
En pocos días se inicia la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Cop 26) en la ciudad de Glasgow, Escocia, con el objetivo de encontrar salida a la crisis climática generada por el efecto invernadero.
Esta Conferencia permite poner de relieve por lo menos tres aspectos. El primero es el rol insustituible de las Naciones Unidas como motivador, impulsor y articulador de cualquier esfuerzo que, por afectar escenarios globales, requiere de mecanismos multilaterales. Aun los escépticos de las Naciones Unidas reconocen que el multilateralismo es el mejor instrumento que posee el sistema internacional y sus actores para negociar soluciones de consenso.

El segundo aspecto tiene que ver con la diplomacia Argentina. En efecto, las Conferencias de Estocolmo (1972), Rio de Janeiro (1992), Kioto (1997), Paris (2015) y Cumbre de Madrid (2019) fueron todos eventos promovidos por Argentina y sus diplomáticos. Juristas de la talla de Julio Barberis, Elsa Kelly, Raul Estrada Oyuela, Guillermo Arnaud entre otros, así como Alieto Guadagni, han estimulado la actividad de la diplomacia y motivado al gobierno nacional a implementar leyes protectoras de la fauna autóctona, los bosques y las aguas.
El tercer aspecto, que hasta ahora no ha sido destacado, es la inmensa deuda que la agenda ambiental tiene, hacia el arte y la cultura. En tal sentido hay que recordar y tener presente, justo ahora, que Nicolás García Uriburu hizo de la ecología el nervio conductor de toda su actividad plástica en Argentina y en el resto del mundo. Por esa entrega fue justamente reconocido y galardonado. Desde la coloración de las aguas de Venecia en 1968, el Sena en París (1970) y el East River en New York (1970), no abandonó nunca su compromiso contenido en el primer “Manifiesto Ecologista”(1973), denunciando el antagonismo entre la naturaleza y la civilización.

Todo eso lo realizó antes de la primera Conferencia de Naciones Unidas y antes también del libro Los limites del Crecimiento del Club de Roma (Fiat, Aurelio Peccei, Oberdan Sallustro). Entre nosotros, más recientemente, plantó arboles en la Avenida 9 de Julio de de la Ciudad de Buenos Aires, coloreó las aguas del Puerto y del Riachuelo para evidenciar la contaminación y, en una de sus más importantes exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes, hubo de resistir un intento de censura por exhibir enormes fotos intervenidas que mostraban como se arrojaban aguas contaminadas al Río Paraná.
Por otra parte, en su obra más accesible al público, García Uriburu utilizaba una pigmentación de colores muy intensa, imposible de reproducir, con la que que también demostraba su entrega a la vivacidad de la naturaleza.

García Uriburu fue siempre algo reticente hacia el “ambiente” e insistió en su concepción pictórica aun cuando esta no representaba las tendencias del momento. Los principales Museos nacionales poseen muestras de su obra, Guido Di Tella adquirió para la Cancillería uno de sus hemisferios invertidos y renombradas galerías nacionales y extranjeras lo favorecieron con exposiciones.
Pero tal vez lo más destacado de su legado sea la conveniencia de favorecer al arte y la cultura, incluyendo al deporte, como instrumentos necesarios para una Política Exterior orientada a mostrar a un país progresista y sensible a pesar de las coyunturas. García Uriburu fue, tempranamente, un revolucionario que supo – desde la Argentina - anticipar la agenda global del momento. Expuso la divergencia entre la naturaleza y la civilización. Esto es, precisamente, lo que se va a discutir en Glasgow.

El autor es embajador
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