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ME ENCANTA, EL PROBLEMA ES QUE ES TERRIBLE PARA MÍ.

Mientras nuestra hija de 5 años lloraba a las 6:30 de la mañana y gritaba: "¡No voy a ir a las Olimpiadas!", me di cuenta de que habíamos cometido un gran error. Mi marido, Evan, y yo nos esforzamos por criar a Marcelline como nos han enseñado los libros (y los Reels de Instagram), pero el soborno se ha convertido en nuestra táctica habitual.

Últimamente, Marcelline ha intentado aprender a permanecer seca toda la noche, sin hacerse pipí en la cama, así que hice un trato con ella: "Si logras mantenerte seca toda la noche durante una semana entera", le prometí, "te llevaremos al lugar donde Charlotte celebró su fiesta de cumpleaños".

"¿Puedo ir a las Olimpiadas?", preguntó.

El verano pasado, Marcelline fue a una fiesta de cumpleaños en un gimnasio local mientras se celebraban las Olimpiadas. Desde entonces, llama a ese gimnasio "las Olimpiadas".

Pensé que este plan era infalible. Marcelline casi había aprendido a ir al baño totalmente sola y solo necesitaba un empujoncito. Nos imaginé a Evan y a mí en este gimnasio, chocando los cinco mientras Marcelline saltaba a la piscina de espuma.

En lugar de eso, el resultado han sido meses de una niña de 5 años que llega llorando a los pies de nuestra cama a altas horas de la noche, con los pantalones de pijama empapados de pipí, gritando: "¡No voy a ir a las Olimpiadas!".

Vivimos en un complejo de departamentos con paredes muy delgadas en Jackson, Wyoming, una ciudad de esquí que alberga a muchos aspirantes olímpicos reales, así que solo puedo imaginar a qué tipo de programa agresivo de entrenamiento atlético piensan nuestros vecinos que estamos sometiendo a nuestra hija.

La semana pasada, pocos días después de cumplir 40 años, me desperté empapada. Había tenido escalofríos durante toda la noche y luego sudores que me estremecieron. Por la mañana, no tenía fiebre ni me sentía mal, pero mi camiseta estaba empapada. Hice que Evan la palpara.

"¡Vaya!", exclamó.

Nunca me había pasado nada parecido. Recurrí a Google, que me sugirió que mis sudores nocturnos quizá se debían a una de estas tres causas: ansiedad, perimenopausia o abstinencia del alcohol.

Aunque la depresión históricamente me ha visitado más seguido, la ansiedad sigue tocando a mi puerta. ¿Pero acaso la ansiedad era tanta como para provocar sudores nocturnos?

Sabía algo sobre la perimenopausia porque, si hay una cosa que las influentes de Instagram quieren que sepa, es eso. Solo que yo pensaba que, como una cuarentona vivaracha, me quedaban unos cuantos años más antes de vivir la siguiente fase de los horrores físicos de ser mujer.

Sin embargo, la abstinencia del alcohol me sentó como un golpe directo. Miré hacia mi mesita de noche y vi la copa de "vino de cama" de la noche anterior.

El "vino de cama" es algo que me prometí dejar este año. Es la última copa de vino que llevo conmigo cuando me meto a la cama para ver la tele o hacer un crucigrama.

Le digo a la gente que mi relación con el alcohol es "complicada", pero no lo es. Me encanta beber vino y un buen coctel, pero el alcohol es terrible para mí. En mi mundo, siempre hay una buena excusa para beber: una celebración, una decepción, el estrés. La comida italiana requiere vino; la comida mexicana requiere una margarita. La lista es interminable y desordenada.

Sigo diciéndome a mí misma que me mantendré "seca" (sobria) durante toda la noche. Pero entonces hago una concesión y ya que tomo una sola copa, quiero tomar más. No pienso en cómo me sentiré al día siguiente. Solo pienso: "Una copa más de vino y veré uno de mis programas favoritos en la cama".

Ha habido probablemente cuatro o cinco ocasiones en mi vida en las que me he quedado dormida en la cama, erguida, con una copa de vino tinto en la mano. La peor fue hace poco, cuando me desperté en Hawái tras el cumpleaños número 40 de mi amiga y había derramado vino tinto en todas las sábanas blancas impolutas de la cama de su amiga. Gracias a las maravillas de los quitamanchas, el vino se quitó, pero yo me sentí mortificada por no haber podido mantenerme seca toda la noche.

Hay cientos de experiencias en las dos últimas décadas que deberían haberme hecho dejar de beber por completo, pero aún no lo he hecho. Pasé por periodos de sobriedad, el más largo fue durante el embarazo de Marcelline. Más allá de eso, me propuse dejar de beber con objetivos como el Enero Seco. Pero siempre encontraba una excusa para volver a la botella.

