
Desde que comenzó a escribir libros hace más de una década, la periodista Beth Macy ha intentado encontrar destellos de esperanza entre los escombros del sueño americano. En obras como Factory Man y Dopesick narra cómo la deslocalización global y la epidemia de opioides vaciaron la vida rural en Estados Unidos, mientras busca a esas figuras resistentes que lucharon: el fabricante de muebles en Virginia que mantuvo abierta la fábrica local; los padres en duelo que demandaron a una farmacéutica por vender medicamentos a sus hijos.
Ahora, Macy aborda el tema urgente de la división política del país al regresar a su ciudad natal, Urbana, Ohio. Paper Girl combina memorias y reportaje al explorar las consecuencias sociales del declive industrial. “Ya no resulta raro recorrer mi ciudad natal —antes bastión sindical y parada orgullosa del ferrocarril subterráneo— y ver banderas confederadas”, escribe. “También noté una tensión creciente por la política entre mis familiares y algunos de mis amigos más antiguos y queridos, la mayoría de los cuales ahora odiaban ‘los medios’, aunque seguían queriéndome a mí”.
La historia personal de Macy ofrece una perspectiva atractiva, incluso cuando Paper Girl recorre terrenos ya conocidos. Durante los últimos diez años ha habido una serie constante de libros sobre la situación de las regiones rurales de Estados Unidos. Investigadores como Arlie Russell Hochschild, Angus Deaton y Anne Case han trazado los vínculos entre la disrupción económica, la adicción, el aislamiento social y los resentimientos políticos.

En Demon Copperhead, la novelista Barbara Kingsolver ofreció una versión de ficción sobre la crisis de opioides. Unos meses antes de las elecciones de 2016, JD Vance publicó Hillbilly Elegy, sus memorias sobre una infancia difícil en Middletown, Ohio, presentadas como una lección sobre la importancia de la responsabilidad personal.
Urbana, la cabecera del condado, está aproximadamente a una hora al norte de Middletown, y el nombre de Vance aparece varias veces en Paper Girl. Macy, quien se define a sí misma como liberal, llama a Vance “charlatán hillbilly” y señala sus falsedades sensacionalistas en la campaña de 2024 sobre inmigrantes que comen mascotas.
También sugiere que la fórmula Trump-Vance tuvo tanto éxito en Urbana —ganaron el condado con casi el 75 por ciento de los votos— porque su ciudad natal se volvió receptiva a la retórica de odio. Se sorprende al enterarse de que su exnovio Bill, antes periodista e hincha de Bernie Sanders que escuchaba NPR, ayuda a administrar un grupo antiinmigrante en Facebook y ha empezado a consumir propaganda rusa.
Bill no es el único. Las personas con las que Macy creció comparten gran parte de su ideario. Una excompañera de clase se volvió seguidora de QAnon; otra sacó a sus hijos de la escuela y los llevó al asalto al Capitolio el 6 de enero. Cuando el hijo de Macy se casó con otro hombre, su hermana mayor, Cookie, calificó esa relación como una “abominación”. (Cookie, fundamentalista cristiana, no asistió a la boda de Macy en 1990 porque tenía un retiro en la iglesia.) Las hermanas estaban sentadas junto a la cama de su madre en cuidados paliativos en noviembre de 2020 cuando una enfermera anunció que la elección era adjudicada a Joe Biden. “¡No!”, exclamó Cookie. “Es fraudulento. Vas a ver, no va a ganar”.

Hace medio siglo, Urbana tenía una clase media consolidada, pero la familia de Macy creció en la pobreza. Escribe con afecto sobre su madre, quien compensó a un esposo alcohólico y violento “trabajando sin descanso y queriéndonos de manera ruda pero sincera”. Su madre trabajaba soldando luces para aviones. La empresa pertenecía a Warren Grimes, quien se convirtió en el mayor empleador y también en benefactor del pueblo, abrió un cine en el centro, otorgó becas para la Universidad Estatal de Ohio y donó equipos de radio a la policía.
Pero “el viejo Grimes” también usó su poder para impedir que la interestatal 75 pasara cerca de Urbana. Quiso evitar que llegaran competidores que pudieran obligarlo a subir los salarios. Macy sostiene que hoy los multimillonarios tecnológicos utilizan sus plataformas para avivar la indignación, destruir periódicos locales (como aquel que Macy repartía como “paper girl”) y enfrentar a la gente para que no puedan actuar colectivamente frente a los problemas económicos.
Ahora Macy vive en Roanoke, Virginia, y conversa con varias personas que residen actualmente en Urbana y están buscando salir adelante. Escribe con sensibilidad sobre Silas James, quien recién terminó la secundaria y obtuvo una beca para estudiar soldadura. Su padre murió por sobredosis de metadona; su madre entra y sale de la cárcel por cargos vinculados a las drogas. Silas, quien es trans, quiere ayudar a criar a sus hermanos menores, que han estado viviendo bajo cuidado tutelar.
La posibilidad de que Silas consiga su certificado se vuelve incierta. Debe trabajar a tiempo completo en McDonald’s para poder subsistir. Dentro de su primera semana en la universidad comunitaria, su viejo auto se descompone. Para personas como Silas, presionadas por situaciones extremas, las urgencias del día a día hacen que planificar a largo plazo parezca un lujo. Como le dicen a Macy: “En tiempo de pobreza, dos semanas son una eternidad”.

A Macy no le hace falta que se lo expliquen. Se identifica con Silas porque conoce lo que es vivir en la pobreza y tener aspiraciones. Pero nació en 1964; su experiencia fue distinta. La Beca Pell, destinada a los estudiantes con menos recursos, le cubrió la matrícula, la vivienda y los libros universitarios. Actualmente, la beca promedio solo cubre el 30% de la matrícula en universidades públicas.
Silas y su generación viven en un país menos compasivo y más duro. Macy afirma que su éxito fue una cuestión de época. “Dejé atrás la pobreza en otra era”, escribe, “cuando bastaba con tener a una madre luchona, una abuela que me consentía con amor incondicional y dinero por cortar el césped, y una clase política que no veía la educación de los niños pobres como una amenaza para su control sobre la riqueza y el poder”.
Macy encuentra cierto optimismo en los gestos individuales de bondad que la gente aún está dispuesta a tener entre sí. Pero cuando los hechos de “Paper Girl” se acercan a las elecciones de 2024, el ambiente del libro se vuelve muy sombrío. Tiene una conversación con el periodista Jeff Sharlet sobre el “progresivo estado fascista del país.” Su amiga Andrea Pitzer, autora de One Long Night: A Global History of Concentration Camps, expresa alarma por los simpatizantes de Trump que buscan avivar el miedo a que los inmigrantes “invadan” el corazón del país y generen una sensación general de caos. “Solo se necesita un poco de terror extremo para poner nervioso a todo el mundo”, dice Pitzer. “Y la gente asustada está dispuesta a renunciar a muchas cosas por una sensación de estabilidad.”
Entre los 30 millones de pobres y trabajadores que no votaron en las elecciones de 2024 está Silas. Estuvo a punto de verse directamente afectado por las órdenes ejecutivas del presidente Trump, entre ellas varias que atacaban a las personas transgénero. Pero Silas no creía lo que decían los candidatos en campaña. Además, tenía otras preocupaciones: “Entre el trabajo y el cuidado de los adolescentes a su cargo, dijo Silas, no le quedaba tiempo para dedicárselo a la política.”
Fuente: The New York Times
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