El realizador estadounidense Richard Linklater aseguró que pensaba que mostraría Nouvelle Vague, su película aspirante a la Palma de Oro de Cannes, “en todas partes menos en Francia”, porque los franceses “odiarían” que un estadounidense se hubiera atrevido con Jean-Luc Godard.
“Amo esa era y ha significado tanto para mí en mi carrera”, afirmó en una rueda de prensa sobre ese movimiento cinematográfico francés, que también tiene como grandes exponentes a François Truffaut, Claude Chabrol o Jean Rouch, entre muchos otros nombres.
Todos ellos aparecen retratados en este filme, que recrea el rodaje de uno de los títulos más emblemáticos de la Nouvelle Vague y de la historia del cine en general: À bout de souffle (Sin aliento), la obra maestra de Godard protagonizada por la estadounidense Jean Seberg y el francés Jean-Paul Belmondo.
Era una “idea loca”, admitió el director de Boyhood un día después del estreno de gala de la película en la Croisette. Pero a medida que iba desarrollando el proyecto, se fue dando cuenta de cuánto significaba también para todo el mundo.

“Me influenció mucho”, aseguró Linklater, que es uno de los grandes exponentes del cine independiente estadounidense de las últimas décadas, al ser preguntado sobre si en sus primeros años de carrera tendía a hacer las películas como los realizadores franceses preconizaban a finales de los años 50 y en los años 60: con pocos medios y saliendo a la calle, en contraposición al cine de estudio.
Eso se ve, por ejemplo, en títulos como Slacker (1990), donde nadie más del resto del equipo “tenía idea de lo que estaba haciendo”, al igual que le pasaba a Jean-Luc Godard en su legendaria ópera prima. “Fue como volver atrás en el tiempo personalmente y cinematográficamente”, explicó, ya que intentó que su Nouvelle Vague se viera exactamente como una película rodada en 1959.
Levantar el proyecto fue un proceso trabajoso que requirió, además de mucha documentación, estar encima de todos los detalles, muy al contrario del estilo de Godard. También fue clave la elección de los intérpretes, ya que quería no solo “grandes actores”, sino también rostros que recordaran claramente a los originales.
Finalmente, para interpretar a Godard eligió a Guillaume Marbeck; el papel de Belmondo fue para Aubry Dullin; el de Truffaut fue encargado a Adrien Rouyard y a Jean Seberg la interpretó Zoey Deutch. A ella Linklater llevaba alrededor de una década hablándole de este proyecto, como contó este domingo la propia intérprete en la rueda de prensa junto al resto del equipo.

“Definitivamente, la meta era hacer sentir a la audiencia como si estuvieran pasando el rato con la gente de la Nueva Ola en 1959”, explicó el también realizador de Before Sunrise, y recordó que aquella época aún eran los “buenos años”, donde “todo el mundo se quería”, sin las rencillas que fueron surgiendo después entre los integrantes del movimiento.
Trump y los aranceles
Consultado sobre la política arancelaria del Gobierno de Donald Trump y su impacto en la industria del cine estadounidense, Linklater apenas sabía cómo responder porque “cambia cincuenta veces en un día”.
En cualquier caso, incidió que hacer películas independientes sigue costando más o menos lo mismo que hace sesenta años y alabó las políticas de Francia –el país donde rodó Nouvelle Vague, como no podía ser de otra forma– para cuidar su cine. “A nuestro país, los Estados Unidos, le vendría bien un poco de eso”, recalcó.
En un tono más esperanzador recordó que siempre “hay nuevas amenazas, pero hay algo perpetuo: nos gusta que nos cuenten historias”. Hacer cine, dijo igualmente, es un acto de amor, porque “idealmente si haces una película haces algo que amas”.

Y eso es lo que hacía Godard, de quien Linklater opina que tenía “un cerebro” extremadamente interesante, además de ser una persona generosa detrás de su fachada inaccesible, algo que él ha aprendido de sus conversaciones con la gente que lo conoció.
El realizador de Austin tiene, de todas maneras, esperanzas en el futuro del cine, porque “hay una nueva generación que ama las películas” y que él llama “generación Letterboxd”, por la conocida red social dedicada al séptimo arte.
Son gente que sigue yendo a las salas, aunque hay muchas formas de ver las películas que son válidas, subrayó, ya que él huye de la supuesta “pureza” que exige forzosamente una gran pantalla. “El cine es la iglesia, pero puedes adorarlo donde estés”, consideró.
Fuente: EFE
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