
Sabbath, o sabbat, sin h, es una palabra llena de contradicciones. Empecemos designándole un significado: reunión de brujos y brujas donde realizan, mediante un ritual, sus hechizos. En español se le dice aquelarre, que viene de la lengua euskera: aker es macho cabrío y larre quiere decir prado, que significa “prado del macho cabrío” ya que se decía que el Diablo se hacía presente en medio de las brujas bajo esta forma.
En cambio sabbat viene del hebreo. Es el séptimo día de la semana: empieza en el atardecer del viernes y termina cuando aparecen tres estrellas en la noche del sábado. Los gobernantes cristianos de la Edad Media no aceptaban que los judíos santificaran los sábados con el descanso, por eso inventaron que durante ese día realizaban actividades satánicas: una asociación peyorativa del judaísmo a las prácticas demoníacas: los judíos como adoradores del Satanás.
Pero la palabra quedó, incluso más allá de la religión judía, como una forma más de designar reuniones que escapaban a la lógica de las costumbres oficiales. La mirada sobre estas prácticas siempre es desde un lugar de extrañeza, en general despectivo, y siempre temeroso. Incluso la referencia fundamental, más allá de la figura del Diablo, es la sexualidad “repugnante y ofensiva”: las orgías. En ese sentido, el arte explora este mundo evitando la mirada moral.

Un buen ejemplo es Brujas yendo al Sabbath del español Luis Ricardo Falero que en 1878 propuso revisitar el mito desde una mirada múltiple. Por un lado, pinta a las brujas desnudas, en su mayoría jóvenes y bellas, pero también aparecen otras criaturas relacionadas con la brujería: un murciélago, una cabra y un gato negro. Las protagonistas del cuadro son la mujer joven con la mirada oscura que monta la cabra y la mujer mayor; ambas toman de los cuernos al animal.
En la parte derecha del cuadro hay otras tres criaturas siniestras: el esqueleto de un pelícano (un símbolo de muerte en la tradición egipcia), un esqueleto humano y una salamandra (un espíritu de fuego según los alquimistas). Todos se encuentran dentro de un gran espiral —la noche luminosamente lunar de fondo— que le da una sensación de movimiento giratorio a la obra y a todos los personajes pintados con gran detalle, sobre todo en su luminosidad.
El historiador del arte Miguel Calvo Santos escribió: “La imagen omnipresente de la mujer, con sus insinuaciones orientalistas (recordemos que estamos en pleno romanticismo, donde lo exótico era tan interesante como lo sobrenatural) es además subrayada por poses de lo más sugerentes. Cuadros como este gozaron de mucho éxito en la Inglaterra victoriana, de tan estricta moral, pero a la vez tan interesada en temas esotéricos y relacionados con el ocultismo”.

Nacido en la ciudad de Granada en 1851, Luis Ricardo Falero creció en una familia de clase alta y a los seis años fue enviado a estudiar a Londres. Al volver, comenzó una carrera militar pero su vocación artística pudo más. Se fue a París, donde había estado previamente, y se ganó la vida haciendo retratos a lápiz mientras estudiaba Química e Ingeniería industrial en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia, su otra gran pasión.
En esos años fundó de la Sociedad Internacional de Electricistas pero al estar al borde de perder la vida durante varios experimentos decidió volver al arte. La forma que encontró de unir esos dos mundos fue ilustrando libros de divulgación. Fue inventor e ingeniero, y en el arte se adscribió a la tradición postromántica. Su obra es meticulosa, con precisión casi fotográfica, sobre todo en torno a los desnudos femeninos. En su momento fue tildado de “pintor cercano a la pornografía”.
“Falero es un pintor casi desconocido en España. Sin embargo su arte gozó de gran éxito y popularidad en su país de adopción, Inglaterra, además de en Francia y Estados Unidos, donde cuadros como este Brujas yendo al Sabbath fueron expuestos en los más importantes museos y galerías de su tiempo”, escribió Miguel Calvo Santos. Murió en 1896 en Londres tras una intervención quirúrgica fallida. Tenía sólo 45 años.
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