
“Buenas tardes, colega”, dice Paco Ignacio Taibo II y pita su cigarrillo con un costado de la boca y larga el humo con el otro costado. Todo ocurre bajo un bigote prominente, entrecano, característico. Acaba de llegar a la Argentina y ya luce desconcertado. “¿A qué hora se volvieron boludos los argentinos para caer en un estado como este?“, dice entre risas. El escritor de 76 años, autor de una larga lista de novelas, ensayos e investigaciones, activista en proyectos que unen literatura y política, se refiere a la Argentina de Javier Milei, al “desgobierno actual”, no con enojo, tampoco con rabia, tal vez un poco de ironía, pero sobre todo con perplejidad. Ya hablaremos del asunto.
Acaba de arribar para participar del festival Semana Negra BA —hermano argento de la Semana Negra de Gijón, en España, que él mismo fundó en 1987— para hacer un recorrido del género: sus inicios, sus expansiones, su actualidad. Pocos saben tanto del tema como Taibo. También viene a “cerrar tratos” sobre un proyecto grande del Fondo de Cultura Económica, el sello mexicano que él dirige, titulado “25 para el 25”: son 2.5 millones de libros de 25 títulos que se distribuirán de forma gratuita en varios países de América Latina. Con todo esto en la cabeza, se sienta en una silla de oficina, prende la cámara y conversa con Infobae Cultura. Empezamos por la novela negra.
“Cuando tomamos por asalto el género negro desde América Latina, sí había una situación muy particular. Una de las críticas que me hacían era: ¿qué hace este señor incursionando en un género anglosajón? Y yo me he tirado de risa. ¿De dónde que la propiedad genérica les corresponda a los anglosajones? Éramos intrusos, sin permiso. La novela negra, que rompía con la tradición británica de la novela enigma, era muy fuerte en aquellos momentos. Un tipo de novela que Rodolfo Pérez Valero describió como sinflictiva. No es malo el término, ¿no? En aquellos momentos, la irrupción de los latinoamericanos era una irrupción claramente conflictiva, no sinflictiva", dice.
El aporte de los latinoamericanos era el de “paisajes, atmósferas, grandes ciudades desconocidas, una cuota de exotismo”. “Te tirarás de risa hoy cuando dices que los exóticos son ellos y no nosotros, pero en aquella época la novela negra se producía en grandes cantidades”, comenta. “En Estados Unidos apenas estaba arrancando la novela nórdica con Sjöwall y Wahlöö, estaba empezando a arrancar el polar francés. Entonces éramos la cuota de exotismo. La novela negra con la que mi generación logró ganar su espacio tenía fuerte carga política. Veníamos de una América Latina convulsionada donde el criminal era el Estado. Había que mirar para arriba, no para abajo", agrega.

Un año clave fue 1986. En La Habana se creó la Asociación Internacional de Escritores Policiacos. La fundó Taibo junto al ruso Yulián Semiónov, los cubanos Pérez Valero y Alberto Molina, el checo Jiri Prochazka, el uruguayo Daniel Chavarría y el mexicano Rafael Ramírez Heredia. “Cuando nace la Internacional, estamos en sintonía absoluta con dos corrientes: los franceses del polar, hijos del movimiento del 68, con quien compartíamos una visión muy politizada de la sociedad que produce el hecho criminal, y los norteamericanos, que venían del movimiento de los derechos civiles negros, del Students for a Democratic Society, de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam”.
La Semana Negra de Gijón y la Internacional de Escritores Policiacos fueron las “dos puntas de lanza” con que “empezamos a leernos unos a otros, a circular los libros, a discutir, a comentar, a reunirnos en los lugares más insólitos, que podía ser un programa de televisión de Arte en Francia o un encuentro en La Habana”. En ese pequeño grupo, cuenta Taibo, también estaban Juan Sasturain en Argentina y Ramón Díaz Eterovic en Chile. En ese momento la industria editorial hablaba del “subgénero policiaco” (“¡mira que hay que ser brutos!, pero de todo hay en la tierra del Señor, amigo") hasta que el camino se fue ampliando: “Fueron los lectores los que nos sacaron”.

