Charlotte y Linda Mulhall —conocidas como las Hermanas Tijera— protagonizaron uno de los crímenes más atroces de la historia contemporánea de Irlanda. A dos décadas del asesinato y desmembramiento de Farah Swaleh Noor, el caso sigue resonando, alimentado por nuevas revelaciones, disputas familiares y reclamos judiciales no resueltos.
El crimen: una noche de drogas, violencia y horror
El 20 de marzo de 2005, en un modesto apartamento de Richmond Cottages, Dublín, el keniano Farah Swaleh Noor fue brutalmente asesinado por las hermanas Mulhall. Después de consumir éxtasis, vodka y cocaína, Noor —novio de su madre, Kathleen Mulhall— se insinuó sexualmente a Linda. En ese momento, Charlotte tomó un cuchillo Stanley y le cortó la garganta, mientras Linda lo golpeaba con un martillo, según el medio irlandés, Independent.

“Estaba borracho, drogado, y dijo algo obsceno al oído de Linda”, detalló la policía durante el juicio. Las hermanas, fuera de control, desmembraron el cuerpo en el baño. Charlotte comenzó a serruchar los brazos, mientras Linda seguía golpeándolo. El cuerpo fue cortado en ocho partes.
Lo más espeluznante: metieron la cabeza en una mochila y la llevaron en autobús a Tallaght, donde la enterraron, la desenterraron y la destrozaron con un martillo. Nunca fue recuperada.
“¿Dos hermanas en un autobús con la cabeza de un hombre en una bolsa? Es absolutamente fascinante. Impresionante, de verdad”, recordó a Sunday World el ex jefe de investigaciones Christy Mangan, quien condujo la pesquisa.
Una investigación sin precedentes en Irlanda
Diez días después del asesinato, el 30 de marzo, transeúntes hallaron restos humanos flotando en el Canal Real de Dublín: un torso, piernas y brazos. No había cabeza ni pene, lo que llevó a suponer que se trataba de un asesinato ritual. “Eso nos situó inmediatamente en el terreno de un asesinato ritual”, explicó Mangan. Incluso consultaron a sacerdotes, expertos en ritos africanos y policías sudafricanos.

Un amigo de Noor identificó una camiseta blanca de fútbol hallada junto a los restos, recordando haberlo visto con tres mujeres días antes en O’Connell Street. Eso orientó la investigación hacia la familia Mulhall.
La ciencia forense fue clave. El ADN extraído de un hijo de Noor confirmó la identidad con una coincidencia del 99,6%.
La confesión: una taza de té que lo cambió todo
La clave del caso fue la confesión de Linda Mulhall, quien, tras una conversación informal con la policía en su casa, pidió hablar con ellos: “Necesito hablar contigo”. Lo que siguió fue una confesión de cuatro horas. Relató cómo su hermana apuñaló a Noor, cómo ella lo golpeó en el baño, y cómo ambas procedieron a desmembrarlo.
“Describió el momento en que su hermana Charlotte clavó un cuchillo Stanley en el cuello de Farah… Admitió haber estado de pie en un plato de ducha, destrozando el cuerpo en un ataque de pánico y desesperación”, narró Mangan. “Estaba muy afectada, profundamente traumatizada, pero fue honesta”.

La familia Mulhall: un ciclo de violencia y disfunción
Kathleen Mulhall, madre de las asesinas, tuvo seis hijos y una vida marcada por el abuso. Mantuvo una relación inestable con Noor, quien la golpeaba y la humillaba públicamente. En una discusión esa noche, fue ella quien les gritó: “Matalo por mí”, lo que luego tras el acto del hombre las incitó a la acción.
Charlotte, con solo 23 años, tenía antecedentes de prostitución y alcoholismo. Linda, madre de cuatro, había sido víctima de violencia por parte de su pareja. Ambas habían sufrido una vida de pobreza, drogas y trauma psicológico.
Kathleen fue arrestada en 2008 tras huir al Reino Unido. Confesó haber limpiado la escena del crimen y ocultado pruebas, por lo cual recibió una condena de cinco años de prisión. En el tribunal declaró: “Quería proteger a mis hijas”.

Farah Swaleh Noor: la víctima ignorada
Nacido en Kenia como Sheilila Said Salim, Noor ingresó a Irlanda con documentos falsos. Tenía antecedentes por violencia doméstica, agresiones sexuales y abuso de menores. Vivía de forma marginal, consumía drogas y era conocido por tratar a las mujeres como objetos. En vida, fue un hombre peligroso; en muerte, fue una víctima brutalizada como pocas veces ha visto la historia criminal irlandesa.
Últimos movimientos judiciales y vida en prisión
Charlotte Mulhall, condenada a cadena perpetua por asesinato, permanece recluida en la prisión de Limerick. En 2024 presentó un recurso judicial para ser trasladada de nuevo a la prisión de mujeres de Mountjoy, en Dublín, alegando que su familia no ha podido visitarla desde el traslado.
El Tribunal Superior dio luz verde al recurso alegando que la reclusa “tiene derecho a recibir visitas familiares regulares”, aunque desestimó otros elementos de su demanda.
La causa se originó en un episodio ocurrido en diciembre de 2018, cuando un funcionario presuntamente la sorprendió “sentada sobre otro funcionario de prisión mientras le hacía un tratamiento de belleza”. Charlotte negó que existiera algo inapropiado. Según declaró bajo juramento: “Me siento sola y triste por la falta de visitas de mi familia” y agregó que extraña a su perro.
Linda Mulhall, por su parte, fue liberada en 2018 tras cumplir su condena por homicidio involuntario. Reside en el Reino Unido, donde intenta rehacer su vida lejos del escrutinio público. “Solo quiero seguir con mi vida. No quiero dar noticias”, declaró brevemente al ser abordada por la prensa en Daily Record. Sin embargo, su relación con su madre está rota. Kathleen Mulhall expresó: “Ni siquiera contestó a mis mensajes. Solo hablo con Charlotte. Ella es mi vida”.