Entre las pautas que más influyen en la frescura y el sabor del queso destaca el control del aire y la humedad durante su almacenamiento, elementos determinantes para reducir la aparición de moho y prolongar la vida útil de estos productos. Tal como informó el medio que recopiló las recomendaciones de Mariana Zapién, ingeniera en alimentos y divulgadora en la cuenta @ingdetusalimentos, muchos casos de deterioro en los quesos tienen su raíz en una conservación inadecuada, más que en defectos del propio alimento.
Según publicó la fuente, el queso forma parte esencial de los alimentos presentes en los hogares de España, pero a la vez encabeza la lista de los que más se desperdician, debido en gran medida a errores comunes durante su almacenamiento. Es frecuente descubrir capas blanquecinas, olores ácidos o moho tras abrir el refrigerador, síntomas asociados con técnicas de conservación deficientes. El queso, por su composición con altos aportes de humedad y grasa, resulta especialmente sensible a la deshidratación o a la proliferación microbiana cuando queda desprotegido o expuesto a fluctuaciones térmicas.
De acuerdo con las indicaciones reunidas por este medio, para alargar la frescura de los quesos frescos, como el queso de Burgos o la mozzarella, Zapién recomienda colocarlos en recipientes de cristal herméticos, con la mínima cantidad de aire posible. De este modo, pueden conservarse congelados hasta dos meses sin que su sabor ni su textura se vean afectados.
Respecto a los quesos de mayor madurez o contenido graso, la experta aconseja evitar su congelación en piezas completas, ya que el proceso podría alterar negativamente su cremosidad y volverlos quebradizos al descongelarse. La alternativa más eficiente consiste en cortarlos en porciones o rallarlos antes de almacenarlos en bolsas o recipientes bien cerrados que limiten el contacto con el aire. Mediante este método, detalló la misma fuente, los quesos maduros pueden mantenerse en buen estado hasta siete meses.
En lo que respecta a los quesos crema, de cabra o ricotta, el medio advirtió que no resisten bien la congelación, como explicó la ingeniera en alimentos, debido a que su alto contenido de humedad genera una textura arenosa y una pérdida significativa de cremosidad tras su descongelación. En estos casos conviene consumir estos quesos lo antes posible o emplearlos en preparaciones que impliquen cocción, como salsas o recetas gratinadas.
Sobre la justificación de estos métodos, Zapién precisó que la eliminación del aire en los recipientes y el control de la humedad frenan la formación de moho y ralentizan la oxidación de las grasas, lo que permite conservar los atributos originales del queso. Además, mantener una temperatura estable resulta esencial para evitar cambios indeseados en la estructura del producto.
El medio también subrayó las ventajas prácticas de adoptar estas medidas, ya que congelar el queso bajo condiciones adecuadas no solo extiende su vida útil, sino que posibilita una mejor planificación en el consumo y reduce considerablemente el desperdicio de alimentos. Una organización básica en la cocina, como etiquetar los recipientes con el tipo y fecha del queso, y descongelar solo las cantidades necesarias para cada ocasión, permite disfrutar de productos lácteos en óptimas condiciones durante un largo periodo.
La experiencia compartida por Mariana Zapién a través de su perfil informativo y recogida por el medio, resalta la importancia de conocer las características particulares de cada tipo de queso y adoptar rutinas que garanticen su conservación, minimizando pérdidas y asegurando la calidad en la alimentación cotidiana.


