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“Las bodas de Caná” (1563)
“Las bodas de Caná” (1563) de Paolo Veronese

I

En la zona de Galilea, al norte de Israel y al sur del Líbano, hay muchos, muchísimos pueblos. Uno de ellos —no se sabe bien cuál; hay dudas al respecto de la precisión del lugar— podría ser Caná. En esa pequeña aldea, veinte siglos atrás, Jesús hizo su primer milagro: convirtió el agua en vino. A este emblemático y simbólico acontecimiento se lo conoce como Las bodas de Caná y fue narrado en el Evangelio de Juan.

Según la narración de Juan el Apóstol, que es el cuarto de los evangelios canónicos constitutivos del Nuevo Testamento, había seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una, dispuestas para las purificaciones de los judíos. “Llenad las tinajas de agua”, dijo Jesús. Luego ordenó: “Sacadlo ahora, y llevadlo al maestresala”, el hombre encargado de servir la mesa principal y probar la comida para garantizar que no esté envenenada.

Cuando el maestresala, que no sabía nada, probó la bebida se dio cuenta que era un vino delicioso. Entonces ordenó a los sirvientes —que habían presenciado el milagro— que primero sirvieran este vino, “el bueno”; luego, “cuando ya todos están bebidos, el inferior”. Juan el Apóstol cierra la historia de esta manera: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”.

II

Muchos años después, en 1563, Pablo Veronese pintó el cuadro que representaría por siempre el milagro. Lo tituló, desde luego, Las bodas de Caná. Es un óleo sobre lienzo de dimensiones colosales: 6,69 metros de alto y 9,90 de ancho. Originalmente estuvo en el refectorio del Monasterio de San Giorgio, en Venecia, pero Napoleón Bonaparte se lo llevó a Francia, donde se encuentra en la actualidad, en el Museo del Louvre. Está justo enfrente de La Mona Lisa de Leonardo da Vinci.

La historia del cuadro comienza el 6 de junio de 1562, día que le encargan a Veronese, pintor italiano que en ese entonces tenía 34 años, que pinte una obra para decorar la cabecera del refectorio del convento benedictino de San Giorgio. Según el contrato, el cuadro debía ser “tan ancho y tan alto como el muro”. Le pagarían 324 ducados, más la manutención y un barril de vino. Quince meses tardó en hacerla. Se cree que lo ayudó su hermano, Benedetto Caliari.

Estuvo 235 años colgada a dos metros y medio del suelo en el monasterio. Habrá sido una experiencia inolvidable ingresar al imponente edificio y ver aquella pintura, espléndida, magnánima, formidable. Posiblemente eso mismo sintió Napoleón durante la Campaña de Italia, en 1797, y por eso se la llevó a París. Al año siguiente la colocaron el el primer piso del Museo del Louvre, inaugurado en 1793.

Al poco tiempo, el escultor Antonio Canova negoció recuperar las obras italianas confiscadas por Napoléon, pero no pudo hacer nada con Las bodas de Caná: Vivant Denon lo convenció de que la gran fragilidad de este lienzo imposibilitaba su traslado. A cambio, Italia se llevó una obra de Charles Le Brun. Lo que demuestra que fue un engaño es lo que ocurrió con la Segunda Guerra Mundial: la llevaron al sur de Francia para protegerla y a los pocos años volvió al Louvre.

III

A Paolo Veronese se lo conoce también como Paolo Caliari o Cagliari o El Veronés. De padre picapedrero, nació en Verona en 1528, creció, estudió, fue discípulo y ayudante Antonio Badile, se casó con Elena, hija de su maestro, y cuando todo parecía estar hecho, cuando las expectativas se acomodan a vivir cómodamente una vida en paz, decidió irse a Venecia, la ciudad artística por excelencia. Corría el año 1556. Tenía 28 años y unas ganas inusitadas de pintar el mundo.

Al llegar recibió un interesante encargo: la decoración de la sacristía y los techos de la iglesia de San Sebastián. Después viajó a Roma para estudiar los techos de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel y, con su influencia, pintó los frescos de la Villa Barbaro diseñada por Andrea Palladio. Para entonces le llovían encargos de temas bíblicos como La Virgen y la familia Cuccina, la Adoración de los Reyes y el Camino del Calvario,

Y entre esos pedidos estaba Las bodas de Caná. Veronese infla el pecho y trabaja como si supiera que ese cuadro enorme trascenderá a la posteridad. Hizo muchas obras, algunas fueron celebradas, otras criticadas, pero conservó un prestigio que el tiempo terminaría acrecentando. Murió en 1588 de neumonía, en su casa de San Samuele. Estuvo ocho días en cama, delirando de la fiebre. Está enterrado en la iglesia de San Sebastiano en Venecia. Gran parte de su obra lo rodea.

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