
La prolongación de la vida plantea nuevos retos en el cuidado diario, especialmente en lo que respecta a la higiene personal de las personas mayores.
La piel de quienes superan los 65 años experimenta transformaciones notables: la producción de sebo disminuye, la barrera cutánea se debilita y la vulnerabilidad ante irritaciones e infecciones aumenta.
La dermatóloga Sylvie Meaume, del hospital Rothschild de París, advierte que “una limpieza excesiva, especialmente con jabones fuertes o agua muy caliente, puede dañar la piel y eliminar bacterias beneficiosas”.
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Por esta razón, los especialistas coinciden en que la higiene en la tercera edad debe adaptarse a las nuevas necesidades fisiológicas, evitando rutinas automáticas que puedan resultar contraproducentes.
La recomendación generalizada entre expertos es espaciar las duchas a dos o tres veces por semana para la mayoría de las personas mayores, salvo que existan necesidades médicas o una actividad física intensa que justifique una frecuencia mayor.
El doctor Robert H. Smerling, de la Harvard Medical School, sostiene que la ducha diaria no es imprescindible, salvo en casos de sudoración excesiva o indicación médica específica. Además, la Harvard Health Publishing respalda la idea de que ducharse varias veces a la semana resulta suficiente para mantener la higiene y proteger la barrera natural de la piel.

En los días en que no se realiza un baño completo, los expertos insisten en la importancia de una higiene localizada diaria. El lavado de cara, manos, zona genital y anal debe mantenerse como hábito esencial, junto con el cuidado bucal —incluyendo lengua y paladar— y la limpieza de las uñas para prevenir infecciones. Estas prácticas, además de preservar la salud física, contribuyen al bienestar emocional y a la autoestima de las personas mayores.
La rutina de baño debe adaptarse a las características individuales. Factores como el nivel de actividad física, el clima, el estado de salud y el grado de autonomía influyen en la frecuencia ideal. En climas cálidos o ante una vida activa, puede ser necesario aumentar la periodicidad. En casos de movilidad reducida o enfermedades cutáneas, la consulta con un dermatólogo resulta fundamental para personalizar la rutina.
Para proteger la piel madura, los especialistas recomiendan duchas breves, de 3 a 5 minutos, utilizando agua tibia y productos suaves, sin alcohol, perfumes ni tensioactivos agresivos.

El secado debe realizarse con toques suaves, evitando frotar, y la hidratación inmediata tras la ducha ayuda a mantener la elasticidad y prevenir grietas. El uso de esponjas abrasivas está desaconsejado; es preferible emplear las manos o paños suaves. En los días sin baño completo, una toallita o esponja humedecida con agua templada permite mantener la frescura en zonas sensibles o de sudoración regular.
Organizaciones como Helping Hands Home Care establecen que una o dos duchas semanales pueden ser suficientes para prevenir problemas cutáneos o infecciones, siempre que se complemente con lavados parciales en zonas íntimas y pies.
La clave reside en encontrar un equilibrio entre higiene, protección de la piel y bienestar emocional, adaptando las rutinas a las condiciones particulares de cada persona y evitando la automatización de hábitos que, con la edad, pueden dejar de ser beneficiosos.

Buenos hábitos para adultos mayores
- Alimentación equilibrada: consumir frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras y grasas saludables. Evitar el exceso de sal, azúcares refinados y alimentos ultraprocesados. Mantener una adecuada hidratación, incluso si no se percibe sed con regularidad.
- Actividad física regular: caminar al menos 30 minutos al día, cinco veces a la semana. Practicar ejercicios suaves como natación, yoga, tai chi o estiramientos.
- Estimulación cognitiva: leer, resolver crucigramas o sudokus, aprender algo nuevo o asistir a talleres. Escuchar música, escribir, pintar o realizar manualidades.
- Dormir bien: entre 7 y 8 horas por noche. Mantener horarios regulares para acostarse y despertarse.
- Controles médicos regulares: realizar chequeos periódicos (visión, audición, presión arterial, colesterol, etc.).
- Manejo del estrés y emociones: practicar técnicas de relajación como la meditación o la respiración profunda. Mantener una actitud positiva sin negar los desafíos propios de la edad.
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