Una tormenta de nieve repentina atrapó a casi mil personas en la vertiente tibetana del monte Everest, en uno de los incidentes más graves registrados recientemente en la montaña más alta del mundo. Según informó Reuters, varios centenares de escaladores ya fueron evacuados hacia zonas seguras, pero la mayoría permanecía aún varada en áreas de gran altitud.
Las autoridades locales del condado de Tingri, en la región autónoma del Tíbet, indicaron que unas 350 personas fueron rescatadas y trasladadas al poblado de Qudang, mientras continúan las operaciones de búsqueda. Equipos de rescate locales y voluntarios trabajan para despejar los caminos bloqueados por la nieve.
La tormenta comenzó el viernes y se intensificó durante el sábado. Derrumbó tiendas y cubrió rutas de ascenso con varios metros de nieve. Las ráfagas de viento alcanzaron velocidades que impidieron el uso de helicópteros, lo que complicó el traslado de los atrapados.
Según The Guardian, se logró establecer contacto con más de 200 personas que siguen en zonas de difícil acceso. Las autoridades tibetanas suspendieron temporalmente la venta de permisos de ascenso y cerraron la zona turística del Everest hasta nuevo aviso.
La agencia estatal china Xinhua, citada por Reuters, señaló que el fenómeno meteorológico sorprendió a varias expediciones en distintos campamentos a alturas superiores a los 4.900 metros. Las autoridades locales confirmaron que no hay información oficial sobre fallecidos, aunque continúan las labores de búsqueda.
El temporal forma parte de un sistema climático más amplio que también provocó fuertes lluvias en Nepal, donde al menos 47 personas murieron por inundaciones y deslizamientos de tierra, según Reuters. Testimonios recogidos por medios locales describen una tormenta “repentina y fuera de lo habitual para octubre”, una época del año en la que normalmente las condiciones son estables.
El incidente expone un problema mayor: la saturación del Everest. Demasiadas expediciones, demasiados turistas sin experiencia, rutas convertidas en embotellamientos en la “zona de la muerte”. En 2019, por ejemplo, una congestión prolongada junto a la cumbre contribuyó a once muertes en menos de diez días, según múltiples informes. El exceso de escaladores inexpertos fue señalado como una de las causas críticas. Las colas en el tramo final elevan el riesgo de edema, agotamiento y alucinaciones, justo cuando el cuerpo ya marcha en déficit de oxígeno.

Al menos 345 personas han muerto intentando escalar Everest desde que comenzaron los registros oficiales. Aunque en muchas temporadas la cifra anual sea modesta —de tres a cinco muertes en los trekkings hacia el campamento base—, el ascenso a la cima concentra los peores riesgos.
El Everest, de 8.848 metros de altura, marca la frontera entre Nepal y China. La vertiente tibetana, menos transitada que la nepalí, ganó popularidad en los últimos años por sus mejoras de infraestructura y un control más estricto del número de permisos. En abril pasado, Nepal anunció un plan para limitar los permisos de escalada solo a montañistas con experiencia, después de una serie de accidentes en la temporada de primavera.
Las autoridades chinas no precisaron cuándo podrán retomar los rescates aéreos, que dependen de la mejora de la visibilidad. Por ahora, los esfuerzos se concentran en evacuar a pie a los grupos más cercanos a los campamentos inferiores.
Este episodio no es una anomalía meteorológica aislada: expone la tensión entre la belleza extrema y la presión comercial del montañismo masivo. La montaña reclama su ritmo; las expediciones deben replantearse su escala. Quedar atrapado ahora no es solo un accidente. Es un síntoma de una cima que ya no resiste sin límites.