Estábamos con la resaca de la pandemia y la abstinencia de hacer teatro. Tratando de saltar por encima de ese paréntesis, pero con los músculos entumecidos de tanto sillón. Con ganas, pero no sabiendo por dónde. Un lindo despertar, para mí, fue haber entrado a la Diplomatura en Dramaturgia (La Paco Urondo), volver al ruedo, pero desde otro lugar: la escritura. Y fue gracias a uno de esos ejercicios prácticos (que podría haber quedado durmiendo hasta destintarse en el cajón como tantos otros), apareció el germen que llevaría en sí la obra futura.
Una de esas tardes de café, Facundo Cardosi finalmente sentenció: “Quiero actuar” y agregó: “De mujer”. Yo justo había presentado este monólogo de una carilla en el que una señora de unos sesenta años desplegaba una infinidad de temas, sin solución de continuidad, ante la indiferencia planificada de una hija que parecía estar ante la presencia de una boca enorme que todo lo devoraba. Se lo pasé, aclarándole las diferencias existentes entre esta madre desesperada y él. Lo leyó, y me dijo: “Quiero hacerlo”.
Planificamos nuestra primera cita ahí, en Espacio Polonia, lugar que timoneo hace un tiempo, y donde empezamos a sacarnos las ganas, con esto del teatro. La búsqueda fue intensa, yo tratando de acomodarme en la “prestigiosa” silla de director, por primera vez. Enfrente mío, un amigo que allí se colocaba el traje de actor descomunal, abriendo un sinfín de puertas que nos llevaban de paseo por diferentes paisajes a los que fotografiaba mentalmente, para luego entender si allí queríamos anclar y desplegar nuestra morada artística.

A lo largo de los encuentros fuimos gestando en silencio la necesidad de que aquel personaje de hija avasallada, de la versión original, no quede tan al margen y también sea parte de esta historia. Necesitábamos que toda esta verborragia inagotable tenga un cuerpo a quien morder y le ofrecimos a la actriz Yara Ribas, esa compleja misión: la de dejar clavarse los dientes. Algo comenzó a circular diferente y fue macerando de a poco, cocinándose al sol. Queríamos convidar nuestra preparación para identificarle el sabor. Entonces, nos presentamos en el Ciclo de escenas breves llamado “Guillotina”, un ambiente festivo en el que circulan de la mano el humor y el alcohol, una combinación muy Parakultural. Era el cobijo que necesitábamos para soltar a nuestra criatura.
Con la incertidumbre de siempre salimos, al ruedo en el Ciclo. Pero la cosa no se pareció a esos vaticinios escupidos por nuestra neurosis, en la que el público nos abucheaba, confirmándonos lo berreta de lo ofrecido. Todo lo contrario; pidieron más. Nos encomendaron con fervor, que expandamos esta breve experiencia en una obra. Y allí, sin cavilaciones, iniciamos el escarpado camino hacia Voracidad.
En el texto original, esta señora comparaba su miserable vida con la de una vecina que tenía según ella, un mejor pasar. Facundo se me adelantó, y me dijo: “Quiero hacer de la vecina también”. Y fuimos a por ella. Sin embargo, nos encontramos con algunos problemas que nos hicieron perder el equilibrio: de que el mismo actor haga los dos papeles femeninos sin que eso se vuelva sketch, o que la única finalidad de lo que estábamos haciendo sea la de darnos el gusto de manera arbitraria (como todo gusto) de usar el formato obra para sacarnos las ganas de hacer teatro. Necesitábamos complejizarlo, encontrarle diferentes relieves, pero, sobre todo, dar con el lenguaje apropiado.

Después de más de una veintena de versiones (impresas y estudiadas) y gracias a la mirada sagaz de gente cercana muy avezada en el tema, dimos con el corte final. Y allí se nos empezó a organizar el hacia dónde íbamos, pero… veníamos cansados.
En los ensayos, seguíamos con la sensación de que todo futuro provisorio se volvería a evaporar a medida que avanzáramos, y que seguiría siendo asfalto. Y de pronto, la obra emergió como una hiedra rompiendo el cemento de un camino parquizado de desconciertos. Comenzó a tomar forma y se fue transformando en una Rosa.
Ya a esta altura, Yara, que se había prestado para ser el banquete de una madre devoradora, ahora, era sus espinas. La vecina pasó a ser hermana gemela y a vivir en el baño con su nieta. La obra se convirtió en una disputa familiar en el que ese juego simbiótico se tornó batalla despiadada. Se nos fue oscureciendo el cuento. La escenografía de alto impacto, la iluminación de gran sensibilidad, y la música de una textura casi humana, parieron una atmosfera perturbadora, dieron el aire espeso con el que se oxigenan estos seres tan extrañadamente cercanos.

Así, la obra se convirtió en un melodrama dark, un conflicto de identidades de alta intensidad emocional. Algo insospechado en sus orígenes, aunque dicen que las obras suelen ser más inteligentes que sus escritores. Y fue así, luego de este periplo, que hoy nos encontramos haciendo funciones de lo que finalmente se materializó a lo largo de todo este recorrido. No podemos dejar de nombrar a los que también colaboraron desde su lugar de manera activa en la construcción de lo que hoy es la obra: Marika Semprini, Raúl Fernández, Pablo Casals y Cintia Zaraik Goulu.
No sabemos si esta es la mejor versión, pero de lo que no tenemos duda, es que tiene nuestra firma. Y tenemos muchas ganas de que vengan a verla, una gana voraz.
*Voracidad. Un melodrama dark. Sábados a las 20hs. Polonia Teatro (Fitz Roy 1475, CABA). Entrada general: $15.000 (2 por $24.000). Por Alternativa
**El autor es dramuaturgo y director de “Voracidad. Un melodrama dark”
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