
“Me pasa algo particular con Buenos Aires”, dice Juan Gatti, diseñador, fotógrafo y director de arte, uno de los artistas argentinos más relevantes en la música, el cine y la moda globales del último medio siglo. Mientras toma café y fuma un cigarrillo en el patio de un bar porteño, el hombre que diseñó la tapa más famosa de la historia del rock argentino -la deforme cubierta del disco Artaud de Pescado Rabioso (que es decir, Luis Alberto Spinetta)- y que le puso color e imagen a varias de las grandes películas de Pedro Almodóvar, arranca la conversación con Infobae Cultura hablando de Buenos Aires.
Gatti es una leyenda del diseño gráfico y la dirección de arte en América y Europa: a trabajado con Pedro Almodóvar, Luis Alberto Spinetta, Peter Lindbergh y Karl Lagerfeld, por citar apenas unos cuantos nombres y apellidos. Y, porque realmente tiene la autoridad para referirse a ellos por sus nombres de pila: cuando habla de Almodóvar dice “Pedro” y cuando cuenta algo de Spinetta, dice “Luis Alberto”. No cualquiera puede.

“Cuando vengo, siempre tengo presente no quedarme más de veintiún días. Ya lo calculé. Me encanta Buenos Aires, veo a los amigos, tengo un departamento aquí...Pero después del día quince, los amigos ya se empiezan a repetir y comienzan a quejarse. Al principio todo está bien, están geniales y qué sé yo. Y después, cuando pasas un tiempo que estar aquí, comienzan a decirte la verdad (risas)”.
Sin embargo, dice “extraño cosas de Buenos Aires”, varias décadas después de haberse ido.
—¿Qué extrañas de Buenos Aires?
—Extraño el humor argentino. Me encanta.

—Vos tenés ese humor.
—Trato de conservarlo. Es que es muy difícil porque en España ¿sabés? No hay ironía. La gente habla en un plano. De acá también me gustan los juego de palabras. Cada vez que vuelvo, ni bien llego, me doy cuenta que han cambiado las palabras de moda (risas). Y los adjetivos, me encanta cómo se usan. Extraño cosas pero nunca como nostálgico. No soy nada nostálgico. Además he viajado mucho ya.
Viví en Nueva York, Milán, París, Madrid... Y es genial porque el argentino tiene cosas del italiano, tiene cosas del francés, tiene cosas... ¿Sabés que te digo? Por ejemplo, los italianos conducen como los argentinos. Y son fallutos, ¿viste que el argentino es falluto? Pero también tenemos esa cosa de buena gente y honorable que debe venir de los españoles. Y después están los argentinos estirados que se sienten franceses. Y otros tienen la pretensión de ser norteamericanos. Con mis vueltas por el mundo voy recogiendo los pedacitos y voy construyendo el argentino típico.

Esta vez Gatti, relevante protagonista de las vanguardias, consecutivamente, de Buenos Aires (fines de los 60, principios de los 70), Nueva York (mediados de los 70), Madrid (los 80) y Milán (los 90), está en la capital argentina como invitado especial del Festival Internacional de Cine de la UBA (FIC.UBA), en donde recibirá un doctorado honoris causa y será protagonista de una muestra de sus icónicos afiches de las películas de Almodovar en su mayoría, pero también de títulos de Luis Ortega y Lucrecia Martel.
—¿Te gustan los homenajes?
—Me dan pudor. Yo digo que esto lo he aceptado y he venido para que me den el título, simplemente porque mis padres siempre quisieron que fueran doctor... (risas). Me dije: "le voy a dar el gusto". Desde que salí del colegio secundario, mis padres nunca supieron exactamente cuál era mi trabajo. Yo tampoco sabía cómo explicarles lo que hacía. Y además, les parecía como absurdo que me pagasen por lo que hacía.
—Cuando llegaste a Buenos Aires desde Mar del Plata a fines de los 60, te tocó vivir un período de explosión creativa único, con el Di Tella y toda una generación de artistas.
—Una época fabulosa. Una de las mejores etapas de mi vida. Nos divertíamos mucho. Yo era un poco como la mascotita del grupo del Di Tella, porque era más joven.
—Fue un período muy importante para la cultura argentina contemporánea, al punto que todavía se siente su influencia.
—Es que fue una época muy creativa. Muy creativa. Y mirá que después, empezó la historia de los militares.

—Bueno, a la vez, era una época bastante violenta ¿Eso se percibía en la calle?
—Se percibía muchísimo. Nuestra vida social la hacíamos en la galería del Este o en el Florida Garden y un restaurant que quedaba a la vuelta y que ya no está. Me acuerdo siempre una anécdota de Marilú Marini. Yo estaba en la tienda de una chica que se llamaba Rosita, Fro Frou, y ahí apareció Marilú con un abrigo así como de piel de mono azul eléctrico, un casco de aviador de la Segunda Guerra, qué sé yo... Entra a la tienda, se mira al espejo y dice: “Qué día difícil vas a tener” (risas).
—Me imagino el contraste con esa Buenos Aires gris y formal, con los oficinistas caminando por Florida peinados a la gomina y con sus maletines.
—Nosotros éramos el pop. Era: “¡Llegó el pop!“. Sentíamos en cierta forma que estábamos en el culo del mundo y teníamos un afán de información tan grande que vivíamos con los ojos puestos en Londres, los que pasaba allá: si Bowie se había puesto tal cosa, si Marc Bolan usaba tal ropa... Estábamos todo el tiempo muy a la vanguardia por acomplejados (risas). Entonces era ver quién iba más flamboyante.
—¿Cuándo estás por llegar a Buenos Aires pensás “Uh, otra vez me van a preguntar por la tapa de Artaud”?
—Seguro. Me lo imagino. Siempre tengo la idea de sacar un librito chiquitito de las cosas que, por ejemplo, refieren a esa tapa: la pizza Artaud, un jabón derritiéndose con la forma de Artaud, una sombra verde Artaud, una toalla verde Artaud, cosas (risas).

