
La expectación que generan las auroras boreales contrasta con la frustración de quienes, tras largas horas bajo el cielo, solo encuentran oscuridad. Aunque la ciencia avanzó, la predicción de este fenómeno permanece rodeada de incertidumbre.
Según National Geographic, anticipar la aparición de las auroras boreales resulta tan impreciso hoy como prever el clima en la década de 1960, lo que evidencia la complejidad y los límites actuales de la disciplina denominada clima espacial.
También conocidas como luces del norte, constituyen la manifestación visible de sucesos iniciados en el Sol. Mientras que, en el hemisferio sur, se las denomina como aurora austral. El proceso comienza cuando el viento solar, una corriente continua de partículas cargadas emitidas por el Sol, alcanza la Tierra.
Al interactuar con la magnetosfera, dichas partículas dirigen energía hacia los polos y colisionan con gases atmosféricos como oxígeno y nitrógeno, lo que origina una variedad de colores, entre los que destacan verdes, rosas, rojos y violetas.
Tom Kerss, astrónomo y principal buscador de auroras de la línea de cruceros noruega Hurtigruten, afirmó a National Geographic: “Las auroras son una expresión visible de la invisible y esquiva región llamada entorno del clima espacial, que no solo rodea la Tierra, sino que abarca todo el sistema solar”. Por tal motivo, fenómenos análogos pueden observarse en otros planetas.

Los retos de la predicción y el papel de los eventos solares
La dificultad en la predicción reside en la complejidad de los procesos solares y en las limitaciones tecnológicas para monitorear los desencadenantes. A diferencia de la meteorología terrestre, el clima espacial carece de una infraestructura densa de instrumentos y de un registro extenso de datos históricos.
Vince Ledvina, cazador de auroras y estudiante de doctorado en la Universidad de Alaska Fairbanks, señaló a National Geographic que “el clima espacial hoy está donde la meteorología terrestre estaba en los años 60”. Esta diferencia tecnológica y de conocimiento provoca que los pronósticos cambien frecuentemente y que la aparición de auroras permanezca como una cuestión de probabilidad.
Los principales responsables de las auroras más intensas son eventos solares de gran magnitud. Entre ellos sobresalen las eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés), explosiones masivas de plasma y campos magnéticos expulsados al espacio, que provocan tormentas geomagnéticas extremas. También contribuyen las llamaradas solares, ráfagas repentinas de radiación, y los agujeros coronales, regiones del Sol que liberan viento solar acelerado.

Cuando estos fenómenos impactan la Tierra, pueden generar auroras espectaculares, pero también representan un riesgo para infraestructuras como redes eléctricas, satélites, sistemas GPS y comunicaciones por radio. Por ello, la predicción de auroras forma parte de la protección de estos sistemas críticos, como destaca National Geographic.
Instituciones como el Space Weather Prediction Center (SWPC) de la NOAA son responsables del seguimiento y predicción de tales eventos. Sus especialistas monitorean el Sol sin interrupciones mediante satélites y observatorios terrestres, evaluando tormentas de radiación solar, apagones de radio de alta frecuencia, tormentas geomagnéticas y la presencia de manchas solares, que suelen anunciar actividad solar intensa.
Kerss explicó que “cuando hay un gran número de manchas solares, el Sol atraviesa un aumento de lo que, en términos simples, equivale a una especie de estrés magnético. Finalmente, estos nudos en el campo magnético se deshacen y esto libera el estrés magnético”. Este proceso puede conducir a la formación de llamaradas solares y, con frecuencia, a eyecciones de masa coronal.

Consejos para observadores y el papel de la incertidumbre
La predicción de auroras enfrenta obstáculos técnicos importantes. La mayoría de los satélites de observación se sitúa en el punto de Lagrange 1 (L1), a unos 1,6 millones de kilómetros de la Tierra, lo cual restringe la perspectiva a una sola dirección y dificulta calcular con precisión el tamaño, velocidad y trayectoria de las eyecciones solares. Kerss indicó a National Geographic que, si una eyección se dirige de forma directa hacia la Tierra, no es posible observar su extensión real, lo que añade incertidumbre a los pronósticos.
Además, la información más relevante solo se obtiene cuando la eyección llega a L1, lo que otorga un margen de aviso de entre 15 y 60 minutos antes del impacto. Shawn Dahl, coordinador de servicios del SWPC, comparó esta situación con intentar anticipar el impacto de un huracán en Estados Unidos a partir de unas pocas imágenes satelitales cuando la tormenta aún se encuentra frente a África; la certeza solo se alcanza cuando una boya próxima a la costa detecta la tormenta.
Incluso cuando los datos indican que una eyección de masa coronal tocará la Tierra, la aparición de una aurora visible depende de la orientación del campo magnético de la eyección. Si coincide con la orientación norte del campo magnético terrestre, puede repelerse; si apunta hacia el sur, posibilita la interacción y el desarrollo de una tormenta geomagnética.
Dahl ilustró el fenómeno para National Geographic con la comparación de dos imanes: si presentan la misma polaridad, se repelen; con polaridades opuestas, se atraen.

Para los interesados en observarlas, National Geographic desaconseja confiar en horarios exactos o mapas de visualización. Las alertas, por lo general, ofrecen una ventana de cerca de 14 horas, y la eyección puede adelantarse, demorarse o incluso no materializarse. Las subtormentas, breves explosiones de energía magnética de entre cinco y 30 minutos, potencian la actividad auroral y en ocasiones permiten ver columnas de luz mucho más al sur, aunque solo sean perceptibles para cámaras especializadas.
La estrategia más efectiva para incrementar las probabilidades de ver una aurora consiste en aprender a interpretar los datos en tiempo real del SWPC, disponibles en su sitio web o en aplicaciones específicas. Se recomienda seguir atentamente los incrementos en la velocidad y densidad del viento solar y la intensidad del campo magnético interplanetario (IMF), especialmente cuando el componente Bz es negativo, lo que favorece la aparición de auroras.
También resulta útil consultar los magnetómetros GOES del SWPC; un aumento abrupto en la gráfica suele asociarse a la liberación de energía de una subtormenta. Dahl advirtió que “nuestros pronósticos pueden cambiar con bastante frecuencia”, lo que refleja el carácter dinámico y poco predecible del clima espacial.
En definitiva, la belleza de las auroras reside en su naturaleza imprevisible. Buscar el cielo y sorprenderse es, para muchos, parte fundamental de la experiencia.