En el origen, explica, “la novela negra era un género dominado por hombres y algunas mujeres interesantes que estaban escribiendo novela enigma en las huellas de Agatha Christie, hasta que empiezan a surgir uno a uno los casos”, y menciona uno, el de la italiana Laura Grimaldi, que “hacía novela psicológica ruda, ruda, ruda”. “Ya el espacio está invadido, afortunadamente, de una manera transgenérica, por hombres y mujeres que tienen historias que contar”, asegura. “Sigue sorprendiéndote todos los años la aparición, por lo menos a mí como lector, de cuatro o cinco novelas interesantes en América Latina. Esa, creo yo, es la gran vitalidad del género”, subraya.
Se le suele pedir a la literatura que intervenga en la realidad, que cuente lo que pasa, que no sea solo un refugio, un divertimento. Posiblemente la novela negra sea el género que más en contacto esté con la realidad. Para Paco Ignacio Taibo II tiene que ver con “tiene un componente periodístico” y con que “también se nutre de lo que dijo tu vecino, lo que viste en la esquina, lo que comentan los periódicos”. Eso conlleva un riesgo, una disyuntiva: “La tentación del final feliz. ¿También mis novelas van a acabar mal? Y de repente le pones un poco de luz al final del túnel. Ahí estamos los escritores de novela negra, entre la reparación de justicia y la narración realista".
No es que esté muerta, de hecho todo lo contrario, pero la novela negra tiene su revival en la gran proliferación de series policiales, lo que habla de otro problema: “Convertirte en un autor norteamericano que cuando está escribiendo una novela también está pensando en si hay película o no hay película, lo cual es hacer concesiones al bestseller más facilón”. Pero como “buen hegeliano”, dice Taibo, “esto es dialéctico”, porque también “estimula la incorporación de nuevos lectores”. “Es una tentación superable, siempre y cuando nos pedimos a nosotros mismos, escritores, violentar esta esta vocación para dejar de ser marginal y entrar en el sendero del triunfo”.
Nacido en España, criado en México, vinculado al sindicalismo y decididamente hombre de izquierda, Taibo dice que la tiene fácil: “Me puedo dar el lujo de ser un novelista extremadamente crítico y estar asociado al Estado progresista mexicano. Somos uno de los países de América Latina con un gobierno muy progresista y, en esa medida, los esfuerzos para hacer la crítica desde adentro no son contradictorios con la línea general del aparato del Estado. En Argentina es diferente. Si hoy escribes novela negra en Argentina y estás muy pegado a la realidad inmediata, la traes jodida porque tienes que hacer una novela de delirio o algo lo bastante esotérico”.

“La realidad inmediata argentina me desconcierta”, dice. Lee diariamente los medios locales con una mueca de confusión: “No me lo puedo creer. Este fenómeno de desculturalización, de patanería, de clownismo que está generando desde el poder a mí me deja todos los días desconcertado. ¿A qué hora se volvieron boludos los argentinos para caer en un estado como este? Yo tengo una formación argentinista, colega. Yo me formé con Rodolfo Walsh, con Cortázar, y de repente los que nos volvimos argentinistas en los sesenta y setenta desconocemos esta Argentina de hoy o la reconocemos escondida porque lo que se muestra en público es verdaderamente insospechable".
Pese a todo, aún nos queda la literatura. No como un consuelo, como una posibilidad. “¿Te puede cambiar un libro la realidad? La respuesta es sí. ¿En qué nivel? Ve tú a saber, depende del contexto: el libro, el autor, la sociedad en la que vive. Pero yo he leído libros que me han cambiado la vida. Un libro de poemas de Blas de Otero me cambió la vida. Una novela de Simone de Beauvoir que leí a los 18 años me cambió la vida. Haber leído Espartaco de Howard Fast me cambió la vida. Haber leído en su momento a Quevedo me metió una musiquita en el oído que, para alguien que escribe en español, es una musiquita muy grata. ¿Los libros cambian la vida? Sí. Definitivamente".
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