
Vinieron en aviones y autobuses, en bicitaxis y motonetas. Algunos surfearon la multitud en sillas de ruedas o empujaron carreolas con bebés.
Estaban ahí, en la plaza central de Ciudad de México, para ver al cantante conocido como el Divo de Juárez, o sencillamente Juanga, el apodo que millones de seguidores usan con la familiaridad propia de quien se refiere a sus primos.
Juan Gabriel --en su época tan famoso como Bad Bunny hoy-- lleva casi una década fallecido. Pero el sábado atrajo a más fanáticos a ver una proyección de un concierto de 1990 que los que la mayoría de los artistas vivos convocan: más de 170.000 personas atiborraron la plaza, el Zócalo, según autoridades de la ciudad.
Para algunos, el espectáculo fue una oportunidad que jamás creyeron que llegaría.
"Es el sueño de los que no pudimos verlo en persona", dijo Cristian León, de 33 años, que trabaja en la ferretería de su familia en la capital mexicana.
"Siempre quería verlo, pero nunca tuve los recursos", dijo Carmen Sandoval, de 37 años, quien vino desde Veracruz, donde vende refacciones para motocicletas.
Enriqueta Cañas Torres, de 56 años, dedicada a limpiar las calles del Zócalo, dijo que iba a estar "barriendo y viendo el concierto", a la espera de la canción que seguro haría llorar a todos.
La proyección del histórico concierto de Juan Gabriel en el venerado Palacio de Bellas Artes coincidió con el lanzamiento de la serie documental de Netflix Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero, que relata la historia del auge del artista, desde la pobreza y el anonimato en una ciudad fronteriza con Estados Unidos hasta el estrellato global.
Antes de ser Juan Gabriel, fue Alberto Aguilera, nacido en 1950 y criado en Ciudad Juárez. A los 5 años, su madre viuda lo dejó en un hogar para menores del que escapó siete años más tarde con el anhelo de encontrarla y ganarse su amor.
También encontró la música.
Una de sus primeras canciones, "No tengo dinero", era claramente autobiográfica y halló eco entre otros mexicanos acostumbrados a las penurias. Se convirtió en un éxito en 1971 y fue traducida a varios idiomas.
"Sus canciones se han vuelto himnos", dijo la directora del documental, María José Cuevas.
La serie abreva en el archivo personal de Juan Gabriel, abierto por primera vez a una productora, Laura Woldenberg, que incluye unas 2000 horas de video, grabaciones en casete del cantante improvisando letras e incluso los trozos de papel en los que anotó por primera vez sus grandes éxitos.
Más allá de su música, la serie explora el efecto sísmico que tuvo en la cultura mexicana una superestrella que desafió las nociones tradicionales de masculinidad.
Juan Gabriel jamás abordó abiertamente su sexualidad. Cuando un entrevistador de televisión le preguntó a quemarropa si era gay, él brindó una respuesta ahora icónica:
"Dicen que lo que se ve no se pregunta, mijo".
"Es mi ídolo", dijo Alan Cruz, un funcionario público de 25 años. "En México no se aceptaba la homosexualidad. Y él llegó a ser aceptado por gente importante. Cambió la cultura. Cambió la música".
Cuevas, la cineasta, dijo: "En la década de los setentas, los ochentas, es un México completamente cerrado, machista, conservador, y de pronto aparece este personaje que poco a poco se empieza a liberar y poco a poco empieza a conquistar a todo tipo de públicos y a todo tipo de clases sociales y sobre todo hasta el más macho".
Eso, dijo, era la importancia de Juan Gabriel: "Es un transgresor, es un provocador".
Sin embargo, incluso cuando vendió millones de discos y se granjeó legiones de seguidores en toda América Latina, algo le era inalcanzable: el acceso al llamado templo de la alta cultura mexicana, el Palacio de Bellas Artes, grandioso escenario a unas cuadras del Zócalo que tradicionalmente fue exclusivo de las sinfónicas.
Para sus fans, el espectáculo del sábado, organizado por Netflix y el gobierno de Ciudad de México, fue una oportunidad para celebrar el momento en que dio ese paso definitivo --a pesar de los editoriales indignados y las protestas de los cantantes de ópera-- al presentarse en Bellas Artes con un traje de mariachi tachonado de lentejuelas a cantar junto a la orquesta nacional, para sorpresa y deleite de todos.
Mientras actuaba, susurraba comentarios ingeniosos al micrófono, sin olvidar nunca, dijo Patricia Huerta, una profesora de 54 años del estado de San Luis Potosí, que era "gente de pueblo".
María Columba Rodríguez, de 66 años, quien durante mucho tiempo dirigió un club de fans en la capital, dijo que los devotos lo aceptaban sin obsesionarse con los cuestionamientos de la prensa sensacionalista sobre su vida privada.
"No importaba", dijo. "Lo que nos importaba era lo que transmitía con sus canciones, lo que quería que la gente comprendiera".
Ese mensaje, a decir de muchos admiradores, trataba del amor y de cómo atraviesa fronteras.
Beatríz Velasco Hsieh, de 62 años, abandonó Jalisco para ir a California de adolescente, dijo. Volver a este momento henchido de orgullo mexicano en lo que consideró un momento muy triste para los migrantes en Estados Unidos, era tan emotivo que no tenía palabras, dijo.
"Es una emoción muy grande y no te cabe en el pecho", dijo.
Cerca de ahí, un niño alzaba una fotografía del artista. Vendedores ofrecían llaveros e imágenes de su rostro con hoyuelos, junto con churros y elotes. Los asistentes cargaban niños y perros falderos.
Por encima de ellos, una bandera de México del tamaño de una piscina surcaba los aires.
Para algunos en la multitud esta era la oportunidad de experimentar un concierto de Juanga --el baile y las canciones, los estallidos de energía y aplausos, no por primera vez sino por última.
"Adoración", fue todo lo que atinó a decir Teresa de Jesús Pérez Castillo, de 73 años, desde su silla de ruedas.
Cuando empezó a sonar la melodía que sin duda conmovería a todo el mundo, "Amor Eterno", lloraron todos, incluso los guardias de seguridad del evento.
Era la balada que Juan Gabriel compuso luego de la muerte de su madre, la misma que se escuchó en su funeral y en los funerales de muchos de los seres queridos de los reunidos en el Zócalo. Es la misma que tocaron los mariachis que viajaron a Uvalde, Texas, para consolar a las familias tras el tiroteo escolar de 2022.
"Amor eterno" cantaba una y otra vez la multitud, en unísono con el intérprete en la pantalla gigante. "Amor eterno, e inolvidable".
Elda Cantú colaboró con reportería desde Ciudad de México.
Annie Correal reporta para el Times desde EE. UU. y América Latina.
Elda Cantú colaboró con reportería desde Ciudad de México.
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