Un nuevo trabajo científico liderado por especialistas del CONICET y del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACNBR-CONICET) acaba de modificar un capítulo central de la historia evolutiva de los escarabajos peloteros sudamericanos.
La investigación, publicada en la revista Palaeontology, demuestra que algunas especies de la subfamilia Scarabaeinae comenzaron a alimentarse de carroña decenas de millones de años antes de lo que señalaban las hipótesis tradicionales.
El hallazgo no solo adelanta de manera drástica el origen de ese comportamiento, sino que descarta la explicación más aceptada hasta ahora, que lo vinculaba con la extinción de la megafauna durante el Pleistoceno tardío, hace aproximadamente 129 mil años.

Los resultados se basan en el análisis icnológico más exhaustivo realizado hasta el momento sobre 5340 bolas de cría fósiles pertenecientes al género Coprinisphaera, halladas en paleosuelos de nueve formaciones geológicas distribuidas en Argentina, Chile, Uruguay y Ecuador.
Estos registros abarcan un período que va desde el Eoceno temprano hasta el Pleistoceno tardío, lo que permitió reconstruir la evolución del comportamiento alimentario de este grupo de insectos a lo largo de decenas de millones de años.
La evidencia revela que la necrofagia —es decir, el consumo de cadáveres en descomposición— surgió en Sudamérica durante el Eoceno medio-tardío, hace más de 37 millones de años, en un contexto ambiental completamente diferente del que se asumía.
El hallazgo que desafía una hipótesis histórica
Hasta ahora, la explicación predominante señalaba que los escarabajos peloteros necrófagos habían desarrollado su hábito alimentario como respuesta a la falta de estiércol provocada por la desaparición de grandes mamíferos herbívoros durante la extinción masiva del Pleistoceno tardío.
Según esa teoría, al disminuir la disponibilidad de excrementos, algunas especies habrían adoptado la carroña como un recurso alternativo para asegurar su supervivencia. Sin embargo, el nuevo estudio refuta por completo esa idea. “Las trazas fósiles analizadas revelan que algunas especies de Scarabaeinae ya se alimentaban de cadáveres hace más de 37 millones de años”, explicó Liliana F. Cantil, primera autora del trabajo e investigadora del CONICET en la División Icnología del MACNBR.
“Esta nueva hipótesis reemplaza a la anterior y cambia profundamente lo que se conocía sobre la historia evolutiva del grupo, posicionando el origen de la necrofagia en un momento en el que los grandes herbívoros no estaban en declive, sino que eran abundantes”.
Pastizales antiguos, competencia inesperada y un cambio de estrategia
Una de las claves del estudio radica en la reconstrucción paleoambiental del período. La aparición de los pastizales patagónicos hace unos 45 millones de años generó condiciones favorables para el asentamiento y la expansión de grandes herbívoros. Ese aumento, a su vez, derivó en un incremento significativo de los escarabajos coprófagos, que utilizaban la bosta como principal fuente alimentaria y como materia prima para sus nidos.
Con el tiempo, la elevada diversidad y abundancia de especies coprófagas provocó una competencia intensa por los recursos, lo que habría desencadenado un fenómeno conocido como desplazamiento de nicho ecológico.
Según los investigadores, fue en ese contexto cuando algunas especies comenzaron a utilizar la carroña como alternativa, dando origen a la necrofagia como estrategia adaptativa temprana. Las nuevas evidencias fósiles indican que esa transición no fue un proceso aislado ni reciente, sino un cambio profundo que surgió mucho antes de lo que se creía.
Las piezas fósiles que cuentan la historia
Para reconstruir este escenario, el equipo analizó miles de bolas de cría fósiles, estructuras esféricas o piriformes construidas por los escarabajos adultos para depositar un huevo junto con una reserva alimentaria.
Durante el desarrollo, la larva consume el material almacenado —ya sea estiércol o carroña— hasta alcanzar su etapa adulta. Bajo condiciones adecuadas, esas estructuras pueden fosilizarse y conservarse durante millones de años, convirtiéndose en una fuente de información única sobre el comportamiento de insectos extintos.
Las bolas de cría presentan diferentes morfologías según la especie y su tipo de alimentación.
En este estudio, los investigadores lograron refinar la atribución de diversas icnoespecies de Coprinisphaera, diferenciando con precisión aquellas producidas por escarabajos coprófagos de las construidas por escarabajos necrófagos.
Entre los hallazgos más relevantes se encuentran Coprinisphaera tonnii y Coprinisphaera akatanka, ambas asociadas por primera vez a productores necrófagos.
Según los resultados, los productores de Coprinisphaera tonnii estarían filogenéticamente emparentados con el género necrófago actual Coprophanaeus, mientras que C. akatanka se vincula con especies necrófagas del género Canthon. Esta correlación aporta una evidencia sin precedentes, ya que establece conexiones evolutivas a partir de restos indirectos y no de fósiles corporales.