Hace tres años, estuve sobria 109 días seguidos. Al principio fue muy duro, pero luego empecé a querer a quien veía en el espejo. Sentí que la depresión que había estado automedicando con la bebida estaba mejorando mucho. El día 108, Marcelline (que entonces tenía 2 años) tuvo una convulsión inducida por fiebre y tuve que llamar al 911. En una boda la noche siguiente, el día 109 de permanecer seca, le dije a Evan que quería una copa porque estaba muy conmocionada de haber visto a mi bebé tener una convulsión.

Nos tomamos un manhattan cada uno y luego compartimos un baile lento bajo las estrellas. Al final de la noche, él salió con los demás invitados de la boda y yo volví a la cabaña que habíamos rentado, abrí una botella de vino tinto y vi "Friends" mientras me quedaba dormida.

En las mañanas en las que mi hija no viene a mí llorando por no poder ir a las Olimpiadas, le pregunto si pasó toda la noche seca. Últimamente, vamos a la par en cuanto a nuestras rachas. La racha seca más larga que he tenido en los últimos meses ha sido de 15 días.

Pienso en cuáles son mis "Olimpiadas". Temo que, si no logro estar completamente sobria pronto, nunca escribiré como quiero escribir. Nunca lograré publicar mi libro. Nunca correré por las montañas por las que quiero correr. Nunca me amaré como quiero amarme, lo que significa que nunca amaré a mi familia como se merece ser amada. Temo que, el hecho de no permanecer seca durante toda la noche, una noche a la vez, signifique que nunca alcanzaré mi grandeza. Y, aun así, bebo.

Hace más o menos un mes, bebí demasiado vino y me porté mal con Evan delante de Marcelline. Me desperté temprano al día siguiente y Evan me contó todo lo que había pasado. Me sentí mortificada. Me disculpé con Evan y él, vacilante, dejó que lo abrazara mientras le decía: "Lo siento mucho".

Finalmente, me rodeó con sus brazos y me dijo: "No pasa nada".

Pero no sé si no pasa nada. No sé si estoy bien. Me metí a la cama con Marcelline y me acurruqué a su lado durante 20 minutos más, hasta su hora de levantarse. Cuando se despertó, decidí contarle lo de anoche.

Algo que estoy intentando hacer es ser sincera con Marcelline sobre lo más posible. Ella ve muchas cosas. Ve mi relación con Evan. Ve mi relación con el trabajo. Ve mi relación con mi cuerpo y mi forma de comer. Ve mi relación con el alcohol. Así que cuando algo sale mal, me trago mi orgullo, admito mi culpa y hablo con ella sobre ello. (O al menos eso es lo que una mamá de Instagram me dijo que debía hacer).

"Hola, cariño", le dije. "Anoche bebí demasiado alcohol y me porté mal con papá. Le ofrecí disculpas a papá, pero quería asegurarme de ofrecértelas a ti también. Lo siento mucho".

Marcelline no se inmutó. "No pasa nada", respondió. "Pero, mamá, ¿te pediste perdón a ti misma?".

Me quedé sorprendida. No me había disculpado ni perdonado por nada desde que tenía memoria. Siempre acudía a Evan y si él me perdonaba, yo estaba perdonada. Pero nunca había acudido a mí misma y me había pedido perdón por no haber sido amable conmigo misma, por haber cometido un desliz, por haberme apartado de las cosas importantes de la vida mediante un fuerte autosabotaje.

Le dije a Marcelline que no me había pedido perdón y le prometí que lo haría. Entonces le hice la pregunta de la mañana: "¿Permaneciste seca toda la noche?".

"¡Sí!", respondió. "¿Cuántos días son ya? ¿Cuántos días faltan para que pueda ir a las Olimpiadas?".

"Van cuatro días", le contesté. "Has permanecido seca cuatro noches, así que necesitas tres más".

Me ganaba por cuatro días. Marcelline mojó la cama (con mucha angustia) la noche siguiente. Seguimos venciéndonos entre nosotras en cuanto a permanecer secas toda la noche. A veces Evan ya consoló y limpió a Marceline antes de que yo me levantara.

Cuando por fin me levanto, le pregunto a Marceline: "¿Pasaste la noche seca?".

"No", contesta.

Me sirvo un vaso alto de agua y pienso: "Yo tampoco, cariño".

Deseo con todas mis fuerzas que ambas permanezcamos secas toda la noche durante muchas noches en el futuro. Hay muchos acontecimientos olímpicos en la vida esperándonos.