
Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Buenos Aires, y su vida estuvo marcada por una lucha constante con su salud mental y una profunda sensación de incomodidad existencial.
Hija de inmigrantes ucranianos judíos, desde pequeña sufrió por problemas de autopercepción, como su acné, asma y sobrepeso, lo que la llevó a desarrollar una baja autoestima. Esta situación se exacerbó por la falta de comprensión emocional de su familia, especialmente de su madre, quien siempre prefería a su hermana mayor.
A lo largo de su vida, Pizarnik luchó con trastornos psicológicos como la ansiedad, la depresión y el suicidio, lo que terminó culminando en su trágica muerte a los 36 años, en 1972, después de ingerir una sobredosis de barbitúricos.
Hoy, a 89 años de su nacimiento, su legado sigue vivo en la literatura latinoamericana, pero su vida, tan breve y dolorosa, se mantiene como un enigma, donde las sombras de la angustia y la muerte se encuentran estrechamente entrelazadas con sus versos. Pese a su vida marcada por el sufrimiento, Pizarnik dejó una huella profunda en la poesía argentina y mundial.

Una infancia marcada por la sensación de extranjería
Alejandra Pizarnik no solo fue una niña frágil por sus problemas de salud, sino también por su sensación de ser una “extranjera” en su propia casa. Su familia provenía de Ucrania, y aunque Argentina era su hogar, la poeta sentía que su identidad no encajaba del todo.
En su casa se hablaba un español con tintes rusos, lo que reforzaba su desconexión con el entorno argentino. A ello se sumaba la profunda tristeza por la pérdida de familiares cercanos en el Holocausto, un trauma que marcó su vida de manera irreversible. Esta sensación de extranjería se reflejaría en muchos de sus poemas, donde se aborda la temática de la alienación y la búsqueda de identidad.
Su relación con el surrealismo y las artes visuales
A pesar de ser conocida principalmente como poetisa, Pizarnik también se formó como artista visual. A lo largo de su vida, cultivó un profundo interés por la pintura, y en particular, fue influenciada por el surrealismo, un movimiento que marcaría su estilo literario.
Durante su estancia en París en la década de 1960, Pizarnik tuvo contacto con figuras importantes del surrealismo, como el pintor Juan Batlle Planas, quien fue su primer maestro en el campo de la pintura. Además de su poesía, la escritora desarrolló collages, donde combinaba dibujos y textos, fusionando así su obra literaria con las artes visuales. Esta influencia se evidenció en sus escritos, cargados de imágenes oníricas y metáforas visuales, que le otorgaron una profunda intensidad emocional.

El “sufrimiento creativo” y su relación con el psicoanálisis
El psicoanálisis jugó un papel fundamental en la vida de Pizarnik, tanto como herramienta terapéutica como fuente de inspiración para su poesía. La escritora comenzó a recibir tratamiento psicológico a los 20 años, lo que la ayudó a enfrentar su ansiedad y las profundas crisis emocionales que la aquejaban.
Sin embargo, el psicoanálisis también abrió un espacio en su mente para explorar los rincones más oscuros de su psique, lo que se reflejó en su escritura. Temas como la muerte, la desesperación y el vacío existencial se convirtieron en constantes en su obra.
Pizarnik expresó en diversas ocasiones que la poesía le servía como un refugio para canalizar su sufrimiento. Tal vez por esta razón, su obra es considerada una de las más intensas de la literatura latinoamericana, pues no se limita a la estética, sino que es un testimonio visceral de la angustia y la búsqueda de sentido.

Su estrecha relación con figuras de la literatura
Aunque su vida personal estuvo marcada por la soledad y el sufrimiento, Pizarnik mantuvo relaciones cercanas con varios escritores y figuras literarias que influyeron notablemente en su obra. En particular, su amistad con Julio Cortázar y Octavio Paz fueron fundamentales.
El escritor mexicano escribió el prólogo de uno de sus libros más importantes, Árbol de Diana (1962), y su apoyo fue crucial para su desarrollo como escritora. Además, fue un pilar emocional durante sus épocas más oscuras.
Cortázar, en sus cartas, le pidió insistentemente que no sucumbiera al desánimo, e incluso le ofreció su ayuda tras sus intentos de suicidio. Pizarnik también desarrolló una amistad con otros autores como Rosa Chacel y Silvina Ocampo, lo que consolidó su lugar en el círculo literario de la época.
Un legado literario en expansión
Tras su muerte, la obra de Pizarnik se convirtió en un referente literario no solo en Argentina, sino en toda América Latina. Durante los últimos años de su vida, su poesía comenzó a recibir el reconocimiento que tanto había ansiado.

Poemas como los de Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de locura (1968) se consideran hoy clásicos de la literatura. A lo largo de los años, su obra continúo siendo leída y analizada por nuevas generaciones de lectores y estudiosos. En su poesía, la poeta logró plasmar una voz única, que continúa siendo una fuente de inspiración, especialmente para aquellos que luchan con la ansiedad, la tristeza y el sentido de pertenencia.
Un final prematuro y una figura inmortal
El 25 de septiembre de 1972, tras varios intentos de suicidio, Alejandra Pizarnik dejó un mensaje escrito en el espejo de su habitación: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”. Su vida, breve y trágica, se apagó a los 36 años, pero su obra sigue viva, iluminando las sombras que ella misma no pudo atravesar.
Al cumplir 89 años de su nacimiento, es importante recordar su legado no solo como poeta, sino como un símbolo de lucha interna y de un mundo literario que sigue siendo profundamente tocado por su angustia existencial. La poesía de Pizarnik continuará resonando mientras sigamos buscando respuestas a los mismos interrogantes sobre el dolor, la muerte y el sentido de la vida.
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