Maria Riva, la hija de Marlene Dietrich que desmitificó la leyenda, muere a los 100 años

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Maria Riva, actriz y escritora, quien fue la única hija de Marlene Dietrich, la audaz, andrógina y libidinosa musa de la pantalla y estrella de cabaret teutónica --y cuya explosiva biografía de su madre, publicada un año después de su muerte en 1992, exploró el terrible costo de su fama--, murió el miércoles en Gila, Nuevo México, a los 100 años.

Su hijo Peter confirmó el fallecimiento, en su casa, donde ella vivía desde hacía año y medio.

Riva nació en Berlín; su padre, Rudolph Sieber, era un apuesto ayudante de dirección que había contratado a Dietrich como extra en uno de sus primeros papeles cinematográficos. Se casaron en 1923. Mientras la carrera de su madre despegaba, Riva creció sobre todo en Hollywood, en los platós exteriores de Paramount Pictures.

Ir a la escuela estaba fuera de toda discusión; Dietrich consideraba el idioma inglés vulgar y a los estadounidenses aún más, y en cualquier caso, quería que su hija --"la Niña", como se refería a ella-- estuviera a su lado, como criada y ayudante personal.

Fue Josef von Sternberg, el director vienés que fue el mentor y amante de Dietrich --él la convirtió en una estrella internacional y le consiguió un contrato en Hollywood con El ángel azul (1930), la primera de sus siete películas juntos--, quien le enseñó a Riva algunas palabras y frases útiles en inglés, entre ellas soundstage, makeup y wardrobe department: plató de rodaje, maquillaje y departamento de vestuario, respectivamente.

Se volvió experta en cuidar el vestuario y los accesorios de su madre, en estampar su autógrafo en las fotos publicitarias y en guardar silencio en el plató. El diseñador de vestuario de Dietrich le confeccionó un uniforme especial y le otorgó un título: "asistente de miss Marlene". Durante años, creyó que "Maria Hija de Marlene Dietrich" era su nombre completo; además, nunca estuvo del todo segura de su edad, que cambiaba con la misma frecuencia que la de su madre, quien se quitaba años con regularidad.

La vida familiar, por decir lo menos, era peculiar. Sieber, que residía en París, llegaba de vez en cuando acompañado de su sumisa amante rusa, Tami, para supervisar las finanzas de Dietrich y la conducta de Riva, así como para archivar las cartas de su esposa: todas sus cartas, la mayoría de las cuales eran de sus amantes, que llegaban a raudales y que Dietrich solía leer en voz alta. A Riva le encantaban esas visitas, porque significaban recibir cariño de Tami, la figura afectuosa del grupo, quien hacía de niñera para Riva y de ama de llaves para sus padres.

"Dietrich era la reina", declaró Riva a Los Angeles Times en 1994. "Mi padre era su mayordomo, sus amantes eran sus pretendientes y yo era la dama de compañía. No me parecía extraño; no tenía con qué compararlo".

No ir a la escuela significaba no tener compañeros de su edad. A los que contaba como amigos eran los amantes menos obsequiosos de Dietrich --el actor inglés Brian Aherne, que le llevaba a escondidas copias de obras de Shakespeare, era uno de sus favoritos-- y sus guardaespaldas, que la atendían constantemente tras una amenaza de secuestro a raíz del asesinato del bebé de Charles Lindbergh. Uno de ellos le regaló una rana como mascota.

Cuando tenía unos 12 años, tuvo su primer encuentro con niños de verdad: una invitación a la fiesta de cumpleaños de Judy Garland. Estaba aterrada: ¿qué se hacía en compañía de otro niño de verdad? Ella y Judy se acurrucaron en el porche y conectaron al compartir su extraña y confinada existencia, mientras que los invitados, a quienes la cumpleañera no conocía, demostraron gran habilidad para la jerga juvenil de la época y para un misterioso juego llamado "girar la botella".

Hasta que Riva llegó a la adolescencia, los numerosos pretendientes de su madre, hombres y mujeres, abandonaban la casa antes del amanecer, manteniendo para la Niña la farsa de que solo eran buenos amigos. (En aquellos primeros años, entre ellos figuraban, por nombrar solo algunos, Von Sternberg, Maurice Chevalier, Gary Cooper, Douglas Fairbanks Jr. y la poeta y dramaturga Mercedes de Acosta, quien también fue amante de Greta Garbo).

A menudo reaparecían por la mañana, recién vestidos con su ropa de calle, para desayunar. Dietrich era tan entusiasta de la cocina como de sus aventuras nocturnas. Pero la farsa debía de resultar agotadora para todos los participantes, supuso Riva, ya que su madre empezó a alojarla con institutrices en hoteles y casas alquiladas.

Las aventuras sexuales de Dietrich fueron legendarias --desde el general George Patton hasta Colette y Adlai Stevenson--, y tuvieron un elenco que se fue ampliando a lo largo de las décadas. Durante una temporada en Londres, escribió Riva, podía llegar Michael Arlen para desayunar, Christopher Fry para comer, Kenneth Tynan para tomar el té y "una nueva y atractiva rubia sueca para la cena".

John Wayne, con quien Dietrich protagonizó tres películas a principios de la década de 1940, era un caso atípico, aparentemente inmune a sus encantos. Años más tarde, le dijo a Riva, quien le preguntó por qué no había sucumbido: "Nunca me gustó formar parte de un establo".

