
Hay, en la niñez, pocas ocupaciones más interesantes que ver las horas pasar. Abstraerse en una memoria que regresa cálida, en un recuerdo que nunca se sospecha formativo y que, en algún momento, regresa como un cobijo para la vida. Para el arte.
Existen, en todos, esos momentos insospechados, que parecemos manotear de lo más profundo y que, cuando sucedieron, nunca llegamos a sospechar la importancia que tendrían luego.
Para el artista textil Federico Kirschbaum (Salta, 1980) uno de aquellos instantes fue junto a su abuela, una tejedora profesional que solo usaba el oficio para producir el abrigo para recibir el invierno, y que lo mantenía casi cautivo, sosteniendo ovillos, evitando madejas, mientra el sol bajaba en las horas ciegas para perderse tras los cerros.
“Ella era profesora de corte y confección, pero nunca trabajo para afuera, siempre se dedicó a la casa, me acuerdo que disfrutaba mucho estar a su lado mientras cosía en la Singer. Fue muy habilidosa, tenía manteles absolutamente bordados, carpetas tejidas a crochet, telas que habían hilado en casa su mamá y su abuela y que ella había bordado”, evocó en un diálogo con Infobae Cultura.
Y es que Rosa, su abuela, será sin saberlo uno de los motores de la primera exposición del artista en el exterior, cuando El paisaje áspero se presente, entre el 25 de septiembre y el 30 de octubre, en la Sala Sara Facio de la Casa Argentina en Italia, en el marco Rome Art Week 2025.

“Hace muchos años, en un taller con Chiachio & Giannone, fui a su casa a buscar retazos de telas que ella había guardado de todos los vestidos que hizo durante su vida por si algún día los necesitaba remendar. Con esos retazos hice mi primera obra textil, un collage. Mi abuela estaba viejita y yo quería hacer que esos retazos vuelvan a la vida, una forma ingenua de hacerla eterna a ella, de devolverle el brillo”, comentó.
Curada por Guille Mongan, la exposición se distingue por la utilización de la técnica del telar andino y la incorporación de cristal de roca, elementos que remiten tanto a la tradición como a su memoria personal, con una propuesta que se articula en torno a la exploración de la identidad y el territorio.
La producción artística de Kirschbaum se centra en el paisaje y su materialidad se divide entre el uso de lijas y los tejidos, en una búsqueda que, además, remite con su propia relación con el entorno, no solo como espejo de la apreciación de la naturaleza, sino también como resonancia de su propia idiosincracia y, de forma directa, la de su ciudad.
“Mi búsqueda conceptual desde hace un tiempo largo tiene que ver con mi relación con el paisaje. Cómo el paisaje, en sentido amplio, me condiciona. El paisaje es la cultura, las creencias, la mentalidad del salteño, el que dirán...”, dijo.

Y agregó: “El paisaje apareció en mi obra un poco de casualidad, hace unos años que dejé de vivir en el centro de Salta y en el recorrido de mi casa al trabajo empecé a observar con mayor detenimiento los cerros, que nunca son iguales: hay miles de tonalidades de grises, violáceos, verdes según la temporada, a veces las nubes generan ciertas veladuras, o directamente los hace desaparecer, el sol genera naranjas. Me empezó a atraer mucho ese escenario y mucho las nubes, de hecho, pienso que son la mejor instalación inmersiva que tenemos”.
“También empecé a pensar que este paisaje en el que vivimos, que es un valle, y que los cerros no nos permite ver más allá, no vemos el horizonte, sino que lo adivinamos. Ese límite cercano que tenemos creo que también incide en nuestra forma de ser como sociedad, siempre decimos que en Salta nos conocemos todos, que somos cerrados, y creo que tiene que ver con nuestro vínculo con el paisaje. ¿Que pasaría si este valle que es un escudo que nos protege, pero también nos aísla se abriese y pudiésemos ver más allá?, ¿seríamos iguales? ¿yo sería igual?”, se preguntó.
Si bien Kirschbaum formaba parte de una familia donde lo textil estaba presente desde hacía generaciones, el acercamiento hacia lo plástico se produjo durante la adolescencia, cuando, en las clases de folclore de la secundaria, su profesor optó por enseñarle a tejer bufandas en lugar de bailar.

Mientras tanto, en su casa, su mamá y su abuela “se la pasaban tejiendo con agujas”, nunca aprendió cómo hacerlo, pero le “gustaba ayudarlas a ovillar la lana”. Aquella experiencia, marcada por la serenidad, comenzó a crecer en él y encontró en el acto de tejer un refugio personal.
“Mis primeros tejidos artísticos fueron en los primeros años de taller, recuerdo una pintura que en el bastidor puse clavos y empecé a ‘cruzar’ alambres, pero después tomé algunos cursos de tejido”, dijo.
Y agregó: “El tejido me genera tranquilidad y entre todas las materialidades que transito es la que más tiempo me mantiene concentrado, y eso es algo que me cuesta mucho lograr, suelo ser disperso, pero el tejido me puede tener horas absorto”.
Para sus textiles, Kirschbaum utiliza el cristal de roca, en particular, debido a que posee un significado especial: evoca el recuerdo de un collar que perteneció a su abuela, originaria de Pettineo, un pueblo en Sicilia. Esta conexión entre lo íntimo y lo ancestral se convierte en un hilo conductor de la muestra.

En ese sentido, el brillo es un elemento recurrente en su obra, presente tanto en las lijas como en los tejidos con cristales: “El brillo me atrajo desde siempre, mi abuela siempre contaba que yo de muy chiquito disfrutaba mucho las fiestas porque ella se ponía el vestido y un collar que brillaban, también me gustaban las luciérnagas, que en esa época se veían con mayor frecuencia”.
Durante “mucho tiempo censuré muchas cosas y posiblemente la atracción por el brillo fue una de ellas. Las lijas brillan, pero es un brillo camuflado, nadie asocia una lija con algo que brilla, quizás ese primer acercamiento fue lo que habilito a poder entrar más de lleno al brillo del cristal, o a ponerle tachas a algunos tejidos de lana”, dijo.
En el texto de sala, Monfan sostiene que la identidad de un territorio se compone tanto de quienes lo habitan como del paisaje que los contiene, y que la obra de Kirschbaum teje historias íntimas, tan minúsculas como los cristales de roca que utiliza. “La identidad es una construcción social, un derecho, un espacio de inscripción desde donde ser nombrados y nombrarnos”, escribió.
Kirschbaum teje desde el recuerdo, el de un collar, el de los momentos junto a su abuela, el de las luciérnagas volando en dirección a esos cerros que, a su vez, coronan a una ciudad, a un valle. Y que brillan, según el sol, según las nubes, como una memoria que regresa cálida como un cobijo para la vida. Para el arte.
*El paisaje áspero de Federico Kirschbaum puede visitarse en la Casa Argentina, Via Vittorio Veneto, 7 - 00187 Roma, de 25 de septiembre - 30 de octubre de 2025.
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