El registro más antiguo de necrofagia identificado hasta el momento proviene de la Formación Sarmiento, en Chubut, y tiene una antigüedad estimada de 37,7 millones de años. La evidencia sugiere que los escarabajos necrófagos habrían coexistido con los coprófagos en ambientes templados-cálidos dominados por pastizales y habitados por mamíferos herbívoros.
En lugar de depender exclusivamente de la bosta, estos insectos comenzaron a utilizar los cadáveres como provisión para la cría, lo que abrió un nuevo nicho ecológico y les otorgó ventajas adaptativas en un escenario competitivo.
El estudio también identifica dos momentos clave en la expansión de los escarabajos necrófagos. El primero ocurrió durante el Mioceno Medio, cuando la necrofagia parece haberse consolidado como estrategia exitosa. El segundo tuvo lugar en el Pleistoceno, especialmente en el centro y norte de Argentina, donde nuevas especies comenzaron a consumir pequeños vertebrados y ocupar hábitats semiáridos más fríos y con pastos escasos. Estos cambios estarían vinculados a fluctuaciones climáticas que impusieron presiones ambientales sobre las poblaciones existentes.
La investigación constituye una contribución fundamental al estudio de la evolución de los escarabajos de la subfamilia Scarabaeinae y ofrece una perspectiva ampliada sobre la relación entre cambios ambientales, disponibilidad de recursos y estrategias de supervivencia.
“A través del análisis detallado de miles de trazas fósiles y de los paleosuelos asociados, pudimos reconstruir los cambios ecológicos y adaptativos que experimentaron estos insectos a lo largo de millones de años”, señala Cantil. “Este enfoque permite entender no solo cuándo surgieron ciertos comportamientos, sino también por qué fueron evolutivamente exitosos”.

La importancia ecológica de los escarabajos peloteros es ampliamente reconocida. Actualmente existen más de seis mil especies distribuidas en la mayoría de los ecosistemas terrestres. Su rol como ingenieros ambientales resulta crucial para el reciclaje de nutrientes, la aireación del suelo y la descomposición de materia orgánica.
La investigación demuestra que su flexibilidad evolutiva —particularmente la capacidad de modificar su dieta— fue una de las claves que les permitió atravesar cambios climáticos drásticos y transformaciones profundas en los paisajes sudamericanos.
Además de aportar nuevos registros fósiles en formaciones como Sarmiento, La Pava, Río Frías y Tafí del Valle, el trabajo integra información de larga escala temporal y geográfica, lo que permite reconstrucciones evolutivas más precisas para América del Sur. La amplitud del análisis y la metodología aplicada posicionan al estudio como una referencia internacional en icnología y paleobiología de insectos.
Del trabajo participaron también M. Victoria Sánchez, Jorge F. Genise, Eduardo S. Bellosi, José H. Laza, Mirta G. González y Laura C. Sarzetti, todos integrantes de la División Icnología del MACNBR-CONICET.
Con estas nuevas evidencias, la historia evolutiva de los escarabajos peloteros sudamericanos ya no se entiende como una respuesta reciente a una crisis ecológica, sino como el resultado de procesos mucho más antiguos, complejos y prolongados.
Y, a la vez, como un ejemplo de cómo los fósiles más pequeños —bolas de cría endurecidas hace millones de años— pueden reescribir capítulos completos de la vida en la Tierra.
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