A pesar de toda la acción, a Dietrich no le gustaba el acto en sí. Al menos no con hombres. Prefería la felación o, mejor aún, los hombres impotentes. "Son agradables", le dijo a su hija. "Puedes dormir y es acogedor".

Las noches de Riva no eran tan acogedoras. Una institutriz-acompañante la violó repetidamente, la mayoría de las noches, durante más de un año. Riva se convirtió en una adolescente alcohólica y con tendencias suicidas. Se casó, brevemente, al final de su adolescencia.

A los 20 años, Riva estaba divorciada, seguía bebiendo mucho y, como ella misma decía, vagaba a la deriva por San Francisco, donde trabajaba para un amable artista drag. (Su madre estaba en Europa con el Tercer Ejército del general Patton.) Era buena en su trabajo: como ella misma afirmaba, "una modista entrenada por Dietrich puede desempeñarse muy bien como doncella de una imitadora de Sophie Tucker". Él la cuidó, alimentó y alojó durante un tiempo --había estado viviendo a base de kétchup y bourbon--, pero ella empezó a acumular pastillas para dormir y seguía teniendo pensamientos suicidas.

Pero entonces una amiga le dio un ejemplar de La personalidad neurótica de nuestro tiempo, el innovador libro de Karen Horney, psicoanalista alemana y antifreudiana, que examinaba los fundamentos sociales del sufrimiento emocional. Dijo que el libro le salvó la vida.

"Me encontré a mí misma en él", declaró al Chicago Tribune en 1993, y la hizo sentirse menos sola.

Riva dejó la bebida, se trasladó a Nueva York y comenzó a trabajar arduamente como actriz. Se unió a una compañía de las USO (Organizaciones de Servicios Unidos, por su sigla en inglés) y realizó una gira por Europa hasta el final de la guerra, tras lo cual regresó a Nueva York. Conoció a William Riva, escenógrafo, mientras dirigía una obra de teatro con el productor Albert McCleery en la Universidad de Fordham. Se enamoraron y se casaron en 1947.

Aunque desaprobaba el matrimonio, Dietrich fue una presencia constante en la casa de los Riva y tras el nacimiento de su primer hijo, Michael, en 1948, se convirtió en una figura autoritaria en la habitación del bebé. Sin embargo, cuando la revista Life puso a Dietrich en la portada de aquel agosto, proclamándola "La abuela más glamurosa", ella se enfadó. "Automáticamente convierte mi edad en tema de gran discusión", dijo a The New York Times en 1952. "Es ridículo. Es bastante común tener nietos a los 35". Ella tenía 51 años en ese momento.

"¿Qué se siente tener una madre a la que nadie conoce?", escribió Riva más tarde. "Debe de ser bonito".

Maria Elizabeth Sieber nació en Berlín el 13 de diciembre de 1924. Pero no fue hasta la muerte de su padre en 1976, cuando encontró su certificado de nacimiento entre sus papeles, que supo su verdadera edad. (Él y Dietrich nunca se divorciaron.)

Riva sí recibió algunos estudios durante unos años en un internado suizo para señoritas; Dietrich, como era su costumbre, telefoneaba incesantemente a su hija, sacándola de exámenes y de partidos de hockey, sufriendo claramente la ausencia de su criada. Riva también estudió actuación en el taller del director Max Reinhardt en Hollywood.

Tras su matrimonio, Riva se convirtió en una prolífica actriz de televisión, contratada por la CBS, y apareció en más de 500 telefilmes y numerosos anuncios publicitarios. También actuó en producciones teatrales. Sin embargo, con el nacimiento de su cuarto hijo, David, en 1961, abandonó la actuación para dedicarse a su familia, aunque continuó participando en teletones para la parálisis cerebral, labor de voluntariado que había emprendido a instancias de Yul Brynner (otro de los pretendientes de Dietrich). Además, produjo el espectáculo de cabaret de su madre mientras Dietrich pudo actuar.

Además de su hijo Peter, a Riva le sobreviven otros dos hijos, Paul y David; ocho nietos y tres bisnietos. William Riva murió en 1999. Su hijo Michael murió en 2012.

Dietrich pasó sus últimos años sola en un apartamento parisino miserable, no por pobreza ni abandono: no le gustaban las visitas y, aquejada por diversas dolencias, descuidaba su higiene y a menudo usaba objetos cotidianos como orinales. Pasaba los días hablando por teléfono con sus admiradores y examantes, sedada por un cóctel de pastillas, alcohol y remedios milagrosos, tejiendo fantasías y desbaratando verdades, alimentando la leyenda lo mejor que podía.

En 1993, un año después de la muerte de Dietrich a los 90 años, Riva publicó Marlene Dietrich, un libro que le llevó años preparar y que recibió en su mayoría elogios de la crítica y una enorme publicidad.

Molly Haskell, en The Times, lo definió como "el acto definitivo de desmitificación, una obra sorprendente y fascinante".

"Creo que quienes vivimos con una gran fama tenemos que decir que es un truco de supervivencia y que a muchos de nosotros no nos gusta", dijo Riva a Diane Sawyer en una entrevista televisiva en 1993. Escribir el libro, dijo, era una necesidad.

"No se le debe permitir al poder triunfar todo el tiempo", dijo Riva, al recordar la virtual servidumbre que sufrió durante su infancia. "No se le debe perdonar, haga lo que haga, porque sea bello, porque sea famoso, porque sea poderoso".

Penelope Green es reportera del Times en la sección de obituarios.