
La ciencia obtuvo un nuevo indicio de que los ladrillos de la vida no fueron exclusivos de nuestro planeta. Un análisis reciente de muestras del asteroide Bennu reveló señales firmes de triptófano, un aminoácido esencial para la formación de proteínas y conocido por su relación con la serotonina.
Este avance amplió el catálogo de compuestos orgánicos presentes en material extraterrestre y colocó a Bennu en un sitio central dentro de la investigación sobre los orígenes biológicos.
La misión OSIRIS-REx de la NASA, que devolvió a la Tierra 121,6 gramos de polvo y roca del asteroide en 2023, permitió un examen sin precedentes de un cuerpo formado hace unos 4500 millones de años.
La novedad sorprendió incluso a quienes llevan décadas dedicados a rastrear moléculas complejas en meteoritos y cometas.

José Aponte, astroquímico del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, celebró el resultado: “Encontrar triptófano en el asteroide Bennu es un gran logro, ya que es uno de los aminoácidos más complejos y, hasta ahora, nunca se había observado en ningún meteorito ni muestra espacial”. La frase resume el impacto del hallazgo.
Hasta ahora, el triptófano solo aparecía en escenarios terrestres o en ambientes estelares muy distintos, como la región IC348 del complejo molecular de Perseo, donde un equipo del Instituto de Astrofísica de Canarias detectó sus firmas espectrales en datos del telescopio Spitzer.
La aparición simultánea de esta molécula en lugares tan diferentes refuerza una hipótesis atractiva: la vida no necesitó un laboratorio aislado en la Tierra. Las mismas piezas pudieron surgir en el espacio mucho antes de que existieran océanos, atmósferas o condiciones biológicas favorables.

Un asteroide pequeño con una historia química enorme
Bennu es un fragmento de un cuerpo mayor que experimentó procesos dinámicos intensos. Sus rocas conservan rastros de agua líquida que circuló en canales internos, depósitos salinos y residuos de reacciones que transformaron materia orgánica primitiva.
OSIRIS-REx accedió a este material sin el deterioro que sufren los meteoritos al atravesar la atmósfera. Por eso Bennu funciona como una verdadera cápsula del tiempo del Sistema Solar temprano.
Ángel Mojarro, autor principal del nuevo estudio publicado en la revista PNAS, lo expresó de forma directa: “Son como piezas de un rompecabezas que aún no están ensambladas”. La frase encaja con la diversidad química detectada.

Las muestras revelaron amoníaco, minerales asociados a condritas carbonáceas y una mezcla variada de orgánicos solubles e insolubles. Esa heterogeneidad indica que el cuerpo progenitor de Bennu atravesó ciclos acuosos distintos, con variaciones locales en temperatura, presión y concentración de sales.
Cada zona produjo un escenario químico propio. Los investigadores consideran que esos microambientes elevaron las posibilidades de crear moléculas cada vez más complejas.
Antes del nuevo reporte, el equipo había confirmado 14 aminoácidos usados por la vida terrestre y las cinco nucleobases del ADN y el ARN. Esa lista ya resultaba llamativa. El anuncio del posible triptófano elevó a 15 la cuenta de aminoácidos relevantes para proteínas. Aunque el estudio reclama verificaciones adicionales, la señal coincidió en distintos análisis y se mantuvo en niveles imposibles de explicar por contaminación terrestre.

George Cody, experto del Instituto Carnegie que no participó en la investigación, lo resumió sin rodeos: “Creo que estas moléculas se derivan legítimamente del asteroide Bennu”.
El método aplicado en este nuevo trabajo combinó dos estrategias. La pirólisis de destello permitió liberar compuestos atrapados en la roca al elevar su temperatura de forma abrupta, mientras que la llamada química húmeda desarmó estructuras orgánicas para rastrear sus configuraciones.
La unión de ambas técnicas generó un catálogo muy amplio, coherente con estudios previos sobre meteoritos pero ampliado por señales adicionales que apuntaron al triptófano. Para moléculas frágiles, esta doble aproximación funciona como una lupa afinada.

