
“Ni aun si viviera 1.000 años tendría cómo describir con justicia la densidad de la luz, el brillo que le siguió a la primera bomba”. Así recuerda Brian Unthank, veterano británico, su experiencia en la Isla de Navidad, donde el Reino Unido realizó 24 pruebas nucleares durante la Guerra Fría.
El documental Our planet, my People, my blood, producido por el documentalista colombiano Rodrigo Borda Daza y dirigido por Daniel Everitt-Lock, recogió testimonios como el suyo para mostrar cómo miles de personas, incluidos soldados y comunidades enteras, fueron utilizadas como sujetos de prueba en experimentos atómicos cuyas consecuencias persisten hasta hoy.
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En medio de una entrevista concedida a la revista Cambio, Borda Daza contó detalles sobre el impacto humano de estas pruebas, la persistente falta de reconocimiento oficial y la lucha de las víctimas por justicia.
Las detonaciones en la Isla de Navidad, también conocida como Christmas Island, consolidaron a Inglaterra como potencia nuclear, pero dejaron una huella imborrable en quienes estuvieron presentes.
Unthank relató al colombiano que, acurrucado bajo una palmera y con los ojos cerrados, el destello de la explosión fue tan intenso que pudo ver los tendones y huesos de sus brazos.

“El flash fue tan intenso que eclipsó al Sol”, añadieron otros veteranos entrevistados en el trabajo audiovisual. “Es la experiencia más aterradora que pueda imaginarse”, afirmaron, recordando cómo, a pesar de encontrarse a 21 kilómetros de la explosión, el calor se sentía como si alguien sostuviera barras eléctricas sobre la nuca.
Las secuelas no se limitaron a los testigos directos. Los descendientes de estos veteranos, también presentes en el documental, describieron los efectos de la radiación: nacimientos con dos cordones umbilicales, abortos múltiples, enfermedades autoinmunes, cánceres, cardiopatías, pérdida de dientes, deformidades y una proliferación de enfermedades raras. Se estima que 155.000 descendientes han resultado afectados por estas pruebas.
Rodrigo Borda Daza confesó a Cambio que, al inicio, sentía cierta distancia frente a los testimonios, pues en Colombia la figura del veterano no genera la misma reverencia. Sin embargo, la acumulación de historias y la magnitud de los daños lo llevaron a implicarse profundamente.
“Hacer el documental fue darse cuenta lo indefenso que está un ciudadano, así haya sido un soldado que le sirvió al país, frente al establecimiento”, afirmó.
La injusticia se agravaría por el ocultamiento sistemático de información. El Ministerio de Defensa del Reino Unido, que entre 1957 y 1958 ordenó las pruebas fuera de su territorio, realizó análisis de sangre a los soldados expuestos, pero ha mantenido estos registros bajo reserva.
“Es aterrador cómo, setenta años después, el Ministerio de Defensa de Reino Unido ha podido mantener la narrativa de que no hicieron pruebas nucleares cuando los testimonios están ahí y los lugares de detonación están registrados”, denunció Borda Daza en diálogo con Cambio.
El documental revela que, gracias a la filtración de un archivo médico que no lograron eliminar, los llamados veteranos atómicos y sus familias exigen la publicación de estos hallazgos, que serían prueba científica de los estragos causados por la radiación.

La lucha por el reconocimiento y la reparación ha sido desigual. Mientras el Reino Unido ha gastado más de 17 millones de libras esterlinas en litigios para evitar compensaciones, Estados Unidos, bajo la presidencia de Bill Clinton, pidió perdón públicamente y desclasificó expedientes de pruebas nucleares.
“En el Reino Unido han fingido demencia. Me impresionó como para mucha gente allá el tema es desconocido”, señaló Borda Daza a Cambio.
El documental también explora el impacto de las pruebas nucleares en las Islas Marshall, donde Estados Unidos realizó detonaciones de una magnitud sin precedentes. La Bravo Shot, mil veces más potente que las bombas de Hiroshima y Nagasaki, figura entre los peores desastres radiológicos de la historia.
Entre los atolones de Enewetak y Bikini se llevaron a cabo 67 pruebas, cuyos residuos equivalen a detonar diariamente, durante 20 años, una bomba del tamaño de la de Hiroshima.
Las comunidades de las Islas Marshall continúan sufriendo las consecuencias de la contaminación radiactiva, que los obligó a vivir en el exilio. Muchos han optado por regresar, pese a los altos niveles de radiación en el suelo y el agua.
“Fue devastador oír a este mayor contar que, gracias a que la compensación que Estados Unidos destinó para los afectados en las Islas Marshall entró en la especulación bursátil, por mucho tiempo recibió 73 dólares cada trimestre”, recordó Borda Daza.
La propaganda oficial acompañó estas acciones. Según Borda Daza, Estados Unidos desarrolló campañas de comunicación para justificar las pruebas en nombre de la “armonía de la humanidad y la paz mundial”.
“Así llegaban a las islas, con su promesa de salvaguardas del mundo, desalojaban a la gente e inundaban en radiactividad sus tierras”, explicó a Cambio. En Australia, el Reino Unido encargó a un solo hombre recorrer un área del tamaño del país para registrar la presencia de comunidades antes de las explosiones, lo que evidencia el desprecio por los habitantes de las zonas de prueba.
Entre los contenidos de propaganda más surrealistas, Borda Daza mencionó al diario nacional la serie animada Duck and Cover, en la que una tortuga enseñaba a los niños cómo protegerse en caso de explosión nuclear.
En territorio estadounidense, entre 1951 y 1992, se realizaron 992 pruebas nucleares en el desierto de Nevada. Los residuos radiactivos se dispersaron por el país, alcanzando incluso Canadá. Estimaciones científicas sitúan en 400.000 las muertes relacionadas con el Nevada Test Site, una cifra que supera las víctimas de los ataques nucleares en Japón.

Mary Dickson, activista y una de las protagonistas del documental, perdió a su hermana por lupus tras la exposición a la lluvia radiactiva y sobrevivió a un cáncer de tiroides.
“La frase más impactante del documental la dice Dickson cuando afirma que más allá de toda la propaganda de su Gobierno para justificar los testeos nucleares, al final lo que hicieron fue atacar a su propia gente, matar a los estadounidenses”, relató Borda Daza.
Junto a Alan Owen, fundador de la organización Labrats, Dickson encarna la lucha por el reconocimiento de los “veteranos atómicos” y las víctimas civiles, demostrando que el activismo puede influir en las políticas públicas.
El documental también recoge el testimonio de Howard Kakita, superviviente de Hiroshima. Borda Daza describió a Cambio la experiencia de conversar con él como un encuentro con la historia viva.
“Lo que más me atrajo del encuentro fue la calidez y la serenidad de Howard Kakita, y el contraste con el relato de lo que le tocó ver: personas con las tripas afuera, la piel derretida, los cadáveres por doquier”, señaló el documentalista colombiano.
Los padres de Kakita estaban prisioneros de Estados Unidos cuando explotó la bomba, y su abuelo fue uno de los primeros en organizar equipos de rescate entre las 70.000 víctimas mortales.
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