sardinas, un mendrugo roído
y una peladura larga de naranja
que se desenrolla como un áureo rizo…
Es un breve montón…
No puede ser muy grande con tan pobres vecinos.
Una lata de restos de una cena opulenta
es más que un mes aquí de desperdicios…
Para tener de todo, hasta tienen miseria,
en mayor cantidad que los pobres, los ricos.
4- Soneto de tus vísceras
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos…
Yo soy un sapo negro con dos alas.
5- El poeta y la calle
Madre, no me digas:
—Hijo, quédate...,
cena con nosotros
y duerme después...
Cuando eras pequeño
daba gusto ver
tu cara redonda,
tu rosada tez...
Yo a Dios le rogaba
una y otra vez:
que nunca se enferme
que viva años cien;
robusto, rosado,
gallardo doncel
le vean mis ojos
allá en la vejez.
Que no tenga ese aire
de los hombres que
se pasan la noche
de café en café...
Dios me ha castigado.
¡Él sabrá por qué!—
Madre, no me digas:
—Hijo, quédate...—
La calle me llama
y a la calle iré...
Yo tengo una pena
de tan mal jaez
que ni tu ni nadie
puede comprender,
y en medio de la calle
¡me siento tan bien!
¿Qué cuál es mi pena?
¡Ni yo sé cuál es!
Pero ella me obliga
a irme, a correr,
hasta de cansancio
rendido caer...
La calle me llama
y obedeceré...
Cuando pongo en ella
los ligeros pies,
me lleno de rimas
sin saber por qué...
La calle, la calle,
¡loco cascabel!
La noche, la noche,
¡qué dulce embriaguez!
El poeta, la calle y la noche,
se quieren los tres...
La calle me llama,
la noche también...
Hasta luego, madre,
¡voy a florecer!
Estos textos reflejan la amplitud y la riqueza de su obra, desde el retrato de la ciudad hasta la expresión de sentimientos íntimos. Con un enfoque realista y emotivo, Fernández Moreno supo capturar la identidad urbana y rural de la Argentina. Su poesía permanece vigente, enriqueciendo el acervo cultural nacional y acercando la literatura a lectores de distintas generaciones.
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