—Harto de Artaud.
—Harto de Artaud. No, en serio, no me importa. Pero me causa gracia. ¿Sabés lo que pasa? Que en ese momento era divertirnos, hacer lo que nos gusta. Por ejemplo, con el rock, hacer quilombo.
—Y de ahí te fuiste a Nueva York.
—Si, justo se terminaba la época disco y empezaba el punk. Pasé de Studio 54 al CBGB’s y, no sé, a pasar un Año Nuevo con los Devo. Y frecuentar a Warhol, toda esa gente... Ahí conocí también a un tipo de quien todavía sigo siendo amigo, que es genial. Se llama Colin Type y era el maquillador de las películas de Warhol. Y te tengo un dato genial: de él es la bragueta del disco de los Rolling Stones (N. de la R: Sticky Fingers, cuya tapa fue diseñada por Andy Warhol).
—Luego llegaste a Madrid donde también estaban pasando cosas, en los 80.
—También, sí. Empecé a conocer gente, viste... Ya por una cazadora (una campera) te hacés amigo, porque sabés que esa la movida.

—¿Cómo y cuándo conociste a un muchacho que era empleado de Telefónica en ese momento, Pedro Almodovar?
—Lo conocí, lo sigo conociendo y cuando vuelva a Madrid, tengo que seguir trabajando para él. A Pedro lo conocí en una casa a la que me había llevado Alejo Stivel. Una mansión de unos supermillonarios y Pedro presentaba unos cortos que había hecho en Super 16 y él ponía las voces. Todavía no había filmado una película. No hice su primera película pero la segunda, Matador, ya la hice. Y de ahí hasta ahora. Pero, claro, como todo matrimonio, tuvimos algunos quilombos. Uno en especial, por una boludez de derechos de autor. No trabajé una película con él, pero después volvimos.
—¿Se reconciliaron?
—Un día nos encontramos.
—¿Quién llamó a quién?
—No, fue una trampa. Teníamos un amigo en común que se llama Topacio Fresh, rosarina, un travesti maravilloso... Tenía una galería de arte, y era una fiesta de ella. Entonces, yo entré a la fiesta que era en una discoteca y me dice “Vení, acompañame”. Y agarró y me enfrentó con Pedro. Fue: “Hola, ¿qué tal? ¿Cómo estás?" Y pasó. Como si no hubiese pasado nada.

—¿Cómo trabajás con él?
—Bastante estrechamente. Siempre está preparando como cuatro o cinco películas al mismo tiempo. Y me las cuenta como un cuento. Después, sí, cuando ya se decide por una, que tiene el guion, ya me lleva el guion. Y después, veo la película muy verde, así, sin montaje. Veo la película y ya me pongo a hacer cosas. Viene, se las muestro...
—Él tiene una cosa muy visual, de los colores sobre todo.
—Yo siempre digo que no sé muy bien lo que le gusta, pero sé lo que no le gusta. Y eso me ayuda mucho. También esa imagen de Pedro, tiene que ver con los carteles. Los colores almodovarianos casi que son los carteles.
—De todas las películas de él ¿Cuál es el cartel que más te gusta?
—Mi favorito es Tacones lejanos.
—¿Por qué?
—Porque tiene... Casi nada. En general, yo no soy de los que cuentan la película en el cartel. Me gusta “menos es más”.
[Fotos: Gastón Taylor]
Últimas Noticias
“Pilates, gordo”: lo que le dijo la mamá al Dibu tras su gloriosa atajada
Las periodistas Emilia Frigerio y Violeta Santamarina publicaron un libro donde entrevistan a mujeres cuyos hijos se destacaron. Y les cuentan anécdotas imperdibles

Semana Negra BA: 15 actividades imperdibles del gran festival literario
Del 1 al 4 de octubre, la segunda edición del encuentro sobre género policial presenta a ochenta escritores argentinos y extranjeros participarán en una programación que incluye charlas, talleres y seminarios

Esther Duflo, Premio Nobel: “Hay que pensar en los economistas como plomeros calificados”
Con su libro, la estudiosa invita a descubrir historias de innovación social, mostrando cómo detalles sencillos pueden transformar la realidad de millones en todo el planeta

La ciencia y un misterio renovado: un hallazgo revela un posible autorretrato oculto de Vermeer bajo “A Maid Asleep”
Un equipo del Metropolitan Museum aplicó técnicas de última generación para descubrir una figura masculina sobrepintada. Cómo los especialistas analizan la interpretación y el proceso creativo detrás de una de las obras más estudiadas del pintor neerlandés

Emotivo adiós a Claudia Cardinale en París, con música de Ennio Morricone y recuerdos de su familia
La iglesia de Saint-Roch fue sede del funeral de la legendaria actriz, con la presencia de figuras del cine y la cultura, y la icónica melodía de la película “Erase una vez en el Oeste” como banda de sonido
