
Un escenario: el Conurbano bonaerense. Un momento histórico: la pandemia. Los personajes: un herrero con ganas de hacer las cosas bien, Gregorio, y una mujer bien, Dolores, cuyo padre acaba de morir. En el medio, dos casas, la muerte. Ese es el esqueleto escueto de la nueva novela de Belén Longo, autora de Donde mueren las mariposas, que obtuvo el Premio Futurock Novela 2019.
En esta oportunidad regresa, editada por Promesa, una pequeña editorial de Merlo, con una novela polifónica en la que varios personajes, ópticas, capas, géneros, tonos y perspectivas confluyen para que los lectores y las lectoras se asomen a los hechos, que están atravesados por el duelo. Una casa en construcción es la metáfora del estar a medias –estar pero no estar– y la excusa para poner a vincular a los protagonistas.
Con una prosa amigable, que oscila entre la narrativa, la lírica y la ensoñación febril, la escritura de Longo conduce no solo por las calles de un conurbano casi desierto en pandemia, sino, sobre todo, por los sentires de sus protagonistas, que se mueven como animales heridos. Conformado por capítulos que fluctúan entre la tercera y la primera persona, el relato demostrará que las aparentes diferencias de los personajes no son tales, porque los hermana el dolor.
La propia escritura de Temporada de pejerreyes, gestada durante la pandemia, estuvo atravesada por un duelo en primera persona de la propia autora. Esa herida fresca le aporta, asimismo, un matiz con el que los lectores empatizarán.
—Temporada de pejerreyes es una novela polifónica. ¿Cómo se construyen varias voces narradoras?
—Se fue gestando en paralelo. Los personajes aparecieron en paralelo, cronológicamente, tanto Gregorio como Dolores. La unión de ambos la empecé a ver cuando aparece la idea de la casa como eje central en el que se mueven las emociones de todos. La idea de la construcción, de reparación y de destrucción de una casa, y del abandono de otra, y cómo se mueven estos actores hizo que se empezara a armonizar la novela. Podrían haber sido cuentos distintos, pero me interesó, sobre todo, por la trama de fondo, que es el duelo. La resolución de ese tipo de cosas, que se dé de este modo, con dos casas derruidas, en un momento muy particular, de quiebre total, y en el medio, lo que pasa en torno a una muerte. El irse de la realidad porque la realidad pesa. Esos capítulos en donde la voz está más parada sobre un fantástico o la poesía, porque ya no hay mucho relato lineal que permita hablar de esos sentimientos. Ahí, empecé a jugar con la estructura para hablar de eso que está por debajo, que es cómo resolver un duelo muy profundo y cómo reencontrarse con esa persona cuando ya no está.

—Vos mencionás que podrían haber sido cuentos. Si bien la estructura de los géneros es lo que marca la diferencia, ¿por qué tomás la decisión de que sea una novela y no cuentos?
—Lo que me pasó en el proceso de escritura fue la necesidad de salir del foco de la subjetividad pura de un personaje que narre un duelo. Me pareció muy necesario pensar en un colectivo. Si yo lo planteaba como cuentos separados, sentía que estaba rompiendo algo que quería que estuviera en la novela: una colectividad que se está moviendo todo el tiempo con sus conflictividades. En algún punto se tocan y les toca convivir con las mochilas de su propia historia y enfrentarse a las del otro. Y hay una convivencia. Por eso era importante que no se viera como cuentos separados, sino que hubiera una integración.
—Más allá del duelo, que es “el” tema, también hay otro, más sutil, que los traspasa, que es la cuestión de salir de lo urbano.
—En mi caso particular, sí era una necesidad, porque es algo que me atraviesa. La novela está temporalmente parada en pandemia, y en ese momento también fue muy marcado el éxodo o el exilio hacia un pedazo de verde. Y eso sí está, esa necesidad, ese planteo.
—Pienso en los relatos de Selva Almada, en Los Llanos de Falco. ¿Creés que hay una reivindicación o una necesidad de salir de lo urbano para trasladar las historias a un ámbito más rural?
—Escritores que hablan de lo rural son, claro, Selva Almada, Falco, pero hay mucho que ahora se está federalizando. Hay grandes escritores que escriben rural, escritores que escriben terror pampeano. Una amiga, Vicky García, escribe cuentos de terror bien en el campo. Hay cosas muy buenas que están surgiendo y que aparecen porque la ciudad está agotada en todos sus sentidos. Pero para la literatura, también.
Me parece que el cierre de lo urbano también está empezando a darse: ya hay una movida y una necesidad de mirar, sobre todo, lo interespecie.
Una de las cosas que a mí me marcó también en el momento en que estaba escribiendo esta novela fue leer a Donna Haraway. Ella habla de la necesidad de empezar a pensar la relación interespecie, que no somos solo los humanos, hay mundos enormes, infinitos, y la posibilidad de revisar nuestras utopías es un camino muy interesante. Es cercano, posible, no hay que irse muy lejos, sino a lo más chiquito, a una hormiguita... Hay pequeños mundos que hoy para narrar todavía son muy explotables.

