
El recuerdo que la mayoría de nosotros tenemos de las instituciones educativas donde nos hemos formado es sumamente tradicional: aulas, carpetas, pizarras y docentes frente a la clase. En el mejor de los casos, había también una computadora con conexión a internet y un proyector multimedia. Sin embargo, en medio de la transformación social, cultural, tecnológica y digital que estamos atravesando en este momento, es impensable que el sistema educativo siga funcionando de esa forma. Al contrario, necesitamos dar un salto hacia el futuro.
La transformación de la que hablo, impulsada por la Internet de las Cosas y la democratización de los datos, es inevitable y nos empuja a crear ecosistemas inteligentes como las Smart Cities o los Smart Campus. Estos últimos, también conocidos como universidades inteligentes, engloban todos los aspectos de una comunidad educativa, pero desarrollan cambios trascendentales en el modelo de formación profesional para adaptarlo a las tecnologías actuales y futuras. Además, son espacios pedagógicos totalmente eficaces que no solo usan las TI con fines académicos, sino también para optimizar la eficiencia energética, económica, social y medioambiental. Es decir, en beneficio de la sostenibilidad.
Los Smart Campus, definidos también por Gartner como espacios abiertos, físicos o digitales, en donde los humanos y los sistemas habilitados por la tecnología interactúan para crear experiencias educativas más inmersivas y automatizadas, dejan atrás la formación pura y dura de una carrera profesional e impulsan la formación transdisciplinar. En otras palabras, buscan que sus estudiantes tengan la capacidad de irrumpir en otras disciplinas, comprenderlas y utilizarlas, para generar soluciones innovadoras que transformen realidades con una visión holística.

Por todo lo anterior, considero que es necesario dar un salto de la universidad tradicional a las universidades inteligentes, sobre todo en un país como el nuestro donde solo tres de cada diez jóvenes que terminan el colegio pueden acceder a la educación superior, debido a brechas sociales, económicas y digitales que son problemas latentes. En ese sentido, necesitamos generar educación SMART y transdisciplinar a través de los Smart Campus, conectando a millones de personas con más oportunidades educativas. Pero, para lograrlo, es preciso democratizar el acceso a internet y la tecnología, a fin de derribar las barreras de una infraestructura física y obsoleta.
Ahora bien, la tecnología por sí misma tampoco es suficiente. Virar hacia una universidad inteligente requiere una reingeniería del modelo educativo con un enfoque transdisciplinar, intuitivo, flexible, escalable y, sobre todo, centrado en la persona, con espacios de enseñanza eficaces, sean físicos o virtuales, donde la tecnología sea una aliada en la vida y formación académica de las personas.
Creo que, en medio de la aceleración digital, tenemos la oportunidad de transformar la educación y abrir caminos para que jóvenes de diferentes partes del Perú y el mundo colaboren digitalmente generando una comunidad de aprendizaje integrada, transdisciplinar, innovadora y disruptiva. Los beneficios de este tipo de universidad son muchos: mejora la experiencia, la seguridad en el campus, protege los activos y las personas, reduce costos operativos, genera información para la toma de decisiones y prepara profesionales capaces de responder con eficiencia a los retos profesionales del mercado y del mundo actual.
Construyamos hoy las universidades inteligentes que el país necesita. Nuestro futuro depende de ese salto.
¡Hasta la próxima!

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