La misión OSIRIS-REx otorgó otro beneficio. El retorno controlado de las muestras evitó la destrucción de sales y minerales que suelen desaparecer durante la caída meteórica.
Dante Lauretta, uno de los responsables científicos del proyecto, explicó el valor de esa ventaja: “Debido a que OSIRIS-REx devolvió estas muestras en perfecto estado, finalmente estamos viendo las frágiles sales, minerales y compuestos orgánicos que los meteoritos pierden al ingresar”. La afirmación marca un antes y un después en el estudio de material extraterrestre prístino.

La química del Sistema Solar temprano vuelve a sorprender
La presencia de triptófano encaja con un patrón mayor. La astrobiología sigue hallando firmas químicas similares en entornos muy distantes.
El trabajo de la doctora Susana Iglesias-Groth, que identificó 20 líneas de emisión del triptófano en el entorno de IC348, abrió la puerta a una idea sugerente: los aminoácidos esenciales podrían ser comunes en nubes de gas y polvo donde nacen estrellas y planetas. Si moléculas tan complejas ya estaban disponibles en esos reservorios cósmicos, la naturaleza tuvo más oportunidades para iniciar ensamblajes prebióticos.
“La evidencia de triptófano en el complejo molecular de Perseo debería impulsar nuevos esfuerzos para identificar otros aminoácidos en esta región y en otras regiones de formación estelar. Es muy prometedor que los componentes básicos de las proteínas estén ampliamente presentes en el gas del que se forman las estrellas y los planetas; podría ser clave para el desarrollo de la vida en sistemas exoplanetarios”, explicó el especialista Iglesias-Groth.
El descubrimiento también encaja con la hipótesis de la “entrega cósmica”. Kate Freeman, investigadora de la Universidad Estatal de Pensilvania, expresó una metáfora que resume bien el escenario: “Los asteroides fueron el servicio de entrega de comestibles de la Tierra primitiva, aportando una gran cantidad de moléculas a nuestro mundo prebiótico”.
Si la Tierra recibió aminoácidos, nucleobases y compuestos reactivos desde el espacio durante largos periodos, el surgimiento de reacciones biológicas básicas dejó de ser un evento improbable.
Otro factor amplió el valor de esta investigación: la mezcla racémica encontrada en varias moléculas. Los aminoácidos pueden existir como versiones “zurdas” o “diestras”. La vida terrestre adoptó la forma zurda casi en exclusividad. El material de Bennu mostró ambas posibilidades en proporciones iguales. Ese equilibrio confirma que la asimetría biológica no surgió en etapas tempranas del Sistema Solar, sino en fases posteriores, bajo condiciones que aún generan preguntas.
Cada avance motiva nuevos pasos. Los equipos que trabajan con el material de Bennu preparan análisis independientes para corroborar el triptófano con protocolos aún más estrictos. También buscan mapear con mayor precisión las variaciones internas del asteroide, relacionar minerales con compuestos orgánicos y reconstruir los ambientes donde surgieron. Comparaciones con Ryugu y futuros retornos de muestras ayudarán a identificar patrones comunes.
Los expertos coinciden en que Bennu conserva un registro extraordinario. Su cuerpo original experimentó flujos líquidos, impactos, procesos térmicos y transformaciones orgánicas en secuencias muy extensas. Cada grano transporta pistas sobre esa historia.
Lauretta destacó esa dimensión al afirmar que Bennu conserva sistemas químicos distintos, surgidos mucho antes de que la vida apareciera en la Tierra. Para la astrobiología, esta afirmación implica que pequeños cuerpos del espacio ya ofrecían escenarios activos, fértiles y llenos de reacciones capaces de formar moléculas cruciales.

La imagen que surge de todo este trabajo es poderosa. El triptófano se suma a un conjunto variado de compuestos que confirman que la química compleja no necesita océanos para desarrollarse.
Las rocas de Bennu, las firmas espectrales del complejo Perseo y los meteoritos ricos en carbono describen un universo donde las moléculas esenciales aparecieron de manera natural en muchos entornos. La vida terrestre pudo tomar prestada una combinación de esos elementos y transformarla en algo mayor.
La pregunta que persigue a la ciencia desde hace décadas permanece abierta, pero cada pieza nueva ilumina un camino más claro. El descubrimiento del triptófano en Bennu no responde cómo surgió la vida, aunque brinda un mensaje convincente: el cosmos produjo los ingredientes antes de que la Tierra los necesitara. Y eso modifica por completo la forma en que pensamos nuestro propio origen.
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