—Estamos regidos por una cultura totalmente antropocéntrica.
—Por eso hay algo ahí de la búsqueda, también. Me encanta que se perciba, porque la búsqueda de la reparación, la inscripción de lo natural, de la naturaleza, de los animales, del verde, es parte del proceso. Volver a las raíces. Por eso la figura de la abuela como una voz que trae ese mundo también era importante. Hay que de volver a recuperar lo más básico. Pienso en Marosa di Giorgio, a la que también estaba leyendo en la época en que escribí la novela. Ella habla, también, sobre estos mundos muy pequeñitos. De meterte en el césped y empezar a hurgar entre las hormigas. Eso que para mí es narrar hacia una utopía. Salirnos de nuestra humanidad, netamente extractivista, y empezar a mirar para otro lado.
—La cuarentena es el marco temporal de la novela. ¿Los sucesos tienen otra textura que si hubieran sido hoy o hace quince años?
—La pandemia fue un momento entre corchetes, que quedó suspendido. Se le dio otra textura, porque en mi imaginario de aquel momento había un potencial de futuro distinto. Más allá de lo catastrófico de la circunstancia, había una idea, sobre todo en la primera etapa, que después se empezó a modificar, y empezó a acercarse a lo que finalmente fue, un horror. Pero en la primera instancia de la cuarentena sí hubo algo, desde mi punto de vista, que nos transformó. Primero, nos obligó a estar muy para adentro, que me parece que como cotidianeidad no lo teníamos. Se había perdido el hábito de estar 24/7 adentro de tu casa, con todo lo bueno y lo malo, porque acercó vínculos y destruyó otros.
—¿Fue contemporánea la escritura con los sucesos de la novela?
—Hay capítulos, como la parte del poema, que lo escribí el día que falleció mi papá. O sea, hay situaciones que marcadamente tienen que ver con hechos históricos, sí.

—¿Empezás a escribir la novela a partir de la muerte de tu padre o hay un giro en la novela?
—Esta novela se empieza a escribir a partir de la muerte de mi papá. Todo lo que sucede en esta novela, este universo, se construye a partir de la muerte de mi papá.
—Justo te iba a preguntar cómo surgían las historias.
—Algunas son ficcionadas en absoluto y tienen que ver con mi necesidad de salirme y con la posibilidad, en ese momento, de poder irme. La novela tiene un momento que yo sí quise plasmar, que es el del duelo, en donde todo está roto. Quise poner algo que era netamente, si se quiere, biográfico, que es ese poema, porque me parecía que es un momento en el que es muy difícil ponerle palabras a lo que uno está sintiendo. Esas formas fueron las que a mí me permitieron sacarlo.
Hay partes de la novela que sí son del momento, de finales de 2020. Hay otros que fueron escritos en 2021, y otros, más cerca de 2022. En el medio estaba corrigiendo otra novela que había escrito antes, entonces, a Temporada.... la iba dejando descansar y me ponía con la otra. A veces hago eso para tomar distancia. Cuando una está muy metida, se piensa que todo está horrible o que todo está muy bien, y ninguno de esos momentos es real.
—¿Existe una presión después de que tu primer libro haya sido una novela ganadora?
—A mí me pasó algo muy particular, porque si bien Donde mueren las mariposas ganó un premio, la novela salió en febrero de 2020, y en marzo fue la pandemia. Entonces, no tuvo tampoco un gran despliegue, porque se vio atrapada en ese contexto. Y yo tampoco me lo creí mucho. Lo tomé como un mimo y una caricia en la espalda que me decía “seguí por ahí”. Lo cierto es que siempre para mí la escritura fue un refugio.

—Ya tu premio está en escribir.
—Y la presión, en definitiva, después está en otras instancias de las que me despegué rápido, por suerte. Lo más complejo es encontrar un espacio donde poder publicar. Eso sí es difícil, y me costó, porque yo había tenido una primera novela que mandé a un concurso y se publicó. Se puede pensar que es así de fácil, y no lo es. La búsqueda por una editorial, en mi experiencia con Promesa, fue espectacular, porque Germán, el editor, es superamoroso. Esta era una novela muy particular, porque me atravesaba, entonces tenía mucho miedo por el que la recibiera. Y fue un gran acompañamiento y también le dio un crecimiento a la novela, porque hubo mucho feedback.
—¿Y qué se viene ahora?
—Tengo una novela terminada que la estoy dejando descansar para que Temporada tenga su momento, una mezcla entre negro y un romántico, también son dos voces y se para sobre dos géneros literarios y se va construyendo la historia. También estoy trabajando cuentos, que son del orden de lo siniestro doméstico. Esas vidas que parecen normales y después pasan cosas. Los estoy trabajando y me estoy divirtiendo mucho. Qué pasará después, si queda en un archivo de mi computadora o si encuentra la luz, no lo sabés.
—¿Los géneros es un tema que te interesa?
—Mi primera novela fue un policial, de género negro. A mí lo que me pasa con los géneros es que siento que hay algo de la literatura de género que permite llegar, por alguna cosa rítmica, por la conflictividad que plantea, llega más. Se puede hacer buena literatura desde el género, no es un limitante. Además, hoy los géneros ya no están tan encasillados. Hay muchos cruces, se atraviesan. A mí me parece que está bueno que los géneros vuelvan a ocupar un lugar relevante en la literatura, en la narrativa en general.
Fotos: gentileza prensa Temporada de pejerreyes y Belén Longo.
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