
Un insecto nativo de la Antártida ha comenzado a ingerir microplásticos, según un estudio internacional liderado por la Universidad de Kentucky.
Este hallazgo, publicado en la revista Science of the Total Environment, revela que incluso en uno de los entornos más remotos y aparentemente prístinos del planeta, la contaminación plástica ha logrado infiltrarse, con potenciales consecuencias para las especies locales y, a largo plazo, para la salud de los ecosistemas polares.
En la fase final de la investigación, el equipo dirigido por Jack Devlin —quien realizó este trabajo como parte de su doctorado antes de trasladarse a Escocia como ornitólogo marino— recolectó larvas de Belgica antarctica en veinte puntos distribuidos en trece islas de la Península Antártica occidental durante un crucero científico en 2023.
Las muestras, preservadas inmediatamente para evitar que continuaran alimentándose, fueron analizadas en colaboración con la experta italiana en microplásticos Elisa Bergami, de la Universidad de Módena y Reggio Emilia, y el especialista en imagen Giovanni Birarda, de Elettra Sincrotrone Trieste. Mediante técnicas avanzadas de imagen capaces de identificar partículas de hasta cuatro micrómetros, el equipo examinó cuarenta larvas y detectó dos fragmentos de microplástico en su interior.

La advertencia de los científicos
Aunque la cifra pueda parecer baja, Devlin considera que representa una señal de alerta. Según declaró “la Antártida aún tiene niveles de plástico mucho más bajos que la mayor parte del planeta, y eso es una buena noticia. Nuestro estudio sugiere que, por el momento, los microplásticos no están inundando estas comunidades del suelo. Pero ahora podemos afirmar que están penetrando en el sistema y, en niveles suficientemente altos, empiezan a alterar el equilibrio energético de los insectos”.
La Belgica antarctica es una pequeña mosca no picadora, del tamaño de un grano de arroz, considerada el insecto más austral del mundo y el único endémico de la Antártida. Sus larvas habitan zonas húmedas de musgo y algas a lo largo de la Península Antártica, donde pueden alcanzar densidades de hasta 40.000 individuos por metro cuadrado. Su función ecológica es clave: contribuyen a la descomposición de materia vegetal muerta y al reciclaje de nutrientes en el suelo.
Devlin explicó que estos insectos son “poliextremófilos”, capaces de soportar frío extremo, sequía, alta salinidad, grandes fluctuaciones térmicas y radiación ultravioleta. La pregunta central del estudio era si esta resistencia natural los protegía frente a un nuevo tipo de estrés, como la presencia de microplásticos, o si, por el contrario, los hacía vulnerables a un contaminante sin precedentes en su historia evolutiva.

La investigación se desarrolló en dos fases. En la primera, el equipo expuso larvas de Belgica antarctica a diferentes concentraciones de microplásticos en condiciones controladas. Los resultados iniciales sorprendieron a los científicos: “Incluso con las mayores concentraciones de plástico, la supervivencia no disminuyó”, afirmó Devlin.
“Su metabolismo básico tampoco cambió. A simple vista, parecían estar bien”. Sin embargo, un análisis más detallado reveló un efecto menos evidente: las larvas sometidas a mayores niveles de microplásticos presentaron menores reservas de grasa, mientras que los niveles de carbohidratos y proteínas permanecieron prácticamente inalterados.
Devlin atribuye este fenómeno a la alimentación más lenta de las larvas a bajas temperaturas y a la complejidad del suelo natural en el que viven, factores que podrían limitar la cantidad de plástico ingerido. No obstante, advierte que el periodo de exposición en el experimento fue de solo diez días, debido a las dificultades logísticas del trabajo en la Antártida. Por ello, considera necesario realizar estudios a más largo plazo para comprender mejor los posibles impactos de la exposición continuada a microplásticos.

La segunda fase del proyecto abordó una cuestión fundamental: ¿las larvas silvestres de Belgica antarctica ya están ingiriendo microplásticos en su entorno natural? La respuesta, aunque limitada en número, fue afirmativa. El hallazgo de dos fragmentos de microplástico en cuarenta larvas demuestra que la contaminación ha alcanzado incluso a los organismos más aislados del planeta. Devlin subraya que, dado que este mosquito no tiene depredadores terrestres conocidos, el plástico ingerido probablemente no se transfiere de manera significativa a otros niveles de la cadena alimentaria. Sin embargo, la preocupación radica en los efectos acumulativos que podrían producirse si las larvas, que tienen un ciclo de vida de hasta dos años, continúan incorporando microplásticos, especialmente en un contexto de calentamiento global y sequías crecientes que añaden estrés adicional a la especie.
El estudio se originó a partir de la experiencia personal de Devlin, quien quedó impactado tras ver un documental sobre la contaminación plástica. “Esto empezó porque vi un documental y pensé: ‘Sin duda, la Antártida es uno de los últimos lugares que no tiene este problema’”, relató Devlin.
“Luego vas allí, trabajas con este increíble insecto que vive donde no hay árboles, apenas hay plantas, y aun así encuentras plástico en sus intestinos. Eso realmente te hace ver lo extendido que está el problema”, sumó.

La presencia de microplásticos en la Antártida no es completamente nueva. Investigaciones previas ya habían detectado fragmentos de plástico en la nieve fresca y en el agua de mar circundante. Aunque las concentraciones son menores que en la mayoría de las regiones del planeta, las corrientes oceánicas, el transporte eólico a larga distancia y la actividad humana —principalmente desde bases de investigación y barcos— han facilitado la llegada de plásticos al continente. El estudio actual es el primero en documentar la presencia de microplásticos dentro de insectos antárticos capturados en la naturaleza y en analizar sus efectos fisiológicos.
El equipo de investigación planea continuar con el monitoreo de los niveles de microplásticos en los suelos antárticos y desarrollar experimentos más prolongados y con múltiples factores de estrés en Belgica antarctica y otros organismos del suelo. Devlin considera que la Antártida ofrece un ecosistema relativamente sencillo que permite plantear preguntas muy precisas sobre los efectos de la contaminación. Según sus palabras: “La Antártida nos brinda un ecosistema más sencillo para plantear preguntas muy concretas. Si prestamos atención ahora, podríamos aprender lecciones que se apliquen mucho más allá de las regiones polares”.
El hallazgo de microplásticos en el único insecto nativo de la Antártida constituye una evidencia más de la expansión global de la contaminación humana, alcanzando incluso los confines más inhóspitos del planeta.
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